Latidos compartidos
Las vivencias de una paciente son parte de esta historia que comenzó a tejerse en julio de 1986, cuando Villa Clara abrió su Cardiocentro.
Por Ricardo R. González
Fotos del autor
Verónica Cárdenas Martínez tenía una infancia feliz. Jugaba y se acogía a las rondas infantiles o a esas travesuras que incitaban a descubrir el mundo, mas desde temprano sentía que una falta de aire oprimía su pecho a medida que pasaba el tiempo, mientras que las recurrentes afecciones respiratorias y las marcadas palpitaciones presagiaban la necesidad de un estudio profundo.
Galenos del hospital pediátrico José Luis Miranda comenzaron las investigaciones y no tardaron en arribar a un diagnóstico. Sin duda, existía una comunicación interauricular (CIA) o defecto cardíaco de nacimiento en la pared que separa las dos aurículas o partes superiores del corazón.
Se trata de una especie de orificio que aumenta el flujo de sangre enviado a los pulmones con presuntos daños en los vasos sanguíneos una vez llegada la adultez.
En ocasiones esta irregularidad desaparece por sí sola, pero en otras requiere de la cirugía para evitar la futura hipertensión pulmonar, la insuficiencia cardíaca u otras anomalías asociadas a las arritmias o al riesgo de accidentes cerebrovasculares.
Verónica mantuvo seguimiento médico hasta la apertura del Cardiocentro a donde fue remitida. Tenía entonces 25 años, y el 8 de octubre de 1986 entró al salón para resultar la cuarta paciente intervenida en la historia del centro.
«Recuerdo que los profesores Ismael Alejo Mena (ya fallecido) y Arturo Iturralde Espinosa fueron los cirujanos, secundados por el doctor Osvaldo González Alfonso como anestesiólogo. La operación fue a corazón abierto (con el empleo de la máquina corazón-pulmón, que reemplaza las funciones de los órganos durante el proceso). Tuve el privilegio de que el doctor Noel González Jiménez (también fallecido), pionero en la realización de trasplantes cardíacos en Cuba y jefe del servicio de Cirugía cardiovascular por entonces, participara en el acto, y de contar con excelentes atenciones en la Unidad de Cuidados Intensivos por parte de los doctores Ramona Lastayo Casanova y Mario Plasencia Pérez, junto a todo un personal de enfermería caracterizado por su encomiable labor.
AÑOS DE RECUENTO
Tres décadas acaba de cumplir el Cardiocentro Ernesto Guevara, que se convierte en parte de la región central y de todo el archipiélago. Entre tantas vivencias su colectivo no olvida el reto que enfrentaron aquel 24 y 25 de julio de 1986 cuando decidieron iniciar la obra. Entonces Teresa Vera Valle, residente en Manicaragua, y Marta Rodríguez Pérez, con domicilio en Vueltas (Camajuaní), traspasaron el quirófano para decirle adiós a sus respectivas irregularidades cardíacas.
También el doctor Ignacio Fajardo Egozcue, especialista de II grado en Anestesia y Reanimación, y uno de los fundadores, tiene un arsenal de recuerdos, y nunca olvida las tensiones compartidas en aquellos primeros casos.
Llegaba la hora cero. Había que demostrar lo aprendido en los adiestramientos recibidos en la capital cubana por quienes abrirían el largo camino, y así lo iniciaron.
Luego de los casos de Teresa y Marta hubo un receso hasta octubre de 1986 a fin de precisar detalles y reorganizar determinados objetivos, y casi en el «debut» enfrentaron la primera urgencia con un paciente de 48 años intervenido meses antes en La Habana.
Había descuidado la disciplina que demanda el régimen postoperatorio y ello provocó un coágulo en la aurícula izquierda que motivó otra intervención para extraerlo y sustituir la válvula dañada.
En estos años de recuento aflora el caso de aquella portadora de un síndrome congénito en la aurícula derecha, que requirió provocarle un paro circulatorio total a baja temperatura.
Era otra prueba de fuego debido a que la persona quedaba prácticamente muerta ante la necesidad de llegar de inmediato hasta la vena cava para trabajar sobre la anomalía.
El proceder no podía exceder los 45 minutos. Los expertos trataban de ganar tiempo. Pericia y dominio absoluto de la profesión sin juego de nervios. Y se logró. Reanudaron la circulación sanguínea por todo el cuerpo de la enferma bajo plena normalidad, aunque este paso demandara unas dos horas con tal de llegar a los 37 grados centígrados requeridos.
Entre noches de tensiones y en medio del bregar cotidiano apareció la primera menor que demandaba tratamiento quirúrgico en edad pediátrica: Yanet Millán Castillo, de solo 10 años, portadora de una curiosa irregularidad. La hiperplasia o estrechez en uno de los segmentos de la aorta le ocasionaba una hipertensión arterial en las extremidades superiores, mientras en las inferiores ocurría todo lo contrario. Ello causaba ciertos trastornos en el desarrollo físico de la menor.
Con el paso del día a día se incorporaron tecnologías y dispositivos que posibilitaron una precisión diagnóstica óptima, sin descartar aquellos procederes que evitan cirugías mayores relacionadas con los percances isquémicos o las obstrucciones de las coronarias, a pesar de que no resultan aplicables a la totalidad de los casos, pues depende de sus particularidades.
El Cardiocentro también conoce de largas esperas por roturas de equipos, y a partir de 2003 consolidó la cirugía de las coronarias sin el empleo de la máquina corazón-pulmón (C.E.C.), y en más del 95 % de estas intervenciones ya no se utiliza el dispositivo.
Y entre sus logros indiscutibles hay espacio para el servicio de Cirugía Vascular, el único existente entre las instituciones de su tipo en el país que rebasa las 1500 operaciones respaldadas con resultados de potencias desarrolladas en el mundo.
EL EPÍLOGO DE VERÓNICA
Verónica Cárdenas confiesa que pasada la operación sus síntomas desaparecieron. Solo quedó una arritmia marcada por una frecuencia cardíaca muy baja hasta que el organismo se adaptara a las nuevas circunstancias.
«Al pasar el tiempo decidieron situarme un marcapasos como regulador de mi vida».
—¿Quedaste con alguna limitante?
—No las conozco. Desarrollo mis actividades normales con los cuidados propios de una operada, pero sin limitantes. Camino bastante, porque no siempre puedo auxiliarme de un carretón, realizo los quehaceres hogareños y cumplo responsabilidades laborales como portera-guardabolsos del establecimiento El Encanto, perteneciente a la cadena de Tiendas Panamericanas.
—¿Y el colectivo del Cardiocentro?
—Es una prolongación de mi familia. Tendría que dedicar oraciones interminables para un verdadero centro de excelencia. Desde sus inicios mantiene su luz en función de pacientes y familiares. Trabajadores, sin distingo de oficios, que aman lo que hacen.
«Hace unos días leí en Vanguardia un trabajo dedicado al Cardiocentro, y cuánta razón tiene el doctor Raúl Dueñas Fernández, al decir que la máxima del centro no es la de atender bien al enfermo, sino la de mimar a quienes necesitan del servicio y a sus acompañantes. Yo lo sentí. Eso lo logran a plenitud con una disciplina extrema. Por eso el pueblo pide que sigan como hasta ahora y que el joven relevo prosiga los pasos ante tanta entrega».
Entonces, el Cardiocentro cuenta con el beneplácito de la vida para continuar su historia. Ese ganado por su personal de enfermería, técnicos, auxiliares, porteros, cirujanos, anestesiólogos, especialistas… en fin, y con el recuerdo de quienes estuvieron un día y por diferentes causas ya no están, pero dejaron su impronta en ese afán de entregarlo todo a favor del prójimo. Humanos de esta era que velan y acarician esos latidos compartidos.
PIE DE FOTOS:
1.- Verónica Cárdenas Martínez a los pocos días de intervenida en aquel octubre de 1986.
2.- Teresa Vera Valle (a la derecha) y Marta Rodríguez Pérez fueron las primeras pacientes operadas en el centro entre el 24 y el 25 de julio de 1986. Encabezó el equipo el Dr. Álvaro Lagomasino Hidalgo.
3.- Un helicóptero sobrevoló la instalación a baja altura y aterrizó en sus proximidades en la tarde noche del 29 de julio de 1986. Era la segunda donación de órganos realizada en el Hospital Provincial Clínico Quirúrgico de Santa Clara, y la primera a solo cuatro días de la existencia del Cardiocentro.
4.- Verónica Cárdenas Martínez desarrolla su actividad normal en el establecimiento santaclareño El Encanto, de la cadena Panamericana.
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