Tarea Vida (21) Tocororo nuestro
Por Ricardo R. González
Fotos: Ramón Barreras Valdés
Vale la pena contemplarlo. Llegar sigilosos hasta cierta distancia e impedir su vuelo a fin de disfrutar del ave más bella de la fauna cubana. Por minutos permanece inamovible, como para llamar la atención al mostrar su elegancia, y de vez en cuando lanza su canto desde la rama con sonidos reiterados que asemejan un to-co-ro-ro del que adquiere su nombre.
Pero todo es premeditado, en esa posición el tocororo (Priotelus temnurus) se mantiene como centinela y sus ecos pudieran simular códigos de avisos. Instante preciso en el que le tiembla la cola, mueve la cabeza y los ojos rojizos miran desde la altura el panorama apacible que ofrece un punto de la Sabana Santa Clara convertido en su paraíso terrenal.
Cuentan que la presencia del ave no era muy común por la zona hasta que un día comenzó la reproducción en viejos troncos de árboles motivada, quizás, por la tranquilidad de un paisaje rodeado de frutales, algunos insectos, y amplia vegetación que garantizan los nutrientes.
Pasaron las jornadas y múltiples incógnitas surgieron entre los dueños del sitio, la presencia de las aves se incrementaba, y era necesario conocer cómo enfrentarían una supuesta «explosión demográfica» sin que las aves abandonaran el lugar, y cuando nadie lo imaginó un día despertaron con la alegría de encontrar la primera reproducción.
Se logró en el tronco de un almacigo, afectado por un rayo, que secó a la postre. Allí los carpinteros hicieron primero la cavidad para un nido, y lo abandonaron a partir de la llegada de la pareja de tocororos. Dos años seguidos estos últimos lo establecieron como su guarida, y ante la competencia marcada imperaba la búsqueda de soluciones.
Entonces los defensores de la Naturaleza pensaron en la creación de nidos artificiales que ofrecieran confort a las aves desconociendo si serían aceptados debido a que un cambio de hábitat pudiera derivar una catástrofe para la biodiversidad.
Del bregar cotidiano de unos amigos surgió una decena de nidos elaborados con barro que llegaron a la finca para distribuirlos por el área donde los tocororos se reproducen cada año. Son lindas casitas, similares a un pequeño conuco o bohío, con su soporte a la entrada del orificio, mas como objetos extraños al principio los animales mostraron temor, y luego de una pasiva exploración, extendida durante días, aceptaron el nuevo dispositivo que resulta en extremo cómodo y hasta más refrescante.
Y cuál sería la sorpresa al constatarse que las «nuevas moradas» también eran preferidas por sus rivales carpinteros, por lo que se defiende la teoría de que toda ave que utilice huecos de árboles para anidar encuentra el espacio encaminado a procrear.
COSTUMBRES Y CAPRICHOS DEL TOCORORO
Según las historias habita en la campiña cubana desde hace miles de años, y se concentran en determinadas partes de la geografía cubana. Las elevaciones orientales albergan millares de ejemplares, mientras en la Ciénaga de Zapata, las cordilleras pinareñas, y en el centro y occidente del archipiélago abundan en manadas.
Reproducen en la etapa idónea de marzo a junio, y ponen de dos a cuatro huevos incubados de 17 a 21 días.
En medio de todo se ha comprobado que la especie es muy celosa. Mientras la hembra permanece en el nido el macho se mantiene muy cerca pendiente de cada detalle o peligro en la zona, pero luego alterna el período de incubación, y buscan el alimento de los pichones como tarea de los dos.
Entre los detalles que marcan el género aparecen los distingos en el pecho. El de los machos es blanco con vientre rojo; sin embargo, la hembra une pecho y vientre con tonalidad rojiza. Por demás en cada caso las alas y la cola comparten el azul y el verde, en tanto otras bandas alternan entre blanco y negro.
Vale señalar que los adultos utilizan idéntico nido de un año a otro durante el período reproductivo, y cuando no existía la modalidad de barro empleaban el tronco de árbol que acogió el nacimiento en etapas pasadas.
Mas queda la pregunta del por qué el tocororo resulta el ave nacional. Quiso la Naturaleza que estas aves portaran los colores de la enseña patria. Las plumas blancas de su pecho, el plumaje rojo del vientre, y la tonalidad azul presente en su cabeza son los colores de nuestra bandera, al tiempo que el verde se identifica con la campiña cubana.
Está considerada el ave más hermosa del país, pero a ello se suma la intolerancia para vivir en cautiverio como defensores plenos de la libertad. Sin esta sobrevive muy poco, y llega a perder todo su plumaje.
Vale aclarar que su caza o captura está prohibida según consta en la Resolución No. 81 de 1982 del Ministerio de la Agricultura, mientras existe un documento legal para sancionar a sus depredadores mediante el Decreto—Ley 200, del 22 de diciembre de 1999, que establece las Contravenciones respecto al Medio Ambiente.
Considerada un ave endémica (*) de Cuba presenta dos variedades; una de ellas habita en la Isla de la Juventud (P. temnurusvescus). El macho tiene una longitud de 28 cm, mientras la cola mide de 14, 3 a 14,8 cm, aunque las hembras aventajan a los machos por escasas proporciones.
Otro detalle peculiar es que permanecen en reposo por largo tiempo con el pescuezo encogido, y solo abandona dicha posición para la búsqueda de alimentos con movimientos ágiles, pero a corta distancia.
El tocororo prefiere los bosques dotados de árboles mixtos, entre estos el almácigo, las yagrumas y los pinares. Anida en orificios recién abandonados y construidos por pájaros carpinteros.
A Ud. que ya conoce sus características ¿no le parece oportuno convertirse en uno de sus defensores?
Mucho puede hacerse para que reinen en su paraíso, en ese que reclama cuidados para proteger a las especies y garantizar el desarrollo sostenible. Parte de una Tarea Vida dirigida a la comunidad y a las nuevas generaciones para garantizar su vuelo libre y convertirlos en emperadores de la región.
(*) Especie o grupo restringido a una región. Propio, exclusivamente, de determinado país.
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