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Covid-19: Por los que ya no están

Covid-19: Por los que ya no están

Por Ricardo R. González

Pido silencio por todos los que un día marcharon, pero más por aquellos que en los últimos tiempos nos dejaron sin apenas despedirnos o inspirados en el deseo de reencontrarnos una próxima vez, esa que nunca llegó porque un torbellino incalculable ha cambiado los giros del mundo.

Convivimos con el fatídico virus que entró sin pedir permiso, nadie le abrió la puerta ni lo invitó a pasar; sin embargo, desde hace más de un año enfrenta a la humanidad a momentos muy crudos e incalculables,

Hablo también —o escribo— en nombre de esas familias que han perdido un ser querido, por las de tantos y tantas debido a causas directas o como consecuencia del SARS- CoV 2, por los muy próximos a la doctora cienfueguera, especialista en Obstetricia, que, primero, perdió a su recién nacido y después no pudo ganarle la batalla a la vida, por los padres de esa única hija que ni siquiera les queda el consuelo de verla en la prolongación de su nieto.

Hablo por Mildrey, quizás mi amiga más pequeña, quien con solo ocho años, me parte el corazón y rompe la calma cada vez que la veo y con su carita impaciente me pregunta si he visto a su abuelo por la calle al que espera con ansias para que le lea el libro de cuentos.

Y es que Agustín fue de esos «viejos» entrañables que tendían la mano para quedarse entre todos. Un ser humano con cualidades excepcionales que deja, como el buen amigo que se va, un vacío imposible de llenar.

Si de la infancia se trata el domingo 11 de abril trajo lo que nunca hubiésemos querido saber: Una pequeña cubana, de cuatro años, se convirtió en la primera víctima de la Covid-19 en la edad pediátrica. Cierto que padecía de una enfermedad maligna de base, pero dejó de existir producto de la Covid-19 ¿Hay qué decir más?

Cuántas historias y momentos tristes. Solo quien ha tenido una pérdida de esta índole sabe de sentimientos encontrados que nunca podrán olvidarse, como tampoco el beso y la caricia que faltó, o lo mucho que se pudo decir y nunca se dijo.

Pasa un día y otro con estadísticas sin equilibrio y en la que hasta los recién se han visto sumamente afectados.

Y pregunto: ¿Qué hemos hecho?, ¿somos culpables por nuestras negligencias o verdaderamente inocentes?¿tenemos el derecho de contribuir al desgaste de nuestro personal de Salud, de la comunidad científica, y de todos los que continúan en la primera línea como consecuencia de indisciplinas y comportamientos injustificados, de considerar erróneamente de que «yo soy más malo que ese bicho», sin pensar en la sorpresa que pudiera depararnos.

En este mundo nuestro aparecen los contrastes. Cada día se multiplican las acciones de quienes ven la vida desde otro ángulo para convertirse en valientes. Unas historias contadas y otras en el anonimato, de ellos que, agotados por el tiempo y las tensiones, sacan más fuerzas y siguen como aquel primer día cuando apenas se conocían los enigmas de la pandemia y de lo que nos vendría encima.

Gracias, mil gracias a ellos por compartir aprendizaje y sabiduría, por desafiar peligros que hasta ponen en juego su existencia, desde el encumbrado profesor de Medicina, el científico enrolado en estimados y maneras de actuar, hasta el último eslabón de una cadena interminable. Todos necesarios y útiles, pero que merecen el respeto y la ayuda incalculable para que continúen con el beneficio a la humanidad.

Ellos hicieron hasta lo imposible por devolverle la existencia a esos seres que perdimos ¿Y los hemos ayudado a cumplir su titánico propósito? Distantes estamos. Nunca bastará un simple aplauso porque cada vez que violamos lo establecido aparece una ofensa a la dignidad, un agravio a quienes hacen por todos y ponen intelecto, destreza y corazón a nuestro servicio.

¿Es justo, entonces, efectuar una fiesta de quince en esta era, realizar un banquete familiar por cualquier motivo, hacer celebraciones que admitían ser pospuestas o recordarlas por los métodos actuales impuestos, asistir a una playa para disfrutar sus delicias, visitar a un recién nacido que apenas tiene anticuerpos? El sentido común se impone en un universo donde no abundan tanto los iletrados o es que estamos alejándonos del raciocinio para caer en las garras de la perfecta involución.  

Nadie dice, por ejemplo, que no se hagan colas en Cuba porque resulta tan ilusorio como viajar a la luna en un segundo, pero tenemos esa responsabilidad ciudadana de hacerla como manda el momento cuando llevamos meses escuchando acerca de la percepción de riesgo que, en mi opinión, sigue siendo un tema entre bambalinas movido al compás de un cachumbambé con altas y bajas.

Vale el esfuerzo extraordinario de quienes han desarrollado nuestras propias vacunas que tanto esperamos, mas debe quedar claro que la inmunización no será el fin de todo en medio de un largo camino, y por los que desde el Laboratorio de Biología Molecular viven en tesiones durante las 24 horas al tanto de los PCR.

Cada vez que salgamos de casa por motivos justificados pensemos en los que hacen demasiado, en esos familiares que derraman lágrimas visibles o a escondidas en el silencio de la noche, recordemos a Mildrey —conózcala o no— la niña que aguarda por su abuelo para leer el libro de cuentos y nunca olvide que somos los principales actores, los protagonistas racionales para desterrar la indolencia dentro de una plataforma que nos llama a vivir.

Preservar el capital humano deviene la principal divisa en un escenario económico que no muestra momentos felices; sin embargo, en este archipiélago no se escatiman costos porque lo que vale, por encima de todo, es el bienestar humano.

En cuidar y cuidarnos prevalece la máxima de estos tiempos. Sobre los que habitamos el Planeta recaen las diferentes maneras de actuar en bien de la vida, de darnos entre todos un hálito de felicidad en medio de tanta tormenta, sin olvidar jamás las tantas deudas irrecuperables que dejamos con los que ya no están.

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