La triste historia del «San Pasqual»
Por Ricardo R. González
Fotos: José Hernández Mesa (*) e internet
Visto desde lejos parece minúsculo, apenas un punto flotando en las aguas; sin embargo, en la medida que el mar nos acerca aquello adquiere dimensiones impresionantes, y aunque existen infinidades de sucesos que llegan a nuestro mundo marcados por un fatídico destino si de embarcaciones se trata esta «travesía» le acompaña al barco San Pasqual.
Sin dudas, una reliquia edificada en 1920 por la naviera Pacific Marine Construction, de San Diego, California, que optó por realizar tres réplicas gemelas concebidas, inicialmente, para el trasiego de petróleo.
La hipótesis fue descartada. Eran embarcaciones demasiado lentas para esos fines cuya base principal la constituía el hormigón armado, y en tiempos tan lejanos como 1933 comenzó la vida útil de uno de estos gigantes por la mayor de Las Antillas encaminada al depósito de mieles. Entonces recibió el sobrenombre de Pontón que entre sus múltiples definiciones acepta la de buque viejo encallado en puerto.
Durante la Segunda Guerra Mundial muy cerca de la embarcación existía una base americana y fue utilizado para operaciones hacia el centro de Cuba. Llegó a tener ocho hidroaviones, seis ametralladoras antiaéreas, y dos cañones instalados en la popa, pero también fungió como almacén y recinto hospitalario.
Todo parecía que la historia del tanquero concluía; mas en los días de la Batalla de Santa Clara recibió a prisioneros de la acción contra el Tren Blindado y a otros integrantes de las huestes batistianas antes del traslado a La Habana.
Con sus 128 m de largo un día quedó varado al suroeste de Cayo Francés, a 17 millas de Caibarién.
LA COMPAÑÍA DE UNA GUASA
El «San Pasqual» era inusual. Generalmente este tipo de embarcación posee su cuarto de máquina en la popa y no en el centro. Allí permanecía el engranaje principal que data de 1919, así como la campana, sus calderas de vapor, los mecanismos del timón y aquellos que hacen elevar el ancla como buen tesoro de lo que hubiese constituido un mini museo marítimo.
Sepa que resultó el medio que inspiró al célebre pintor Leopoldo Romañach para, desde allí, captar uno de sus hermosos paisajes y que contó con otro huésped de honor al ser visitado por Ernest Hemingway, entre el 10 y el 12 de octubre de 1938, en su afán desmedido por los misterios y encantos del siempre mare nostrum.
Algo curioso rondaba al barco. Un ejemplar de Guasa (Epinephelus itajara) estéticamente detestable, pero inofensivo, permanecía en la parte posterior del navío luego de su arribo a la isla. Llegó a alcanzar dimensiones considerables y se convirtió en la mascota de los tripulantes hasta que un buque habituado a cargar miel de las bodegas del «San Pasqual» puso fin a su vida con el accionar de las propelas.
INTENTO DE RESCATE
En la década de los 90 la embarcación fue remozada por el grupo de recreación y turismo Rumbos. El día de su inauguración constituyó una verdadera fiesta, concebida como una de las proyecciones turísticas de la provincia para los foráneos con el inconveniente de abordarlo por una escalerilla algo peligrosa.
El panorama resultaba incitante, verdaderamente mágico. Un buque tanque situado en una zona entre el ir y venir de cruceros caribeños en medio de aguas claras dotadas de un mosaico de fondos marinos y tonalidades verde-azules con virginidad asegurada en un área de alta sensibilidad ecológica y respetable biodiversidad.
Para su rescate se habilitaron ocho camarotes con la previsión de llegar hasta 10 habitaciones dobles, al tiempo que se establecía un lobby bar durante 24 horas, una pequeña tienda de artesanía, y el mundo de los vídeos y juegos recreativos a fin de desterrar el aburrimiento.
Su restaurante disponía de 42 plazas, en tanto la cubierta estaba diseñada para que los turistas tomaran el sol tropical, se dedicaran a la pesca o al buceo contemplativo, mientras que por la pasarela popa-proa se divisaban los cayos cercanos junto a un entorno inigualable.
Al caer la noche las propuestas anunciaban opciones recreativas al aire libre o en el propio lobby bar.
Por aquellos años no faltaron las previsiones para un proyecto inicial turístico contemplado entre el Farallón de Las Brujas y el propio barco. Se hablaba hasta de un área de buceo dirigida al visitante; sin embargo, todo eso formó parte de un pasado. Su cubierta, con las sillas de extensión y todos los aditamentos de la remodelación, al parecer, tomaron otros destinos. Quizás el olor a mieles fermentadas constituyó una de las causas para desvanecer las intenciones y no atraer la atención turística.
En la actualidad se habla de algunos proyectos sin dejar de reconocer que resultan muy costosos, mas así está el «San Pasqual» añejándose en el mar junto al silencio de las noches, la acción del salitre, los embates de las tormentas, con el olor a miel desprendido de sus bodegas y la inutilidad de admitir una carga total de 13 125 t. Una reliquia silente como único sobreviviente entre los tres de su tipo construido por la naviera de California.
APUNTE AL MARGEN
Aunque por causas diferentes Villa Clara mantiene en sus aguas otro puntal marítimo porque desde 1967 permanece en el puerto de Isabela de Sagua un Liberty perdido de los archivos navales que también vive su ocaso. El mercante griego Nikolis M del que, en determinado momento, contamos su historia.
PIE DE FOTOS
1.- Llamado del reportaje realizado por el periódico Vanguardia, en la década de los 90, a raíz de la remodelación del barco.
2.- Sillas de extensión permanecían a ambos lados de su cubierta.
3.- Una etapa de su gradual deterioro.
4.- Cada vez más marcada la depauperación.
5.- Estado actual del «San Pasqual».
(*) Fue un destacado fotorreportero que laboró durante varias décadas en el periódico Vanguardia, de Villa Clara. Falleció hace ya algunos años.
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