Los dones de Esther
En el Día Internacional de la Enfermería el distingo a los profesionales dedicados al noble oficio.
Por Ricardo R. González
Foto: Ramón Barreras Valdés
Esther Caridad Cairo Morales es una mujer sincera. Confiesa que lloró el día en que, por primera vez, inyectó a un niño en el ejercicio de la Enfermería. No quería hacerlo, pero interiorizó que estaba en el deber de salvar aquella vida y el pulso no le tembló.
De sus 53 años, 33 los ha dedicado a vestir con uniforme blanco y la cofia típica prendida en su cabeza dentro de los marcos del hospital universitario pediátrico docente José Luis Miranda de Villa Clara, donde se mantiene desde el día que inició su trayectoria profesional y ahora recuerda muchas vivencias.
«Cuando niña jamás simulé ponerle una penicilina a una de mis muñecas ni jugué a curarlas, más bien la vocación tocó un día a mi puerta gracias a mi mamá que siempre quiso ejercerla. Sus amigas cumplieron el sueño. No obstante, las cuestiones económicas de la época le impidieron a ella alcanzarlo».
Al terminar el preuniversitario solicitó la carrera y un día de 1984 le llevó de regalo el título a su madre «porque en verdad estudió conmigo. Incluso mi tesis de técnico medio la dominaba tanto como yo. La hice relacionada con la hipotermia o baja temperatura en el recién nacido, y a ella le debo la profesión.
Entonces evoca aquellos inicios en la Sala de Pediatría General durante su primera década laboral. «Una experiencia muy bella en la parte asistencial. Después sumé 18 años como jefa del departamento de la Central de Esterilización y compartía la docencia para ayudar a la formación de profesionales de la Salud, incluso no solo de mi rama».
En 2006 toma un avión que la condujo al cumplimiento de una misión en Venezuela hasta 2010, y una vez incorporada a su centro le aguardaba una titánica misión: la jefatura de la unidad quirúrgica en su especialidad.
— En esta historia hay momentos alegres…
— El mayor de todos es apreciar la recuperación de los pequeños, Por la calle me dicen «Seño, ¿se acuerda de mi? Eso me emociona, y hacen la relatoría del caso, y también disfruto la superación de mis compañeras a base de un estudio sistemático.
— Mas, navega entre dos aguas…
— Si logramos que un infante se salve constituye una alegría compartida, de lo contrario ocurre un desplome total. En el salón se juega el todo por el todo, es una realidad de expectativas y a veces muy duras.
«Entramos con un máximo de optimismo y nos decimos: el caso va a salir. En unas oportunidades sonreímos, en otras no. Se hace todo lo posible; sin embargo, no hay palabras para describir esos momentos adversos. Solo el equipo lo sabe.
—¿Pudiera la cotidianeidad y sus fenómenos implícitos ver estas situaciones rutinarias?
— Me incomoda mucho cuando así se piensa. Hay que tener escasos valores y una impunidad total para deshumanizarte. Lo que a veces tienes que vestirte con la coraza del profesional de la Salud, dar ánimo a los padres, y apoyarlo al máximo, sin ocultar la verdad, como también recibes ciertos golpes familiares que deben enfrentarse de la misma forma.
— Ud. es de quienes piensa que sin vocación no hay nada?
— Hay que mirarse todos los días. Uno tiene que pensar que no es inyectar muñecas, son seres humanos, infantes, en este caso, que necesitan de nosotros. La enfermería es un arte, pero también un don, un don para la comunicación, otro para el servicio, y unos más para el amor, la nobleza y la humanidad. No es la mismo construir estas virtudes en el camino de la enfermería a nacer con ellas».
— ¿Ha tenido que decirle a alguien: retírate que no das?».
— No de una manera tan drástica. Cuando veo que falta vocación entra el rol del docente, pero si he dicho revísate que si no te gusta para qué vas a seguir. Es fuerte el trabajo, los turnos nocturnos, la tensión cotidiana durante las 24 horas sobre el paciente.
— ¿Qué piensa de los hombres enfermeros?
— Mejores no los quiero. Son excelentes. Prestan un servicio maravilloso y se entregan a plenitud. La enfermería ganó con ellos y lo he comprobado también con la dicha de ser docente.
— Si tuviera que escoger entre el magisterio y la asistencia hacia dónde se inclinaría la balanza?
— Me quedaría con la asistencia, estoy directamente con el paciente, veo su evolución hasta el final y más en pediatría, aunque no declino la docencia.
— ¿Por qué la pediatría?
— Por mi amor hacia los niños.
Esther Cairo tiene una tarea ardua. Hay que trabajar hasta que concluya la actividad quirúrgica. A veces con situaciones complejas que exigen salir de noche del Hospital. Unos 15 o más casos diarios sin contar las urgencias, y aunque se esté cansado hay que seguir al día siguiente.
En casa aguardan sus dos hijas: Cary Iliani y Laura Flor .La mayor estudia segundo año de Medicina Veterinaria en la Universidad Central, la otra cursa onceno grado y a lo mejor sigue los caminos porque se inclina por la medicina. Además de sus padres que, según ella, son especiales, el hermano, tíos, y primas en unión familiar.
Como mujer le gustan los detalles, recibir flores, compartir con sus compañeras, y que tanto a la llegada o a la salida del hogar sus hijas les tributen un beso.
— Mayo le trae dos fechas unidas: el Día Internacional de la Enfermería (12 de Mayo) y una jornada después el dedicado a las progenitoras…
— Amores por partida doble. Me enorgullece la felicitación de los pacientes, recibir un saludo, que las personas que no te conozcan se acerquen con una frase de aliento… Todo ello me hace sentir realizada, y a la vez que si bien mi madre no pudo obtener el título constituye, junto a mi una enfermera más, también licenciada en el nivel superior.
— Y si algún día le pidieran cambiar de profesión…
Un rotundo no concluye la plática, y con su tradicional sonrisa sigue los pasos hacia el Salón a fin de comenzar las misiones de un nuevo día.
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