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Sanadores del alma y de la vida

Sanadores del alma y de la vida

Por Ricardo R. González

Ilustración: Martirena

Quiso el calendario que casi al término del año llegue el homenaje a los tantos que se dedican a preservar la existencia con toda su sabiduría, aunque el agotamiento trate de vencer, o si en algún momento las fuerzas declinan porque existe un ser humano que suplica y necesita de ustedes.

Han sido tiempos difíciles, crudos, de innovar y crecerse cuando faltan recursos, ante un medicamento indispensable que no está, por la ausencia de un equipo inutilizado ante el desgaste o la obsolescencia de un componente, o de una cirugía que apenas dispone de lo elemental. Entonces prima ese magisterio incalculable y cierto arte de magia que los hace grandes y duendes bendecidos.

Qué mejor examen que ese dejado, a prueba de fuego, bajo una pandemia agresiva para el mundo, aun así volvió a tenderse la muralla sin importar rangos profesionales ni oficios.

Desde el encumbrado profesor de camino por las barriadas hasta los estudiantes que, en función de las pesquisas, dejaron el aula para asumir el llamado de su tiempo.

Tendríamos que sumar a quienes permanecieron en zona roja, sin pensar en peligros ni contagios, con las prohibiciones de ver a sus seres queridos, llevarlos, apenas, en una foto o en el recuerdo, y cumplir protocolos porque un maléfico virus así lo exigía.

Cuántas vivencias acumuló esta etapa como la de un ilustre médico a quien sus alumnos le pidieron que no entrara en el área de peligro porque su categoría exigía quedarse afuera.

Y ese médico respondió: «en la lucha contra la Covid no existen distingos científicos ni docentes, todos somos iguales y si es adentro, mejor».

O del galeno que en tiempo de aislamiento recibía una estocada para el alma cada vez que su pequeña inquiría por teléfono: «papá, y cuando tú vuelves a casa?

Pero también la de aquel dedicado a la salud que lo vi salir de esa zona roja dando puñetazos sobre la pared porque no pudo reanimar al paciente, a la enfermera imposibilitada de compartir el día del cumpleaños de su mamá al estar cumpliendo su deber, sin imaginar que sería el último de su progenitora, o la doctora que muy joven quedó con el deseo de conocer a su hija porque la terrible y despiadada epidemia se lo imposibilitó.

Sería imperdonable excluir a quienes dedicaron parte de sus vidas en los centros de aislamiento, en hospitales de campaña, sin olvidar al PAMI, al SIUM, al colectivo del Laboratorio de Biología Molecular procesando las muestras, y al Centro Provincial de Electromedicina que olvidaron el sueño y la fatiga para responder ante los agudos problemas del sistema sanitario.

No olvidemos a las auxiliares de limpieza de frente al peligro, a quienes dieron vida a los vacunatorios y trataron de minimizar con su accionar a un «bicho» traicionero, y menos a los que desde las salas hospitalarias, policlínicos y otras entidades enfrentaron la marcada falta de oxígeno, la ausencia de PCR a tiempo, y cuántas complicaciones aparecieron en esta era. A ellos, a los exponentes de la ciencia cubana, y a todos los que les tocó la misión en los municipios o prestaron su colaboración a provincias seriamente afectadas por el SARS-CoV-2.

Es tiempo de celebración, mas resulta imposible olvidar, como tampoco excluir a quienes, desde otras tierras, han ayudado a esos pueblos a mitigar las dolencias inimaginables presentes en el ser humano. Para ellos, el aplauso de los suyos por hacer latir el corazón villaclareño desde la distancia.

Recordemos a los promotores de la prevención con su consejo oportuno y sabio, a los médicos y enfermeros de la familia como eslabón necesario en la atención primaria, de frente a las problemáticas de la barriada ante un programa que pide revitalización y en el que no faltan las trabas, inconformidades y marcadas burocracias.

Al celebrarse, este 3 de Diciembre, Día de la Medicina Latinoamericana y del Trabajador de la Salud, en tributo al sabio cubano Carlos Juan Finlay, que llegue el reconocimiento a los valientes y héroes de estos tiempos, a las anteriores generaciones que resultaron imprescindible para garantizar la continuidad en el sector. No importa si están ya jubilados, mas, con el aporte de una obra de distingo e imperecedera.

Y a todos los que siguen en activo: la gratitud de su pueblo, ese que espera la marcada sensibilidad, a pesar de los agudos tiempos, y reclama de entregas como verdaderos sanadores del alma y de la vida.

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