Día de la Medicina Latinoamericana: Una Longina en Brasil

«Si de algo vivo muy feliz es de constatar que durante estos dos años mis pacientes de Santa Clara no me olvidaron, y eso se lleva muy adentro».
Por Ricardo R. González
Fotos: Ramón Barreras Valdés
No es la Longina O Farrill que inspiró a Manuel Corona para dar vida a una de las canciones más hermosas de la trova cubana. Esta es otra historia de amor escrita por Grisel Longina Rodríguez Ortiz, sin la inspiración de un bardo, separada en el tiempo de la llevada al pentagrama por el célebre trovador, pero con esos matices que, a su manera, también destacan sensibilidad.
Un día de diciembre de 2016 arribó a Brasil pensando en las imágenes regaladas por las telenovelas del consorcio O Globo. Un país populoso, a ritmo de samba, poseedor de un Copacabana inigualable, con el lujo de los famosos carnavales de Rio, y de una Amazonía sin par.
Mas, le toco desplegar su misión bien al sur, cercana a la Argentina, al lado del Iguazú donde la temperatura ofrece contrastes abismales que pueden oscilar entre los menos dos grados en invierno y los 30 grados en verano.
«En el sitio—dice— todos los moradores son descendientes de polacos, ucranianos y alemanes. Ellos trajeron sus costumbres sin cambio alguno, detenidos en el tiempo, sobre todo las personas mayores. Con las comidas típicas y nada asociado a ese Brasil que yo imaginaba».
Poco a poco fue conociendo las peculiaridades de Cruz Machado, aquel lugar pequeño dotado de unos 9000 pobladores, pero la cubana trabajaba hacia la periferia, en los campos, entre ríos y montañas, con muy pocos médicos donde la gran mayoría tiene consultas privadas o prestan servicios en hospitales con ese rango.
«Atendía 30 casos programados por los agentes de Salud que eran una especie de promotores y conocedores de las particularidades de las familias del área.

El marco familiar compuesto por su mamá, la hija y el esposo constituye magnífico escenario para relatar anécdotas. Faltan en la foto el hermano y su hijo quien realizaba un examen.
EL ROSTRO DE LÍNEA VICTORIA
Así se llama el lugar donde Grisell Longina laboró. Bordea todo el río Iguazú, pertenece al estado de Paraná e incluye a Cruz Machado como municipio.
Siempre le pareció estar en el continente europeo, mas confiesa que no le resultó difícil adaptarse al medio ni familiarizarse con sus habitantes.
«Al principio me chocó el idioma pues el portugués que aprendimos aquí fue el elemental y allí ellos utilizan palabras de sus respectivas procedencias europeas, pues las personas mayores solo hablan el idioma nativo del continente europeo y no el portugués».
— ¿Y cómo lo superaste?
— Por la acogida que me dieron. Estaba muy lejos de los míos, y llegué a sentirlos como familia. En mi equipo trabajaban enfermeras, enfermeras técnicas, y siete agentes de Salud. La única cubana era yo.
Un lugar muy diferente a Río de Janeiro o Sao Paulo que no está marcado por la violencia donde las principales afecciones son las enfermedades crónicas no trasmisibles (más hipertensos que diabéticos), en tanto no se conoce ni el Zika, ni el Dengue, ni el Chikungunya. Solo los hantavirus provocados por la presencia de un ratoncito alojado en el maíz y que puede conducir a la muerte de no aplicarse un tratamiento oportuno.
— Durante los dos años de misión tienen que haber impactos. ¿Cuál fue el principal?
— Si algo me llamó la atención fue la carencia de transportación para esas personas más pobres. De mi puesto donde trabajaba hasta los hogares de ellos mediaban 15, 20 y hasta 40 km.
«Los ómnibus escolares son el único medio de traslado. Pertenecen a la Prefectura, pero si la población perdía las dos salidas diarias del bus o carecían de dinero para pagarlo no podían asistir a mi consulta que era la que más cerca les quedaba».
— Y desde el punto de vista asistencial?
— Muchas cosas quedaron en la mente y me marcan para toda la vida. Recuerdo a un paciente de 17 años con una parálisis cerebral infantil. La misma edad de uno de mis hijos. Una vez los padres lo trajeron a la consulta porque tenía catarro y fiebre. Allí lo atendí, pero ese padre tuvo que alquilar un carro y pagar una cifra considerable para llegar al punto médico. Del vehículo lo bajó cargado, a pesar de tener el ya adolescente unas extremidades desarrolladas.
«Cuando vi aquello se me partió el corazón. Le indiqué medicamentos y los progenitores salieron muy complacidos, pero no podía estar tranquila y le dije al papá: «La próxima vez que el niño esté enfermo me hace el favor de llamar al Puesto Médico que yo voy a su casa. Quedaron anonadados porque no concebían que una doctora hiciera eso, y se lo ratifiqué. Ese señor vive agradecido de por vida. Me veía en la ciudad y me abrasaba como señal de gratitud».
«En otra ocasión refirieron la existencia de un paciente con un dedo muy negro. Había tenido un accidente encefálico cerebral y llevaba tiempo en esas condiciones. Su dolor era irresistible y permanecía en una silla de ruedas.

La llegada a la Plaza fue emotiva. Allí recibió un diploma de Reconocimiento en nombre del pueblo villaclareño.
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