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Dr. Antonio Artiles Artiles: «No soy un clarividente»

Dr. Antonio Artiles Artiles: «No soy un clarividente»

Por Ricardo R. González

Fotos: Carlos Rodríguez Torres

Camina a diario desde el santaclareño reparto Escambray hasta su incambiable hospital universitario Celestino Hernández Robau. Allí tiene gran parte de su vida. Sabiduría, tensiones, instantes alegres y otros no tanto curten las tres A de Antonio Eugenio Artíles Artíles, presentes en su nombre y en el ejercicio profesional.

Alguien que rehúye la fama a pesar de que le sobran razones. Un profesional que vive la medicina porque solo existe después de ella. El hombre apacible con estampa guajira por sus padres campesinos y que, a veces, a tenor de las circunstancias, le saltan las betas hispanas del temple atribuibles a sus entrañables progenitores.

Por estos días anda de jubileos. Junto a otros profesionales figura entre los fundadores de la docencia médica en la región central, iniciada en una pequeña aula del entonces Hospital Provincial de la calle Cuba. Cuarenta y dos años de aquel hecho que permite contar historias.

—¿Inconvenientes si hablamos de tiempo?

En absoluto. Vine al mundo un 15 de noviembre… Hace ya 84 años; de ellos, 55 en ejercicio. Parece que el tiempo me hace sus jugarretas porque me gradué en octubre de 1952, pero el golpe de Estado de Batista influyó, y mi título aparece firmado en 1953.

— La inclinación a la medicina… ¿por tradición familiar o por esa picada del tradicional y manido bichito?  

— Por vocación, y ocurre algo curioso. Tenía un pariente lejano llamado Juan Artíles López. Muchos me relacionaban con él y los papeles míos venían siempre a su nombre hasta que un día emití mi «protesta».

Siempre quise ver a enfermos. Seguir su diagnóstico. Cuando triunfa la Revolución ya era ayudante de cirugía desde siete años atrás porque me dijeron para que tengas una consulta lo primero es ayudar a operar.

¿E hizo partos?

Claro, pasé por todas las especialidades. Laboraba en este Hospital y en la policlínica (hoy Cardiocentro). El sueldo era de unos 40.00 pesos mensuales, y teníamos tres o cuatro frecuencias de guardias semanales. Entonces vivía en Mataguá. Lo hice por más de 30 años… un punto querido porque de allí es parte de mi familia.

Siempre me ha dicho que sobre usted se dicen cosas que no son, pero no puede negar que su nombre impone respeto ¿es cierto que existe el llamado ojo clínico?

No lo creo así. Lo atribuyo a mi larga trayectoria. Tienes que superarte continuamente para no quedar atrás. Incluso todos mis diplomas están firmados por alumnos de aquí que se formaban en las especialidades. En ninguno aparecen profesionales de otros sitios, ni de La Habana.

Admiro al galeno que no indica tantos complementarios para emitir un diagnóstico ¿La propia experiencia conduce a ello?

Cierto. Vi muchos casos durante la época de ayudante de cirugía, y aquellas guardias tomaban alcance municipal. Estaba, además, en la Sala de Infecciosos con afecciones que no se registran ahora. Brotes de sarampión, tétanos, tosferina… Pacientes que por hepatitis ingresaban para pasarle un suero. Habían más acostados en los pasillos que en las salas, y los que entraban por una enfermedad se contagiaban con otra. Ello deviene escuela que te permite ampliar el espectro de conocimientos.

Sin embargo, hay profesionales de vasta experiencia que conociendo el presunto dictamen investigan hasta la saciedad ¿Pudiera ser que reza aquello de que cada cual tiene su librito?

Yo indico lo necesario, aunque todo el mundo tiene sus procederes. Quien trabaja en contacto directo con los enfermos se va curtiendo y encuentras en la práctica un buen fundamento.

¿Usted coincide con el criterio popular de que no hay enfermedades si no enfermos?

Plenamente de acuerdo, cada individuo la enfrenta a su forma. Hay síntomas comunes, pero no constituyen patrones a cumplirse de manera uniforme.

¿Cuál es el ABC a la hora de examinar a un paciente?

Está establecido. Una Historia Clínica bien fundamentada con un interrogatorio integral. Después los planteamientos y la discusión de los métodos clínicos y diagnósticos para indicar los complementarios válidos y las interconsultas a realizar.

—Como paciente ¿Ha tenido momentos difíciles en su vida?  

—Seguro, tengo los 20 minutos más amargos de mi existencia. Resulta que fui operado de una hernia y a los pocos días se le presentó una contingencia a un vecino. Acudí rápido a auxiliarlo y olvidé que estaba recién operado. Tuve que recurrir de nuevo al salón. Había una hernia por deslizamiento, pero hallaron también un plastrón de epiplón. Estaba inflamado. Ya tenía anestesia local y pregunté el tiempo quirúrgico. Entonces dije…Arriba y aguanté con anestesia local.

Y el otro instante fue hace poco con un brazo que me provocó unos dos meses de invalidez sometido a fuertes analgésicos y a abundante cantidad de líquidos. Parece que ello coadyuvó a expulsar dos de los tres cálculos renales que me propiciaban unos cólicos indeseables.

— ¿Es cierto que allá por la década de los 70 u 80 estaba reunida una junta médica que analizaba un caso complejo. Usted solo escuchaba y salió un momento, y cuando retornó expuso lo que presumiblemente tenía el enfermo?

—Ves por lo que te digo que sobre mí se dicen cosas irreales. Yo nunca haría eso porque respeto a todos mis colegas. Resulta incompatible con los códigos de Antonio Artíles.

—¿Y dicen que un día iba manejando y una de las puertas se abrió, dio con un poste, y que se percató cuando llegó a Mataguá…?

—Tampoco es así. La historia real ocurrió cuando una señora me pidió que la trajera para Santa Clara. Yo no me doy cuenta que ella no había cerrado la puerta y en el propio garaje de mi casa sucedió el incidente. Por supuesto que ese día no hubo viaje ni para ella ni para mí.

—En este mundo de notorias tecnologías existen personas que toman el SOMATON, los rayos X y otras modalidades como esparcimiento y buscan la complacencia. ¿Qué opina de esta última?

— Ninguna tecnología supera el potencial y la sabiduría humana. Apoyan en el trabajo, pero hasta ahí. Y realmente es inconcebible que se recurra a estos procederes por placer. Hay límites en la cantidad de radiaciones a recibir por el organismo. Por tanto, hay que reservarlos para casos verdaderamente necesarios. No es un capricho, si no una probada razón científica.

En tiempos de pérdida de valores ¿qué concepto le merecen la dignidad y la honestidad?

— A veces resultan hasta incomprendidas. Vienen desde la cuna. Son cartillas básicas y en el plano personal no concibo la vida sin ellas.

Y sobre la ética médica ¿Se cumple cabalmente?

— Te diría que no. El desmérito entre profesionales es sórdido. La ética es ética, ¿por qué esos desafíos? Incluso tiene que primar con pacientes y familiares. Hay secretos que se develan en el momento preciso, cuando haya certeza. Pienso que debemos aprender mucho más.

—Este 21 de Noviembre se cumplió el aniversario 42 del inicio de la docencia médica en la región central ¿Evocaciones especiales?

— Un paso de avance inestimable. Ahora miras y ninguno imaginó lo que aquello representaba. Resulta parte de la vida también de los que quedamos. Los profesores Francisco Martínez Delgado, Mario Borges Borges, Rafael González Rubio, Rafael Machado García-Siñeríz… y otros. También vale el recuerdo para quienes ya no nos acompañan, muy en especial el doctor Ricardo Jorge Oropesa, el primer profesor de la Escuela de Medicina en Las Villas.

Doctor ¿Y ese apodo de «El Brujo» a qué viene?

Eso es de mis compañeros, por eso que dicen que mis diagnósticos son precisos. Yo no soy clarividente ni adivino. He tenido que estudiar mucho, y lo sigo haciendo porque nunca te puedes desvincular del conocimiento.

— Si de algo me he percatado es que nunca ha buscado el reconocimiento ni las distinciones, pero los grandes siempre  tienen el gran premio que ese solo lo otorga el pueblo ¿Se siente portador de ese distintivo?

—Mi mayor estímulo. Las distinciones y premios llegan o no, pero ese resulta inigualable. Tengo el cariño popular y el respeto de las generaciones que ayudé a formar. Ese es el valedero y el tallado en madera fina.

—Durante la etapa de éxodo de los médicos al principio de la Revolución y en años posteriores ¿nunca pensó en abandonar Cuba, a pesar de ser ya muy reconocido?

Aquí nací y seguiré hasta que llegue la despedida.

Celia Suárez Fernández ¿qué representa para usted?

—Mi compañera por más de 40 años y apoyo en las buenas y en las malas. La que me dio a un hijo médico también, Antonio, recién llegado de Venezuela, y a Ileana, profesora del «Mirto Milián»

¿El café y el cigarro le han acompañado en su vida?

—Soy cafetero pero moderado. El cigarro no lo conozco, y como buscas tantas confesiones te digo que mi corazón y las coronarias se encuentran en perfecto estado.

—¿ ¿Y no ha pensado en la jubilación?

—Si ando ya en los trámites, mas siempre haré algo porque soy médico por vocación. De momento sigo en la sala, atiendo a los alumnos y permanezco como un libro abierto para todos.

—Si pusiera a Antonio Artíles Artíles frente a un espejo ¿cuáles rasgos de su personalidad dejaría y qué quitaría?

—Los dejo todos. De lo contrario no sería yo.

Después del día final ¿cómo le gustaría que lo recordaran?

Como un médico honesto consigo mismo y con los demás, y que de vez en cuando, en dependencia de lo agitado de la vida y de las premuras laborales digan aquí trabajó Artíles ¿te acuerdas de él?

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