¡MAESTROS, GRACIAS POR LA VIDA!
Por Ricardo R. González
Qué decirles en este día, MAESTROS. Tantas cosas que emprendemos el reto de que no escape ninguna de las ideas en el trepidar de la vida, entre esos buenos deseos que atesoramos y de las dichas que ustedes merecen.
Existen vivencias en un largo camino desde que reciben en el círculo infantil y consuelan a los que lloran, y después toman de la mano para descubrir el universo hasta soportar caprichos e incontables majaderías, involuntarias o no, que no están obligados a soportarlas, pero la inmadurez o la espontaneidad de infancia sorprendieron en aquellos tiempos.
Fueron ustedes los que nos enseñaron a amar a Martí, a descubrir su vigencia y grandeza, a ser fieles en cada uno de nuestros actos, y a tener en cuenta que debemos profesar un respeto extremo hacia el prójimo.
Educadores y, a la vez, sicólogos, porque se convierten en familias sin tener que pedir permiso, quienes se percatan de que algo no anda bien ante los cambios de conductas de sus alumnos y dejan preocupaciones e incertidumbres, por lo que se suman a esos seres queridos que, lejos de repudiarlos, los arropamos en el corazón por hacernos tanto bien.
Gracias por ser vigilias de nuestros trazos caligráficos e insistir en la necesaria ortografía, por enseñarnos el valor de las ciencias o de las no menos trascendentes letras, por inculcarnos los valores de la amistad, el amor familiar, las perfectas conjugaciones del verbo amar o las grandezas humanas a partir de un noble sentimiento, y a los que, aun jubilados, disfrutan cada éxito de sus discípulos porque ustedes forman parte de ellos.
Agradecidos, a la vez, de aquel día en que nos regañaron o alertaron cuando se percataron que no era el camino, al molestarse con nosotros cuando sabían que no se había llegado a la altura de lo que cada uno podía aportar.
Gracias, mil gracias a todos por haber escogido las sendas del magisterio, el olor de la tiza y mancharse la ropa con su polvo blanquecino para plasmar las riquezas infinitas a través del pizarrón. Gracias por moldearnos con el paso del tiempo. Gracias a quienes educan, con palabras, hechos y extraordinarios criterios, sin ser maestros a partir de la vivencia del día a día. Gracias por hacernos comprender que la luz hay que encontrarla por encima de cualquier contingencia.
Imposible apartarnos de los que ya no están, pero están. Y no es paradoja porque tanto magisterio entregado lo llevamos en la vida, y no es extraño que, en algún momento, nos lleguen esos recuerdos tan claros como imborrables.
FELICIDADES MAESTROS. Reconozco a los que un día decidieron acogerse a la jubilación y, sin embargo, retornaron porque el candil de la enseñanza no puede apagarse.
Y permítanme un reconocimiento especial a quienes en el transcurso de toda la enseñanza me tuvieron en sus aulas, desde la primaria hasta las disciplinas universitarias. No sé si lo hice bien, regular, o mal, si di la talla o si no, si en algún momento los defraudé, mas imposible olvidar y reconozco que me estremecen cada vez que nos encontramos porque un beso o un abrazo no resulta suficiente.
A los que están aun con más canas, con ciertas arrugas que delatan los años, pero con el alma limpia y linda como el primer día, y también a los que un día partieron y dejaron el vacío insustituible en el corazón de los agradecidos.
No menciono nombres porque la gratitud es inmensa, porque nos debemos, eternamente, a ustedes por portar el evangelio en el alma y la luz de la educación.
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