Las montañas manicaragüenses tributan a la infancia
Fotos: Ramón Barreras Valdés
Por primera vez en la historia el policlínico rural Paubla María Pérez Morales, de Jibacoa, cierra un año con la totalidad de los indicadores del Programa Materno—Infantil (PAMI) en cero.
No solo en lo concerniente a la mortalidad en menores de un año que ya acostumbra a su ausencia. También están exentos de malformaciones congénitas, de decesos fetales e intermedios tardíos, y sobre todo de bajo peso al nacer que constituye un resultado de sumo valor al mantenerse como problemática durante años anteriores.
Todavía la doctora Yordanka Elda Rivero Ramírez, directora del área de Salud, se emociona debido a que se encontraba de vacaciones en su Holguín natal cuando recibió una llamada en la que sus compañeros le confirmaban los logros.
«Confieso la sorpresa, pero la esperaba por el accionar de los médicos, el personal de enfermería, las auxiliares, el consejo de dirección articulado, las organizaciones de masas, el de varias empresas y de todos los que intervienen en los programas de Salud con un trabajo cotidiano que se realiza a caballo, en una yunta de bueyes, en una volanta, en el tractor, o en lo que sea hacia comunidades de difícil acceso agrupadas en 14 consultorios, desafiando, incluso, lluvias, crecidas de ríos y temporales».
Para enfrentar ciertas indisciplinas de las gestantes existe un estilo de trabajo que parte de una máxima: «Lo que seamos capaces de hacer por los pacientes, así será la reciprocidad que ellos demuestren hacia nosotros», y no solo se circunscribe a la embarazada ya que nos ocupamos de los problemas de la familia y del resto del contexto donde habita.
El policlínico jibacoense atiende a 4 367 pacientes con predominio de las enfermedades crónicas no trasmisibles descompensadas debido a
los propios hábitos de vida del montañés.
¿Y cómo fue posible que una doctora holguinera llegara a estos parajes del centro de Cuba?
«Yo supe de un servicio social en difíciles condiciones cuando aquel segmento de Sagua de Tánamo no contaba con fluido eléctrico y estaba incomunicada por ocho pasos de ríos. Todo ello arraigó mi vocación como médica. Después cumplí casi siete años de misión en Venezuela, y a mi regreso los amores me trajeron a Jibacoa donde la realización plena la encuentro entre quienes habitan estas montañas».
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