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Manuel, el joven que vivió en una burbuja

Manuel, el joven que vivió en una burbuja

Por Ricardo R. González

Fotos: Ramón Barreras Valdés

Anda Manuel Jesús cuéntanos parte de tu historia cuando a los 23 años llegaste el Centro Provincial de Higiene, Epidemiología y Microbiología (CPHEM) de Villa Clara para descubrir sus laberintos como técnico de Análisis Clínico…

Ahora tiene 27 años y su mayor anhelo es concluir la licenciatura en la especialidad cuando enero próximo nos visite.

Sus apellidos son Hernández y Martínez. Agradece a su familia y a la vida dotarlo de un sentido extremo de responsabilidad, a pesar de su juventud, en contiendas o pruebas de fuego que no han resultado fáciles.

— ¿Cómo fue aquella experiencia cienfueguera con el paludismo?

— Hasta ese momento la Dra. María de Lourdes Sánchez Álvarez, directora del Laboratorio, y yo habíamos hablado solo una vez, y terminé con ella en Cienfuegos ante un brote de paludismo en una trilogía que abarcó, además, la participación del Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí (IPK) y la provincia de Matanzas.

— Del trabajo en los hallazgos de tuberculosis (TB) pasaste de lleno a la COVID-19?

— Fue la segunda vez que la Dra. Lourdes Sánchez se sentó a hablar conmigo. Me preguntó si deseaba incorporarme al Laboratorio de Biología Molecular. Era un cuarto muy similar al de la TB al resultar una enfermedad muy infecciosa en la que imperaban muchas medidas de bioseguridad. Sabía cómo cuidarme, que debía permanecer en cabina, trabajar con mascarillas y sobrebatas a pesar del intenso calor que provocan.

— El trabajo en la base de datos ¿un eslabón primario?

— La propuesta inicial era trabajar en esta base con la computadora, pero allí permanecí solo una semana. El panorama pandémico comenzó a complicarse y voluntariamente me sumé al grupo para ayudar a mis compañeros que tenían una labor muy delicada y me propuse hacer lo mismo que ellos.

— Y viviste el período más agudo…

— Me inserté a los turnos de trabajo, algo difícil porque al principio eran de 24 horas desde las 8:00 de la mañana hasta igual hora del siguiente día. Íbamos a la casa y de nuevo aguardaba otra jornada en medio de tensiones, preocupaciones... Vivíamos en una burbuja, no sabíamos que pasaba en el exterior, si había sol, si llovía o ya estábamos en plena noche ante la llegada de muestras cada vez mayoritarias.

Cuando empezamos a trabajar éramos dos equipos. A medida que se complicaba el mundo con la pandemia también incidía sobre Cuba. De nuestros laboratorios salió la confirmación de los primeros casos positivos en el archipiélago… No había dudas. Era real.

— En el orden personal ¿cuál resultó tu momento más complejo?

— El brote registrado en el hogar de ancianos número 3 de Santa Clara. Aquello me estremeció, primero por la edad de los abuelos y también porque creo que, mediáticamente, fue el episodio de mayor repercusión en el país a lo largo de la pandemia. Cuando Cuba reportaba en aquellos momentos 15 o 20 enfermos que un territorio registrara 31 casos en un día era crítico. Sin dudas lo que más me impactó.

Varias veces nos mirábamos ante esa estadística, pero nunca desconfiamos del trabajo en equipo. Los controles de calidad demostraron su veracidad. Teníamos a la Dra. Lourdes Sánchez al lado es más que valioso.

— La has mencionado varias veces en la conversación ¿Qué opinión te merece?      

— Una profesional de pies a cabeza que no pierde su sentido de humanidad, sin ella hubiese sido imposible los resultados y tiene mucho más valor el hecho de que compartía los momentos más difíciles. Reiteradas veces le sorprendió el amanecer aquí y todos los casos positivos pasaban por sus ojos, hasta que ella no vio que teníamos las alas para volar no nos soltó, de hecho nunca nos suelta, es muy obsesiva, pendiente de que cada detalle del trabajo evolucione con buena dinámica y por algo se ha ganado el reconocimiento a todos los niveles.

Basta mirar la infraestructura que tenemos, y si no llega a ser por ella hubiese sido imposible. Al principio solo existían dos laboratorios de Biología Molecular en el país ubicados en La Habana y Santiago de Cuba, y por la confianza depositada en ella no se dudó en habilitar también el de Villa Clara. Para mí, y sin fanatismo, es una de las investigadoras más importantes que existe en Cuba, por lo que constituye un privilegio compartir con ella cada jornada laboral.

— ¿Enfrentar la positividad en los extremos de la vida provocan golpes sensibles?

— Al principio fue muy complicado ante tantos casos positivos. Nos dolía que saliera cualquier persona porque somos humanos, pero más ante un niño o un anciano. La vida nos impuso crear una especie de escudo para soportar los impactos de la sensibilidad. Ello obligaba a ser más profesional en nuestro trabajo, más responsable con la disciplina, la exigencia.

— ¿Sacrificios?

— Múltiples. Teníamos que subir hasta el cuarto piso en algunos centros de aislamiento donde estaban los pacientes y tomar las medidas exigidas en los protocolos, con aquellos trajes incómodos y muy calurosos, cumplir todos los pasos establecidos con el cloro en los que algunos compañeros perdieron la suela de sus zapatos, a veces por una sola muestra. Luego bajabas, te quitaban aquella ropa y procedías  al baño en la propia institución para luego regresar a nuestro centro.

Villa Clara tiene el privilegio de contar con excelentes epidemiólogos que realizaron una labor encomiable durante la epidemia. Tenemos aquí una cátedra en la especialidad.     

— ¿Qué pasaba en el colectivo en los momentos agudos de la epidemia?

— Pasamos un tiempo mal, La palabra PCR son tres letras pero detrás hay mucho trabajo, desvelos e impaciencias. En ocasiones hacías una labor muy minuciosa y el montaje de las muestras no salía bien. Demandaba empezar de cero porque tenía que salir el diagnóstico ante un proceso que demoraba cuatro horas. Con el tiempo tomamos la dinámica y resultaba más sencillo al ganar en experiencias.

Nos dábamos ánimos, nos apoyábamos, hicimos una pequeña familia en el ámbito laboral. Días de salir para Corralillo a las 11:00 de la noche a tomar muestras sin saber la hora de regreso y mientras tanto los compañeros aguardaban horas en el laboratorio para procesarlas.

— ¿Cómo se daban ánimo y eliminaban un cansancio extenuante?

— Como se dice en buen cubano «a base de cuero», jaranas, dichos, chistes sin que interfiriera en la calidad del trabajo. Un tiempo muy difícil pero quedan los buenos momentos.

— ¿Y en la verdadera familia existían disyuntivas?

— Fue muy difícil, sufrí más por ella que por mí al ver sus preocupaciones. Yo no era capaz de darme cuenta del riesgo aunque no tuve miedo porque me decía si estudié para esto, tengo que hacerlo y ojalá que no, pero a lo largo del tiempo quien sabe si tenga que enfrentar otras pandemias.

Me preocupaban más las horas que no compartía con mis seres queridos, con mi mamá, con mi papá, con mi novia que es mi esposa en la actualidad. Perdí la noción del tiempo porque en el hogar era prácticamente durmiendo ¿qué compartía yo con ellos? No me di cuenta hasta unos meses después.

— Llegó el día en que la pandemia tomó cierto nivel de descenso ¿qué pasó en el colectivo?

— Después trabajábamos un día y descansábamos más horas. Lográbamos departir más en familia, y al bajar los casos se vio el efecto de la vacunación masiva, pero que quede claro que nunca se ha acabado el virus, pero al menos sentimos el aire en la cara. Ya la vida no era del laboratorio a la casa y viceversa.

— El tiempo pasa ¿qué se espera de ti para los años venideros?

— Estoy listo para lo que la Dra. Lourdes Sánchez me indique, pero debo agregar que la tercera vez que se sentó conmigo a conversar terminé en Santiago de Cuba adiestrando a unos compañeros con un equipo que teníamos acá.

Fue un domingo por la tarde que me lo dijo Yo estaba en mi casa y me llamó: «Dime sí o sí». No había tiempo que perder, y me habló del viaje al día siguiente para la provincia oriental por espacio de una semana.

— Entonces, recordaste la canción de Nino Bravo «es ligero equipaje para tan largo viaje»…

— Así fue, largas jornadas de trabajo con un trato excepcional. Santiago nos demostró su marcada hospitalidad. Ahora estoy en la espera de la cuarta vez en que la doctora Lourdes Sánchez se siente a conversar conmigo sobre una nueva encomienda.

— ¿Y no te arrepientes de haber vivido la realidad de una cruda pandemia desde el ojo del huracán?

— Nunca me arrepiento de nada. Todo lo he pensado bien antes de hacerlo y saqué muy buenas experiencias, elevé mi nivel profesional, conocí a muchas personas de diferentes provincias e incorporé otros créditos académicos. Tenía 23 años cuando empecé aquí, cumplí los 24 y un día después ya estaba de lleno en la COVID.  Sin dudas, viví en una burbuja que, felizmente, concluyó.

PIE DE FOTOS

1.- «Espero graduarme a inicios del próximo año y seguir mi trabajo en el Laboratorio en busca siempre del bienestar humano», enfatiza Manuel Jesús Hernández Martínez.

2.- La práctica ante tantas técnicas modernas se adquirió sobre la marcha con la superación personal porque el panorama de la COVID-19 era crítico y no había tiempo para las explicaciones.

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