Rostros de la Meteorología villaclareña (4) Una cátedra llamada Marta
Por Ricardo R. González
Fotos: cortesía de la entrevistada
A pesar de estar jubilada la sagüera Marta Viota Coll resulta una cátedra de la meteorología villaclareña y del país. Quizás de esas personas que, a mi modo de ver, merecen mayores reconocimientos por toda su trayectoria y van quedando en el inexplicable anonimato que afecta a muchos.
Mientras dirigió la estación meteorológica de su localidad aquella constituía un recinto impecable donde la cultura del detalle tomaba un protagonismo sin igual. Plantillas situadas en las blanquecinas paredes para colocar las manos, una limpieza extrema, murales actualizados, y lo agradable de un entorno propiciado por su colectivo, a pesar de encontrarse el recinto en la carretera que conduce a Uvero.
Con cuatro décadas en el ejercicio de la ciencia todavía la Meteorología le cautiva. La lleva consigo, y repasa las nubes porque emiten señales y a la vez advierten.
Sabe que todas las que aparecen en la bóveda celeste poseen un significado, mas siente respeto por aquellas que, aparentemente, son lindas, blancas y hacen una especie de yunque en las alturas.
«Esas —afirma— resultan peligrosas. Provocan tormentas y relámpagos de nube a nube y de nube a tierra para acabar con nosotros... Cada variedad tiene sus características y niveles diferentes. Unas avanzan vertiginosamente, otras están como detenidas. En múltiples ocasiones ofrecen los vaticinios de precipitaciones e incluso por la dirección de la nube y el viento ubicas la posición de un ciclón».
— Cómo llega a la Meteorología, ¿acaso por azar?
— Ni imaginaba lo que era. Me inclinaba por las matemáticas, el álgebra, mas pasado aquel temible «Flora», en octubre de 1963, hubo un llamado de Fidel que hizo inclinarme a esta ciencia interdisciplinaria que estudia el estado del tiempo, el medio atmosférico, los fenómenos producidos y las leyes que lo rigen.
Escuché la convocatoria por la radio nacional. Asistí a la Universidad Central «Marta Abreu » de Las Villas donde me hicieron una pequeña comprobación de materias generales. Ante todo fui sincera y dije que no sabía nada de Meteorología. Luego de aquel examen quedaron de avisarme a casa.
— ¿Veredicto demorado?
— No, llegó a un mes en que me comunicaron la selección. Fuimos para La Habana a pasar un curso emergente. Viví en la parte alta del Capitolio Nacional —hoy sede de la Asamblea Nacional del Poder Popular—, mientras que en sus hemiciclos recibíamos las clases. Allí nos hicimos observadores meteorológicos junto a un grupo representativo de todo el país.
— ¿Teoría acompañada de la práctica?
— De inmediato. En ese tiempo pasó un ciclón. En el caso particular marchamos hacia Pinar del Río con otros compañeros. Estuvimos tres días hasta que retornamos al curso con duración de ocho meses.
— ¿Cuándo puede hablarse de la primera estación meteorológica en la Villa del Undoso?
— Se fundó el 5 de abril de 1965, Ahí tuve mi primera experiencia laboral. Nos ubicaron en la secundaria básica Máximo Gómez en un aula espaciosa donde pasamos 11 años apoyados con una tecnología muy rudimentaria. Comenzamos de la nada. Éramos tres compañeros que, lamentablemente, algunos ya no están, y trasmitíamos la información a Cienfuegos pero en telegrafía.
Las operaciones había que realizarlas a mano, solo contábamos con una pequeña calculadora para llevar de grados Fahrenheit a centígrados, según las normas de la época.
— Desde el punto de vista de la comunicación ¿se apreciaba el color de las rosas?
— Nada de eso. Tiempos muy complejos. Eran las tres provincias centrales, y hubo un período en que las oficinas se encontraban en Cienfuegos hasta que pasaron a Santa Clara.
«Teníamos una planta de radio y nos comunicábamos con la provincia para que desde allí se enviara la observación a La Habana. Ni soñar entonces con las tecnologías de la información, ni correo electrónico, ni otra modalidad.
Era un sufrimiento. Si fallabas en algo ya no entrabas en el rango de Vanguardia Nacional. Había que tener precisión y nos medían un abanico de aspectos. A ello se unía la fuerza de la emulación en el trabajo sindical a nivel de redes, de provincias y en el ámbito nacional.
— ¿A partir de qué momento constata ciertos avances en la ciencia?
— Las primeras luces llegaron con el Proyecto Cuba 7 que posibilitó la creación de la Estación Meteorológica 338, perteneciente a la Academia de Ciencias de Cuba. Creo fue en 1976 para luego convertirnos en Estación Agrometeorológica al venir cerca la Estación Experimental de la Caña con una labor muy compenetrada.
Se facilitaba el intercambio regional, lo que abría las puertas a lo foráneo porque era pilotada en otros países y requería de una precisión absoluta en todo.
— Entre el instrumental presente en una Estación Meteorológica Ud. prefiere el heliógrafo ¿Por qué?
— Mide la duración solar, su intensidad y registra los trazos. Recuerdo que hice una innovación sobre las cartas heliográficas ante la carencia de las plantillas originales. Por ello estudié qué tipo de papel y cartón eran los más adecuados y se resolvieron los contratiempos.
— En su vida profesional existen dos momentos cumbres: la Tormenta del Siglo, en marzo de 1993, con vientos de 152 km/h en Sagua la Grande, y el huracán Lili en 1996.
— Prefiero detenerme en este último. La temporada ciclónica de ese año fue muy activa en cuanto a huracanes formados en el Atlántico. «Lili» traía, aparentemente, el suave nombre de una mujer. Era el octavo ciclón de la temporada, y pasó por Sagua entre el 17 y 18 de octubre de ese año.
Sus estragos resultaron cuantiosos en viviendas en mal estado, pero también en la agricultura, la industria, la ganadería, así como en el poblado de Isabela. El río se desbordó por los 250 mm de agua caídos en 24 horas.
— ¿Y es cierto que mientras se daban informes del alejamiento del fenómeno Ud. y su equipo se percataron de que lo tenían encima?
— Quitaban la corriente. Si no tenías un radio que funcionaba con pilas carecías de información, pero nos auxiliamos de la planta eléctrica. El tiempo comenzó a deteriorarse, y reconozco que el panorama no me gustaba. De buenas a primera se dijo que había salido de la provincia.
— Realmente ¿qué pasó?
— Nuestro equipo estaba muy pendiente del microbarógrafo y del barógrafo. Veía que la presión bajaba en forma de V y también la presión atmosférica. Cada vez el descenso era mayor y ello resultaba contradictorio ante un ciclón que se aleja. Me llamó Marino Rodríguez González, el guía de puerto de Isabela, ya fallecido, y no se me olvida que le dije: «La presión sigue para abajo, y estamos en peligro total».
No perdimos tiempo y de inmediato me comuniqué con el Puesto de Mando municipal y doy la alerta. Expliqué que de acuerdo con la experiencia laboral lo teníamos arriba. Era impresionante. Se sentían vientos máximos de 108 Km/h, la presión bajó a 982,4 hectopascal con más de 700 mm de lluvia.
— De ahí surge lo de «la cazadora de Lili»
— Las condiciones del tiempo se deterioraron al máximo, mucha lluvia y sin fluido eléctrico. El fenómeno nos volvió locos a todos. Me pusieron ese epíteto, pero teníamos a otros meteorólogos de primera línea en Santa Clara. Mis ojos presenciaron el fenómeno y mi colectivo de trabajo estuvo maravilloso, a pesar de que el viento soplaba por todos los lugares.
— ¿Se siente la causante de desenmascarar a «Lili»?
— Hice lo que tenía que hacer apoyada en un excelente equipo. La satisfacción mayor fue que al final pudo adoptarse un grupo de medidas que impidieron afectaciones mayores.
— ¿Está previsto el error meteorológico?
— Todos podemos equivocarnos, pero hay que evitarlo al máximo. Hasta las estaciones automatizadas experimentan, en ocasiones, sus deslices.
— Luego de cuatro décadas de trabajo decidió jubilarse ¿por qué lo hizo?
— No me sentía bien de salud. La presión arterial alta, una cardiopatía que asomó, y ya la responsabilidad se incrementaba. Por otra parte la Estación quedaba lejos, en aquellos tiempos iba para allá a las 5.00 de la mañana en bicicleta, incluso hasta los domingos.
— Hubo un tiempo en que el pueblo hablaba del «Instituto de Mentirología» ¿Cuál era su reacción?
— Una roña inmensa. Nuestros expertos son muy buenos y los admiro. No admito ese término ni en juego porque en La Habana, en Villa Clara y en cualquier parte del país existe un personal de excelencia, ante un mundo de pronósticos que admite la variabilidad.
— ¿El colmo de un meteorólogo?
— No ver el parte meteorológico.
— ¿Decepciones?
— Las tengo, excepto mis compañeros de Estación los demás no se acuerdan de mí, y eso es triste. Fui 10 años Vanguardia Nacional, entonces, los 40 años de mi vida que le di a la profesión ¿dónde quedaron?
— Si le pido a una mujer cargada de innumerables distinciones, reconocimientos y medallas que me ofrezca su retrato en blanco y negro ¿cómo lo haría?
— Tengo muchos defectos. Peleona, quisquillosa, me gusta la exquisitez, y sufro porque no todos somos así. Por demás, quiero mucho a mi familia y amo de verdad las cosas que me inspiran. Soy sagüera de pura cepa, defiendo a mi terruño, así como la belleza de mis plantas diseminadas por todo el pasillo, amante de la Naturaleza, y defensora de todos los animales.
— ¿Y la familia?
— Lo es todo, mis dos hijos, la hembra cumple misión en Jamaica y el varón reside fuera de Cuba, mi sobrino Alberto Machado Viota siguió el camino de la Meteorología en la Estación 338 ubicada desde 2004 en la carretera hacia Quemado de Güines, y también tengo una hermana, Juana del Carmen Viota, que estuvo un tiempo vinculada a la propia rama, y así cada uno del resto de los componentes familiares me llenan de felicidad. Vivo con mi nieta, mi hija y su esposo.
— En una entrevista que le realicé en 1998 le preguntaba cuál sería un anhelo en su vida y respondía que tener un nieto o una nieta. ¿Cumplió la aspiración?
— Al fin. Tengo una nieta que este año se graduó de Licenciatura en Turismo en la Universidad Central con Título de Oro, y se casó con su novio de siempre, también graduado de Ingeniería Eléctrica.
— ¿Marta Viota sigue entregada al hábito de la lectura?
— Leo, aunque no tanto como antes. Ahora estoy con mi celular y busco mucho los temas científicos y los propios de la Natura.
— Entonces ¿qué es para usted la Meteorología?
— La vida, va conmigo. Ya cumplí 79 años y constituye una ciencia sorprendente de la que cada día conoces más. Lamento estar jubilada y no emplear el avance tecnológico disponible hoy. Fidel tenía una visión larga, y después que entras a este mundo te llena tanto que resulta imposible salir. Me gustaba investigar, estudiar mucho, y participaba en los numerosos eventos programados. Gracias a ellos conocí muchos lugares de mi Cuba.
PIE DE FOTOS
1.- Cuarenta años de su vida dedicó Marta Viota Coll a la Meteorología.
2.- En su estación cuando la ciencia no contaba con medios sofisticados.
3.- Junto a una de sus predilecciones: las plantas ornamentales.
4.- Deseo cumplido. Ya su nieta se graduó recientemente en la Universidad Central «Marta Abreu» de Las Villas, realidad que la hace muy feliz.
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