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Polo Montañéz (Cuba)

Polo Montañéz  (Cuba)

Por Ricardo R. González (*)

Francisco Borrero Linares (Polo) cumpliría, este 5 de junio de 2014, sus 59 años, mas a veces la vida trae sus desventuras, y nos llevó al músico cuando apenas comenzaba a transitar por los caminos de la fama.

Diría que no llegó a conocerla en todo su esplendor, pero su Disco de Oro en Colombia (2001) por las más de veinte mil copias vendidas, el de Platino al superar las cuarenta mil, la Placa de Hijo Ilustre de la localidad española de Pamplona, o el Premio Cubadisco 2003 por su álbum Guitarra Mía, entre otros galardones, avalan al talento esculpido a base de esfuerzos.

¿Quién fue, verdaderamente, Polo Montañéz? Pues el tercer cubano premiado con un Disco de Platino. Un cantante y compositor de tierra adentro que le cantó a la existencia humana en sus más diversas dimensiones.

Compositor de más de un centenar de temas inspirados, quizás, desde el surco, de ese que conocía casi todos sus secretos.

Uno de los fenómenos más interesantes dentro del panorama musical cubano que comenzó a escalar los escenarios hasta compartirlos con grandes de la talla de Rubén Blades, Andy Montañez, Margarita Rosa de Francisco, César Évora, Cándido Fabré, Francisco Repilado (Compay Segundo), Eliades Ochoa, Adalberto Álvarez o Danny Rivera, por citar algunos, y que lo mismo en Colombia, Francia, Portugal, Bélgica, Holanda, Italia, México, Ecuador, y Costa Rica dejó un sello personalísimo a lo Polo Montañéz.

El campo lo curtió, y desde allí empinó la voz para emprender la autoría de manera autodidacta. Quizás marcado por las vivencias paternas cuando hacían carbón.

Después fue de casa en casa hasta que un día de 1972 se estableció en los hermosos parajes de la comunidad pinareña Las Terrazas.    

Cuentan que Polo se subía en un cajón y tocaba tumbadora creada a partir de un tronco de aguacate pulido con cuero, y así comenzó a cantar hasta convertirse en el líder de la agrupación Cantores del Rosario.

Carbonero, ordeñador de vacas, tractorista y machetero formaron parte de su amplio espectro laboral, y compuso su primera canción en 1973 a la que nombró Este tiempo feliz. Luego vendrá otra y otra… y ocubaban el espacio de una gaveta al no considerarlas de valor.

Eso sí, componía sin cesar aunque jamás supo escribir las notas musicales de sus composiciones para lo que tenía que auxiliarse de un experto o memorizarlas con extraordinario esfuerzo.

Una vez fundado el Complejo Las Terrazas la agrupación musical inició sus presentaciones en las diferentes instalaciones turísticas del lugar. Así conoció al representante de una disquera quien le propuso hacer varios discos.

De ese proyecto nació su primer CD Guajiro Natural convertido en todo un hito en la palestra internacional.

Después vendrían Guitarra Mía, en 2001, y Memoria, tres años más tarde, y como bien se sabe en menos de tres años Polo Montañéz se convirtió en el astro popular de Cuba apoyado en su propia sencillez y en ese carisma genuino que nunca perdió a pesar de su efímera fama.

Fue (y es) venerado por niños, jóvenes, y por representantes de las diversas generaciones cuya cifra de asistentes a los conciertos rompían todos los cálculos.

Cuando noviembre de 2002 llegó a su día 20 trajo la fatídica noticia. Un accidente automovilístico de regreso de La Habana lo expuso a una extrema gravedad hasta que el 26 del propio mes el luto reinó de nuevo en el pentagrama musical del archipiélago y en otros lares del Orbe.

No por gusto talentos como Gilberto Santarrosa y Marc Anthony han incluidos en sus respectivos repertorios temas de Polo Montañez, cuya vida y desenvolvimiento inspiró al avileño Fernando Díaz Martínez a escribir el primer libro dedicado a su memoria.

Más tarde la periodista y compositora vueltabajera, Marisol Ramírez Palacios, nos entregó Café amargo con salvia que, entre otros detalles, propicia muchos de los escollos a los que se impuso el cantor para llegar al éxito.

Polo ¿no está? Pienso que sí, y desde donde permanecen los grandes nos sigue deleitando con las etiquetas naturales de un verdadero guajiro, y con las cuerdas de esa guitarra muy suya que es de todos.

Desde allí nos sigue regalando ese montón de estrellas que tanto nos hizo bailar, esas que hoy, y cada día, brillan para dar luz a la gloria perenne.

(*) Nota de Editor: Los trabajos publicados en temas (Artistas) han sido elaborados por este autor, a partir de informaciones de base, sin que consignen la totalidad de detalles, hechos, y personalidades que influyeron en el desarrollo artístico.

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Santiago Feliú (Cuba)

Santiago Feliú  (Cuba)

Por Ricardo R. González (*)

El tiempo, el implacable, el que pasó… aplaza, sin desearlo, deudas impostergables. Y esta reseña se la debía a Santiago Feliú Sierra desde que en aquel fatídico 12 de febrero pasado emprendió el camino hacia la eternidad acompañado de sus musas inspiradoras de poesías.

No tuve el privilegio de conocerlo personalmente, mas al saber de su partida me pareció que rasgaba su guitarra en la sala de mi casa con un inmortal Para Bárbara, o que el reproductor de CD repasaba, una y otra vez, Vida.

Cantante, guitarrista, compositor, productor, y componente de una familia prolífera en el arte, formó parte de aquella generación que, a principio de los 80, oxigenó la trova con nuevos bríos.

Junto a Carlos Varela, Frank Delgado, Pedro Luis Ferrer, Gerardo Alfonso, Alberto Tosca, Xiomara Laugart, Donato Poveda, Anabell López, el grupo Arte Vivo, y muchos más, nos llegaba otra manera de cantarle a la vida, al amor, a las desigualdades, a las esferas del día a día apacible, sorpresivo o convulso, dentro de una acuarela de realidades que tampoco ocultó la rebeldía propia de una generación con derecho para hacerlo.

Algunos, como Santiaguito, se quedaron, otros partieron al extranjero, pero los buenos hacedores de la cultura cubana no pueden tacharse de un plumazo porque, estén donde estén, sería, a la postre, un error imperdonable.

En sus cortos, pero fecundos 51 años, Santiago tuvo la posibilidad de disfrutar de la llamada versatilidad. Además de su inseparable guitarra supo de los encantos de un teclado, descubrió los secretos de la percusión, y probó los sonidos graves emitidos desde el bajo.

Quizás por ello el sobrenombre de «El Eléctrico», como lo conocían en el medio. Alguien que bebió la sabia de su hermano Vicente, aunque con estilo definido, o de los íconos del Movimiento de la Nueva Trova.

Con solo 13 años conoció a artistas de su generación. Luego, con el paso del tiempo, creció artísticamente hasta compartir escena con el

majestuoso Ibrahím Ferrer, Ismael Serrano, Luis Eduardo Aute, León Gieco o Fito Páez, sin dejar de recrearse con las obras clásicas de Beethoven, Vivaldi, lo sui generis del maestro Juan Formell, o hasta del rock aunque no le simpatizara tanto.

En cierta oportunidad declaró: «Soy un adicto al «bajo cero» (la depresión), a toda esa cosa que se arma de la melancolía o el desamor, el meterle lo gris a mis melodías»; sin embargo, jamás las apartó del contexto real ni utilizó metáforas de más para resaltar, ante todo, los diferentes matices de la existencia humana.

Desde su primer CD Vida, en 1986, Santiaguito sumó otros siete fonogramas:  Trovadores (1987), Para mañana (1988), Náuseas del fin de siglo (1991), A guitarra limpia (1998), Futuro inmediato (1999), Sin Julieta (2002), y Ay, la vida, en 2010, sin contar otras producciones en vivo, y cuatro álbumes colectivos.

En mayo de 2013 grabó lo que nadie imaginaba que sería su último tema en estudio. Se trata de Los poetas, con texto perteneciente al escritor Paco Álvarez, e incluido en un material discográfico múltiple en el que también colaboran diferentes letrados y artistas como Luis Eduardo Aute, Elena Poniatowska, Jaime Sabines, y Tania Libertad bajo el título de Manual para Olvidados.

Su entrevista ¿final? la ofreció al diario Granma en agosto de 2013 en la que, de manera raigal y con sólidos argumentos, sostuvo el presupuesto de que lo menos artístico de hoy es lo que resulta más rentable.

Un infarto quebró su corazón. Toda partida física duele, mas la obra perdura, retoña, e incluso, se nos hace nueva.

Así me ocurre cada vez que lo escucho, Sobre todo en este antológico Para Bárbara que eriza la piel y perdura en el alma. Un tema inspirado en la esposa con quien se casó a los 18 años para sostener una relación de solo ocho meses.

Mientras tanto, desde la sala de mi casa me sigue pareciendo que el trovador la interpreta una y otra vez, como en aquel día de febrero cuando imaginaba que estaba sentado en el sofá, en el sillón, o paseándose de una esquina a otra junto a un cigarrillo nervioso o un traguito de ron para calentar las cuerdas. Quizás hasta sentí Para Bárbara con más fuerza mezclada entre la nostalgia. Y lo veo con su melena al aire, apoyado en la tilde comprometida, con su canto de esperanzas iluminando la vida. O para no resultar egoísta, compartiendo con muchos desde el patio del Centro Pablo a guitarra limpia.

Canta Santiago, canta, porque el perverso infarto te pudo llevar, pero jamás arrancar las raíces rebeldes que perduran por siempre desde tu eterno descanso de paz.     

(*) Nota de Editor: Los trabajos publicados en temas (Artistas) han sido elaborados por este autor, a partir de informaciones de base, sin que consignen la totalidad de detalles, hechos, y personalidades que influyeron en el desarrollo artístico.

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Luis Carbonell (Cuba)

Luis Carbonell  (Cuba)

Por Ricardo R. González (*)

Le pido permiso a la trovadora y amiga Liuba María Hevia para apoderarme del título de una de sus canciones porque el irrepetible Luis Carbonell está, desde este 24 de mayo, en «El sitio de los ángeles».

Su quebrantado estado de salud presagiaba que en cualquier momento llegaría la noticia. Y este sábado amanecimos con la realidad esperaba, pero impactante a la vez.

Nacido en Santiago de Cuba, el 26 de julio de 1923, Luis Mariano Carbonell Pullés se consagró al arte, aunque siempre declaró que ni la poesía ni la música le despertaban tanto interés como el magisterio.

Y ese deseo fue concedido por la vida. Además de un excelente declamador de estampas populares o costumbristas Luis constituyó esa cátedra a la que todos asistían para constatar sus potencialidades. Desde las más encumbradas figuras hasta el aprendiz que deseaba, algún día, calar en la preferencia de su pueblo.

Que lo diga cualquier artista. Omara Portuondo, por ejemplo, acaba de confesar que si bien ya partió, lo lleva siempre en su corazón. Farah María lo consideró como una especie de guía al disolverse el cuarteto de Meme Solís y emprender cada uno de sus integrantes el camino de solistas. «Me criticó mucho —dijo— pero me decía lo que debía y no debía hacer, y eso es aprender», y todavía recuerdo a Tony Pinelli durante la reciente Gala efectuada por las nueve décadas de vida de Carbonell cuando subrayó: «Éramos muchachos con afición por la música. Fue mi maestro, y aunque han pasado los años lo sigue siendo».

El Acuarelista de la poesía antillana, epíteto determinado por la dirección de un programa de la antigua CMQ, marchó con el deseo de haber estudiado seriamente el piano, mas no pudo ser; sin embargo, tuvo la virtud de sobresalir en el montaje de voces. Cuartetos como Los Del Rey, Los Bucaneros o Los Cañas, o el gran Pablo Milanés deben parte de sus respectivas carreras al rey de la declamación, y que decir de Esther Borja, ese ícono de la cultura cubana, al lograr ambos un hito en nuestra historia musical con el disco Esther canta a dos, a tres, y a cuatro voces en tiempos en que las técnicas de grabación eran tan rudimentarias que apenas permitían la equivocación.

De su Santiago natal siempre evocó aquella época en que trabajaba como profesor de inglés y alternaba con la radio, un medio al que llegó, en 1943, como invitado a un programa de aficionados en la CMKC del que asumiría, a la postre, la dirección artística.

Nueva York le traería el encuentro con Esther Borja en 1946, y a través de ella conoció a Ernesto Lecuona.

Maestro, pianista, repertorista y arreglista. Facetas más que suficientes para sentar cátedra y afirmar: «Todo lo que he conseguido fue a base de mucho estudio» y con la visión necesaria para defender el precepto de que no hay popularidad sin fama y viceversa, aunque resulten dos cosas diferentes.

Bastarían solamente Los 15 de Florita o La negra Fuló para consolidarlo en la dimensión suprema. De esta última estimó: «Vi un poema bueno, pero no pensé que fuera a gustar tanto».

Una persona decente, en extremo ético, cordial, y abierto para todos resumen una mínima parte de las cualidades de Luis Carbonell, el artista que recibió distinciones, mas no todas las merecedoras de su talento, y el que también sufrió decepciones y momentos amargos como aquel en que estuvo silenciado o apartado de las cámaras televisivas.

A pesar de los pesares, los enfrentó con el optimismo de un cubano que nunca quiso vivir fuera de su contexto, ni antes ni después.

Así es Luis Carbonell, esa gloria que a los 90 años entró para transitar, eternamente, por el sitio de los ángeles.   

(*) Nota de Editor: Los trabajos publicados en temas (Artistas) han sido elaborados por este autor, a partir de informaciones de base, sin que consignen la totalidad de detalles, hechos, y personalidades que influyeron en el desarrollo artístico.

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Kino Morán (Cuba)

Kino Morán  (Cuba)

Por Ricardo R. González (*)

Kino ya no está. Se marchó un día de noviembre de 2006 para irrumpir en el Olimpo de los grandes. Así Joaquín Moltó Corominas, su verdadero nombre, abandonaba aquella casita de Guanabo, casi frente al mar, que servía de pretexto a fin de abrir el álbum de los recuerdos, ejercitar la memoria, y sentir el reencuentro con sus seres queridos y viejos amigos.

Su historia en el arte se remonta al 8 de septiembre de 1947 cuando formó parte de la orquesta Bayamo, dirigida por Armando Martínez.

Tenía, entonces, 17 años. Hizo su debut en las fiestas de Guanabacoa, y después incursionó con la agrupación Indians, de San Antonio de Río Blanco, en las proximidades de Jaruco.

Lo suficiente para festejar esas oportunidades benditas que llegan como regalo divino, pues la orquesta alternó con el Conjunto Casino y el ya conocido Roberto Faz, quien al escuchar cantar a Kino lo invitó a incorporarse a otro colectivo de mayor renombre.

No pasó mucho tiempo para que se integrara a la Swing Casino dirigida por el güinero, Rafael Solís. Quienes siguieron su trayectoria recuerdan aquella anécdota cuando se vio precisado a suplir a Roberto Faz durante una presentación en Jaruco,

Ya por entonces Kino se declaraba admirador de las voces de Alfonso Ortiz, Cheo Marquetti, Rolando Laserie, y del trío vocalista de oro que dio vida a la Aragón.

La presencia de Kino Morán asciende vertiginosamente. Espacios estelares en la época como El show del Medio Día, conducido por el insustituible Germán Pinelli, y otros de TV ejemplificado en Música y Estrellas, bajo la batuta del experimentado Manolo Rifat, lo incluían en sus programaciones.

A partir de entonces directores de primera línea como Joaquín M. Condal y Pedraza Ginori, entre otros, lo hicieron figura habitual a la hora de conformar sus elencos.

El tiempo corría, y a pesar de su juventud el dueño del cabaret Ali Bar lo invitó para que se presentara en el show. Kino demostró su talla artística e intervino, además, en los bailables del centro nocturno a lleno total.

Esta incursión le propició un salto importante en su carrera. Allí se mantuvo desde 1956 hasta 1960, y alternaba en el club nocturno Cuatro Ruedas, radicado en la misma zona del Ali Bar, hasta que su entrada en la orquesta de los Hermanos Castro le propinó su gran momento artístico gracias a una convocatoria lanzada por Radio Progreso a la que acudieron Orestes Macías, Luis García, Puntillita y muchos más.

Según entrevistas Kino admiró a Manolo Castro, pues fue quien le enseñó todo: «Cantar, vestir, desenvolverme en el gran mundo. Fue mi maestro y amigo».

Con esta impronta incursionó por todos los famosos cabarets de La Habana; sin embargo, llegó una etapa efímera, de solo un año, con la orquesta de Julio Cuevas hasta su desintegración que lo llevó a emprender el camino como solista.

Giras por todo el país no faltaron. El propio Kino reconoció sus vivencias junto al gran Benny Moré, y el apoyo que siempre le brindó a sus discos. Tampoco olvidaba a Ñico Membiela, Panchito Riset, Orlando Vallejo, Lino Borges, Roberto Faz, Pacho Alonso , Alberto Ruiz, y al maestro Luis Carbonell que lo consideró como «el poeta del bolero».

Allá por la década de los 60 las presentaciones de Kino por todo el país eran reiteradas. Apenas tuvo descanso porque formó parte de la cartelera del recorrido de los circos como novedad  de variedades en la época.

Nunca le interesaron las giras al exterior, a pesar de las innumerables invitaciones que le hicieron, pues en el hotel Nacional tuvo la oportunidad de alterar con el famoso Lucho Gatica.

En el mundo de las grabaciones sobrepasó las 250, y entre tantas resultan inolvidables Dos perlas, de Arturo Clenton, Si te contara (Félix Reina), La Lupe (Juan Almeida), Vuelvo (María Álvarez Ríos), y la pieza antológica en su repertorio que la hizo muy suya: Quien sabe corazón, de Xiomara Méndez.  

Muchas recogidas por los fonogramas grabados para las firmas RCA Víctor, Puchito, y el sello Areíto, de la Empresa de Grabaciones y Ediciones musicales de Cuba (EGREM).

En 2004 la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) ofreció un homenaje a la trayectoria de Kino Morán. En sus palabras de agradecimiento subrayó que era un hombre feliz porque contaba con el aplauso de un pueblo que lo veneró, además de constatar el aprecio de grandes amistades entre los propios artistas.

Así fue (y es). Un hombre sencillo, buen padre y amigo. Quien tuvo la suerte que su hijo Kinito emprendiera las sendas del arte por algún tiempo. El exponente del que el gran German Pinellí expresara: «No hay un solo tramo de la tierra cubana que no haya recibido la visita y la voz de Kino Morán».

A mi modo de ver no hubo cubano que lo ignorara, que se sustrajera de su forma de expresar el bolero, de esa fuerza peculiar que le impregnó a la pasión a través de la melodía.

En medio de esta gloria se nos fue para quedarse. Y no existe paradoja, porque si es cierto que se marchó un día de La Habana que lo vio nacer, el 29 de octubre de 1930, Kino Morán queda en el alma de quienes le aplaudieron hasta el delirio, en las grabaciones que hacen vibrar su voz, en las evocaciones de las victrolas, y en el acervo musical de una isla que lo sitúa y contempla desde el trono de la inmensidad.

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José Tejedor (Cuba)

José Tejedor   (Cuba)

Por Ricardo R. González (*)

Hace ya 22 años que José Tejedor nos abandonó «en las tinieblas de la noche». para que el bolero se silenciara al perder a uno de sus clásicos exponentes.

Pero él no quiso luto. Todo lo contrario. Que ese género siguiera compulsando a sus seguidores porque ya había sentado cátedra por todo el mundo.

Y la historia del cantante comenzó como la de muchos, en programas de aficionados, convites familiares, y actuaciones en diversos locales hasta que en 1958 realizara sus primeras grabaciones en los estudios de Radio Progreso.

Algunos consideraban que era un ciego con luz en la voz, sin imaginar que aquella criatura, nacida el 7 de agosto de 1922, en la barriada capitalina de Santos Suárez, irrumpiría en el éxito hasta convertirse en una voz antológica de la canción cubana.

Tejedor también incursionó en la composición y acompañado de su guitarra no escapó de la Corte Suprema del Arte, de la antigua CMQ, sin apenas ser reconocido.

Un momento trascendental en su vida artística fue la conformación de su dúo con Luis Oviedo, del quien ya fallecido Senén Suárez afirmó: «Luis Oviedo siempre cantó con voz de falsete y no de segundo, como se ha comentado, quiere decir, una tercera o una cesta sobre la voz prima. También es correcto decir que él interpretaba la mitad de la obra sobre lo que cantaba Tejedor y el dúo resultaba muy agradable».

Y cuando asomó 1959 Tejedor realizó sus primeras grabaciones ya como cantante profesional que acapararon todas las victrolas cubanas.

Desde sus inicios se caracterizó por un estilo único e irrepetible. Decía y hacía sentir el bolero a su manera, y si bien la radio y las empresas disqueras lo incluyeron en sus programaciones y catálogos, solo algunos espacios de la TV contaron con su presencia.

Entre los discos registrados aparecen «En las tinieblas», «Escándalo», «Como nave sin rumbo», «Pasión sin freno», «Llora corazón» y «Mi Magdalena» que cifraron su nombre entre los inmortales.

Lo cierto es que Tejedor y Luis hicieron soñar y recordar a varias generaciones de cubanos. Aun hoy aquellos que saborean un trago los prefieren para evocar gratas vivencias o amargos desengaños.

Se nos fue el 2 de noviembre de 1991, precisamente en el Día de los Fieles Difuntos, pero donde quiera que esté sabe que dejó su sitio reservado para la posteridad. Ese que se le respeta a los grandes de siempre.

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Marta Valdés (Cuba)

Marta Valdés (Cuba)

Por Ricardo R. González (*)

Decir Marta Valdés es hablar de una cátedra infinita de buen arte, o mejor, de cubanía. Acaba de cumplir 79 años, y puede recrear al máximo ese distingo que nació con ella desde que a su vocación por la literatura le sumó el canto y la guitarra, cuyos estudios comenzaron cuando apenas asomaba a la adolescencia.

Muchas han sido las personalidades que dejaron huellas en la formación de su incipiente talento. Desde Francisqueta Vallalta hasta Leopoldina Nuñez, Vicente González (Guyún), el propio Alejo Carpentier, y Odilio Urfé porque, sin lugar a dudas, la guitarra se convertiría en esa inseparable compañía que acuña sus inspiraciones y sentimientos.

En 1955 le sorprende la primera composición, no sin antes pasar por un trío vocal-instrumental de aficionados, o agrupaciones corales bajo la acertada pupila de Cuca Rivero. Desde entonces el amor y otras aristas de la vida sustentan la magia de sus canciones que acarician la línea del filin.

Sin embargo, la obra de Marta Valdés pasea por los más diversos géneros que van más allá de las canciones porque a ellas suma el bolero, la habanera, la guajira y la balada, sin menospreciar el son montuno, la criolla, el pregón, la guaracha y el danzón cantado.

Son pocos los intérpretes cubanos y de gran parte el mundo que no incluyan algunas de las piezas en sus respectivos repertorios. El antológico Llora, Hay mil formas, Canción desde otro mundo, Sir ir más lejos, o En la imaginación, respaldan un sello de calidad dentro de una autoría impresionante.

El cine recoge, también, el quehacer de esta habanera nacida el 6 de julio de 1934 en los filmes Lucia y Un hombre de éxito, a lo que se suman otras composiciones que forman parte de las bandas sonoras de documentales, o las dedicadas al teatro, a personalidades, y las inspiradas por lo singular de un paisaje o un escenario.

Varias publicaciones y espacios radiales recogen la valía de sus conocimientos, y no es extraña su presencia en eventos musicales que reclaman el necesario tino y profesionalidad de una figura indispensable dentro del panorama musical del archipiélago.

Ganadora del Gran Premio de la Feria Internacional CUBADISCO 2001ha paseado su dualidad de compositora e intérprete por locaciones de México, España, Colombia, República Dominicana, y Canadá, mientras no esconde su labor con textos de grandes de las letras como Nicolás Guillén, Eliseo Diego, Federico García Lorca, Tirso de Molina, y Máximo Gorkí entre otros.

Merecidas distinciones colman la obra de Marta Valdés, quien demuestra su capacidad extraordinaria para seguir alimentando la espiritualidad con esas musas inquietas que indican siempre un trino renovador porque, como afirma una de sus letras, Hay todavía una canción.

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Cascarita (Cuba)

Cascarita  (Cuba)

Por Ricardo R. González

Este lunes 12 de noviembre de 2012 Cascarita nos dijo adiós. Ni siquiera se despidió, ni dio un augurio de que ya se acercaba el final de sus días. El peso de 79 años llevados sobre la diminuta anatomía, y el desgaste a su paso por la vida condicionaron esa complicidad inexplicable del desenlace irreversible.

Ya no veremos a Martín Chávez Espinosa con su clásico sombrerito ni su rostro peculiar de mitad chino y la otra parte cubano, el maestro del güiro y de las claves, el criollo que hacía vibrar el escenario gracias a ese temperamento que lo acercaba al más vital de los adolescentes.

Se fue signado por el privilegio de compartir la actuación con Benny Moré y Compay Segundo, por citar solo dos luminarias, o de pertenecer a otras agrupaciones hasta llegar al emblemático grupo villaclareño Los Fakires, del que resultó voz líder para impregnarle un matiz peculiar a cada interpretación.

Así los sellos disqueros EGREM y Magic Music  registraron a la banda villaclareña en sus respectivos catálogos, y dieron vida a lo que sería el primer disco de la agrupación en formato de CD.

Temas antológicos de los años 30, 40 y 50 conformaron la muestra que incluyó 14 tracks: Suavecito, Chan, chan,  Mata Siguaraya, Fuerza de voluntad,  El reloj de Pastora, y El bobo de la yuca, entre otros.

Por otra parte Los Fakires, ese algo muy nuestro legendario acompañaron a figuras claves de la música cubana como Omara Portuondo, Beatriz Márquez, Ela Calvo, Farah María, Miguel Ángel Céspedes, Alberto Falla (ex cantante del grupo Moncada), Moraima Secada, Los Hermanos Bermúdez, y Tata Güines para compartir con lo mejor de la música cubana contemporánea,

En 2004 intervinieron en El son más largo con el propósito de lograr un Récords Güines luego de más de 300 horas de ejecución indetenible a lo largo del país, mientras la potencialidad del colectivo resultó suficiente para ser captada en un documental producido por la National Geographic   

Giras por Europa, Estados Unidos, y África consolidaron la profesionalidad de sus músicos que despidieron a su antológico cantante en la necrópolis de Santa Clara.

Cascarita marchó, y aun bajo el efecto de lo creíble o el indicio de una simple pesadilla habrá que reconocer que es cierto. Por eso, no lo censuramos por no pedirnos permiso para emprender el largo viaje. Claro que por voluntad no lo dejaríamos partir.

Nos queda su legado, allí entre la magia de El Mejunje, en el centro de promoción cultural El Bosque, en el ambiente de la casona de la UNEAC, por las áreas del Museo de Artes Decorativas , o quién sabe…Queda su música grabada, y el recuerdo de su silueta activa envuelta por la gloria de su ciudad, deseándole, como él quería, salud al buen arte.

Entonces, esté donde esté, maestro, ilumínenos desde el Olimpo invencible de los grandes.

Emiliano Salvador (Cuba)

Emiliano Salvador (Cuba)

Por Ricardo R. González (*)

Un 22 de octubre de 1992 su piano dejó de tocar. Se nos fue tan fugaz, pero inmerso en un mundo creativo al que le inyectó sus apenas 41 años de existencia. Emiliano Salvador, el pianista de pianista, y el compositor de música afrocubana y de jazz latino nos dijo adiós.

Hace ya 20 años; sin embargo, el homenaje a su pueblo natal, Puerto Padre, nos parece como acabado de plasmar en la partitura en busca del siempre estreno, e inconforme al fin luego de concluir estudios de percusión y piano en la Escuela Nacional de Arte fue en busca de Federico Smith, Leo Brower, y Juan Elósegui para completar sus estudios.

Siempre se recordará su paso por aquel Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, o como pianista y arreglista de la agrupación que acompañaba a otro de los grandes: Pablo Milanés.

El talento de Emiliano lo llevó a trabajar con Silvio Rodríguez, Chico Buarque, y con el cuarteto brasileño MPB4, hasta que fundó su propio colectivo para vestirse con un estilo muy personal que bebe las raíces afrocubanas, las corrientes del jazz, y la polígama de la música del Brasil.

Un incansable labrador de la música que suma el mérito de innovar en función de la armonía para convertirse en uno de los primeros pianistas en lograrlo apoyado en el llamado movimiento free jazz con admiraciones hacia Thelonious Monk , Cecil Taylor, y Bela Bártok, mientras que admiraba a Peruchín Jústiz, Frank Emilio, y a Dámaso Pérez Prado, considerado por él como el Thelonious Monk de la improvisación cubana.

Para los expertos pues piezas Angélica, Poly, Mi contradanza, y Una mañana de domingo sientan cátedra dentro de los aportes al jazz cubano.   

Y a su catálogo se suman inspiraciones como Aquellas gaviotas, Zapateo para una dama bella, Danza para cuatro, El montuno, Jazz Plaza, y Preludio y visión, entre muchas otras.

El evento más importante de la discografía cubana le confirió el Premio, en la categoría de música de archivo, por su Pianísimo, ese inseparable acompañante que, al parecer, la traía desde su cuna en Las Tunas cuando vino al mundo el 19 de agosto de 1951.

Es posible que Emiliano se haya marchado físicamente, sí, se nos fue, mas el preludio de la próxima melodía está por venir desde un piano inquieto que ilumina el cielo de los grandes.

(*) Nota de Editor: Los trabajos publicados en temas (Artistas) han sido elaborados por este autor, a partir de informaciones de base, sin que consignen la totalidad de detalles, hechos, y personalidades que influyeron en el desarrollo artístico.