Aniversario 65 Hospital Pediátrico de Villa Clara (IX) Dr. Raúl González Leal: «La sonrisa de un niño es mi mejor aliciente»

Texto y foto Ricardo R. González
El Dr. Raúl González Leal siente la paternidad de innumerables infantes villaclareños y de otros lares. Está consciente que el niño necesita de su médico ante un pequeño que no habla y solo emite un llanto desconsolado con una faz muy pálida.
«Hay que localizar lo que le sucede para devolverle su vitalidad, por ello escogí Medicina y dentro de ella el universo de la Pediatría», confiesa cuando repasa una parte de su vida a punto de celebrarse el aniversario 65 del hospital pediátrico José Luis Miranda de Villa Clara.
Para lograr sus objetivos marchó a La Habana donde estudió los tres primeros años de la carrera. En el cuarto curso regresó a su provincia, sin existir aún el Instituto de Ciencias Médicas. «Era una pequeña aula en el entonces Hospital Viejo con profesores que dejaron su cátedra y los tengo siempre en mi mente porque de cada uno aprendí lo suficiente para continuar el camino».
No puede olvidar a los profesores Ángel Díaz Alba, Francisco Martínez Delgado, Antonio Artíles Artíles. «Cada uno me nutrió de sus saberes y enseñaron rasgos principales de la profesión».
La vida se remonta a sus antecedentes. El Dr. González Leal conoció a lo que sería su futuro Hospital cursando la secundaria básica durante el proceso de captaciones a fin de despertar vocación y que los educandos se dedicaran a la medicina.
«En aquella ocasión estaba un eminente neurólogo, el Dr. Antonio Diez Betancourt, que fue director de esta institución y por quien conocí lo que era la hidrocefalia, por poner un ejemplo. Alcanzó su celebridad por la dedicación al diagnóstico y manejo de las enfermedades heredometabólicas en la Pediatría, y todo aquello fue cautivándome».
En 1981 González Leal llegó a la institución de la infancia, no sin antes graduarse como médico en 1975 junto a 74 compañeros.
Luego el matrimonio, el nacimiento de sus dos hijos, la especialidad en Pediatría de I Grado antecedida por su servicio social que le posibilitó su perfil en el mundo dedicado a la infancia a través de la consulta externa.
La República Popular de Angola lo recibió en 1988. Tres años por esas tierras que al contar con su diplomado en Terapia Intensiva, alcanzado en instituciones hospitalarias habaneras, valieron para asumir este servicio destinado a los cubanos en medio de la guerra angolana.
«A mi regreso, con los avales necesarios, me concedieron la dualidad de ser especialista de II Grado en Pediatría y en cuidados intensivos de esa rama, sin dejar a un lado la superación para transitar por las categorías de instructor, asistente, auxiliar hasta llegar a profesor consultante».
— Si hablamos de servicios hospitalarios ¿en cuáles ha dejado sus huellas?
— Hay múltiples por los cuales he rotado, incluso siempre digo que mi formación como pediatra se la debo a esta rotación. Me ayudó mucho trabajar con la Dra. C. Berta Vergara Domínguez durante cinco años en Hematología. Hice urgencias, en Cuerpo de Guardia por dos años con la Dra. Arelys Rivero. Pasé por la sala de Cardiología cuando aún no existían cardiólogos pediatras como tal, solo un compañero de La Habana.
— Hay inclinación hacia el paciente grave ¿Por qué?
— Son momentos muy complejos para la criatura, la familia y el personal médico y paramédico. En mi caso es importante la sonrisa de un niño. Es mi mejor aliciente cuando logra la mejoría, el regalo más grande que puedo recibir.
Estar con ese menor día a día, a cada segundo, constatar que abre los ojos y desaparece la coloración de palidez presente en la piel ¿Qué más puedes pedir?
— Y cuando resulta imposible lograrse esa sonrisa ¿qué significa para el médico?
— He llorado y mucho, junto a los familiares, porque nunca se piensa en ese desenlace. La vida es también esperanzas que no se pueden perder, y si era esperaba esa partida, a tenor de la visión y la experiencia médica que ofrece habilidades, era callado, sufriendo.
Recordaba la epidemia de Covid; sin embargo, no se puede olvidar la del meningococo que nos llevó a perder muchos infantes. Algo verdaderamente terrible Llegaban a diario siete, ocho, quizás más casos en situación crítica y por su estado sabías cuál iba a rebasar y aquellos que, lamentablemente, no. Niños que experimentaban una sola manifestación purpúrica y en poco tiempo se diseminaba. Fue muy duro.
— Cuál es su criterio sobre el examen físico del niño y lo que se conoce popularmente como «ojo clínico» ¿A favor?
— A veces lo olvidamos. Tiene que ser exquisito y suma importancia ese «ojo clínico». Aplicar la experiencia obtenida, sobre todo, trasmitirla, no quedarte con ella. Hay que enseñar lo que aprendimos. Es importante los libros, las revistas, pero lo ganada con los años, observar al muchacho, estar con él no puede subvalorarse, sobre todo en pacientes graves.
— ¿Suple esa visión las tendencias actuales de remitirse a internet, y a otras vías sin tener en cuenta la vivencia directa?
— No todo se circunscribe a un celular. Les digo a los alumnos, ¿ustedes ya consultaron el libro?, ¿valoraron a los autores indispensables?… y me dicen «profe hice un resumen con otras notas» En eso hay que educar también, y decirles, «no podemos estudiar por resúmenes ni apuntes de clases, hay que profundizar». No es descartable el resumen, yo los hacía, pero a partir de interpretaciones propias porque resulta imposible estudiar por síntesis ajenas.
— En estas experiencias, entre tantos servicios por los que ha pasado ¿Algún caso que recuerde que no puede olvidar?
— Son tantos, pero están los niños de cardiología que llegaban «morados» y los perdíamos. No quiero detenerme mucho… Les tomaba aprecio, cariño y los tienes en la «unidad cerrada», sin saber si era de día o cae la noche, con el sonido de los monitores. A veces vas por la calle y una mamá pregunta si no me acuerdo de ella y me hace la síntesis de su niño. Esos recuerdos no escapan.
— En lo personal ¿es partidario del padre o la madre acompañante?
— Siempre lo he sido, ahí están mis alumnos a quienes les digo que se identifiquen con ellos, que establezcan la comunicación porque tienen informaciones que no se pueden subvalorar.
— La ética ¿indispensable?
— De vital importancia, no puede olvidarse, más en estos tiempos tan duros.
— ¿Cuáles son los valores o principios que, a su juicio, debe tener un médico?
— Mis dos hijos son médicos. Raulito y Ana Ibis llegaron a la casa un día y dijeron pedimos medicina, y lo único que les dije fue: si la pidieron tienen que estudiarla Hicieron su camino sin el empuje de papá. Había que ganar su propio prestigio, por sus esfuerzos, incluso ni en el examen de especialidad de mi hijo estuve presente.
Pienso que el respeto a la profesión, la superación constante, vencer obstáculos, acompañado de dignidad y ética son insoslayables.
— Desde su punto de vista ¿qué les falta a los estudiantes y médicos de hoy?
— Experiencia y decisiones. A veces hay una especie de práctica directiva de que «hay que hacer esto porque lo indica determinada persona» sin valorar la situación, hay que enfrentarla, pero ver lo que realmente vale y resulte más consecuente.
Vemos llegar pacientes a esta unidad de Cuidados Intermedios, donde trabajo, que realmente no son de gravedad ante un déficit de recursos que pudieran derivarse a otros que le hacían falta.
— ¿Ha pasado por el ejercicio docente?
— Desde el inicio. Por cada una de mis etapas.
— Aunque están bien relacionadas la asistencia y la docencia ¿si tuviera que escoger entre una y otra?
— No se pueden separar. Yo tengo que ver al muchacho, asistirlo, y enseñar a los demás. Se me hace primordial ir al Hospital, y por ello estoy recontratado
— En tiempos prolongados que se habla de automedicación sin medir consecuencias…
— Error total. Escucho en la calle a personas que admiten el suministro de determinado fármaco porque a otro niño le hizo muy bien sin ningún tipo de prescripción. A las que puedo me acerco y les preguntó ¿quién se lo indicó?... Hay mucha cultura médica popular; sin embargo, cuidado con sus efectos.
Cuando llega un medicamento lo estudio, pero no lo indico sin saber lo que voy a recomendar. Hay productos que resultan armas de doble filo. Hay que ver prospectos, las particularidades del caso, y analizar mucho.
— Se acerca el aniversario 65 del Hospital Pediátrico ¿qué significación tiene para Ud. estas décadas entre servicios, consultas, mirar hacia atrás, detenerse en el presente, y pensar en el futuro?
— Mi trayectoria aquí es mi vida, un logro que trasmito a las diferentes generaciones. Me agrada cuando pasan por mi lado profesionales que yo gradué y dan las gracias. Es el mayor regocijo, por lo que suscribo una y mil veces la frase manida de que si volviera a nacer o existiera una segunda vida volvería a ser médico pediatra. No lo dudo nunca.
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«Vivir la medicina con el sacerdocio que exige. De lo contrario no tiene razón de ser estudiar las especialidades», reafirma el Dr. Raúl González Leal.
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