El hombre de la mata de mango
«Yo nací ese día, y agradezco a todo el personal de Salud el trato de excelencia recibido. Hicieron un trabajo de arte al unir todos los huesos», sustenta José Rafael Santín Hernández, el bisabuelo que trata de olvidar la odisea junto a Marlene Santín Paredes, una de sus hijas.
Por Ricardo R. González
Foto: Ramón Barreras Valdés
Dos días antes del suceso José Rafael Santín Hernández celebró sus 75 años. Recibía, por entonces, fisioterapia en el policlínico Juan Bruno Zayas, de Cifuentes, debido a los caprichos de una columna vertebral que no soportó el peso de algunos sacos de cemento sobre su septuagenaria anatomía. Aun así el anciano confiaba en que sería algo transitorio y con pronta recuperación.
Como de costumbre se levantó para emprender el camino hacia la institución de salud; sin embargo, un arrepentimiento inexplicable vino de pronto y declinó asistir a la sesión. Lo que nunca imaginó Rafael Santín fue que permanecería un año en cama debido a una historia inusual.
«Eran cerca de las 11:00 de la mañana del 5 de marzo del pasado año cuando regresé a la casa luego de otras gestiones. Mi esposa fregaba y de pronto vi una jabita en el piso. Pregunté y pertenecía a unos compañeros que podaban la mata de mango existente en el patio».
Las labores continuaban, y Santín salió a buscar café para brindarles a los operarios. El tronco estaba bien sujeto a la soga y, poco a poco, comenzaron a bajarlo luego de la acción de la motosierra. Tanto el nieto como un vecino advirtieron que nadie saliera al patio, mas el anciano no oyó, y en escasos segundos cambió el curso de los acontecimientos.
«Al darme cuenta estaba bocarriba en el patiecito. En ese momento no sentía dolor, pero apenas podía pensar, la mente estaba en blanco, los ojos otro tanto… Mi yerno y un amigo me levantaron e introdujeron en un vehículo. En medio de todo yo les decía: vayan despacio, no hay prisa.
INICIO DE LA ODISEA
Aquel tronco pesaba entre 70 y 100 libras en una mata cuya altura alcanzaba de cinco a seis metros. Según el relato de Santín Hernández no cayó sobre su cuerpo.
«De haber sido así esta historia carecería de protagónico. El árbol solamente me rozó», afirma este jubilado del Combinado Rolando Morales (fábrica de baldosas) donde trabajó 32 años.
Una vez en el policlínico iniciaron las valoraciones. La doctora Mileidys Álvarez Romero estaba de guardia y recibió el caso que por sus propias características fue remitido de inmediato a Santa Clara.
Durante el trayecto el equipo especializado dudaba que Santín llegara con vida a su destino, y una vez en el hospital universitario clínico quirúrgico Arnaldo Milián Castro se incentivaron los procederes. Exámenes varios y la junta especializada para determinar los pasos a seguir. Una fractura de cráneo lineal y la sospecha de un neumotórax que después fue descartado, además de la quiebra de cinco costillas, daños en el pulmón derecho, y una fractura de fémur bastante crítica.
«Todo provocó tres operaciones en el día, incluida la exploratoria para corroborar o no la presencia de hemorragia interna», precisa Marlene Santín Paredes, una de sus hijas.
Después vino el acto quirúrgico sobre el cráneo, y luego el de la pierna.
Unos 20 galenos de diferentes especialidades estaban en el salón en lo que constituyó una verdadera multidisciplina.
«Yo no recuerdo el traslado a Santa Clara ni las preguntas que me hicieron en el policlínico. Solo sé que abrí los ojos ya en terapia intensiva donde estaba intubado, con una cámara de oxígeno, y una tos tremenda», argumenta Santín.
Él se convirtió en el «inquilino» de la cama 13 de dicha unidad durante cinco días. Después pasó otros 10 en intermedia, y el resto en ortopedia hasta las jornadas previas al egreso.
«El doctor Alfredo Hondal Álvarez asumió la operación de la pierna. Sin dudas resultó compleja. Antes de que me pusieran el yeso la herida estaba abierta y conllevó a situar mechas contentivas de potentes antibióticos. Eran curas respetables, pero no quedaba otra opción».
— Dicen que Ud. es el hombre de las suturas?
— Bueno 15 puntos en el abdomen, ocho en la cabeza y cuatro en la pierna.
LA PUPILA MÉDICA
Ha pasado justamente un año y el doctor Hondal Álvarez recuerda los pormenores del caso. Cumplimentaba su guardia aquel día en que el paciente arribó con un politrauma severo.
«No había tiempo que perder y en medio del estado de shock se decidió llevarlo al salón».
Ante el hecho se pensó que era un caso incompatible con la vida. No respondía a ningún estímulo, pero había que darlo todo a fin de rescatarlo.
«Los cirujanos evaluaron el abdomen en busca de algún sangramiento, también examinaron el sistema pulmonar debido a las fracturas costales que pudieran dañar el pulmón o inducir a un trauma comprometedor para la ventilación del paciente. Por suerte no hubo lesión intrabdominal, y se solucionó lo referente al pulmón».
A partir de ese momento entró en acción el equipo de Ortopedia y Traumatología.
«Lo primero que hicimos fue lavar la herida por la que el hueso salió al exterior. Una vez desinfectada lo llevamos a su posición y cerramos la lesión parcialmente luego de situar mecanismos de tracción. Por el estado de Santín se hicieron estos procederes de manera remedial.
«La fractura era de gran magnitud, con múltiples fragmentos cercanos a la rodilla que comprometían dicha articulación. Entonces aplicamos un método restaurador mediante alambres incluidos en el yeso a fin de reducir la fisura».
En esa etapa medió el compás de espera. Era preciso aguardar por la evolución de la cirugía abdominal y los traumas respiratorios, por lo que pasaron unos 21 días para retornar al salón y actuar de manera definitiva sobre el fémur.
Mientras tanto se realizaban placas de control y una semana o dos antes de retirar el yeso trataron de incorporar al paciente apoyado en el andador.
«Le advertí que de sentir dolor debía cesar el intento. En realidad no pudo. Lo que hacía el convaleciente era pararse sin dar pasos. Las propias molestias y el débil estado lo impidieron».
Luego de varias semanas se le retiró el yeso e inició la terapia rehabilitadora.
«Vale decir que si existían respuestas ante los antibióticos manteníamos las curas en la sala, de lo contrario había que recurrir al salón las veces que resultaran necesarias para evitar infecciones de gérmenes agresivos».
Más de una hora duró cada uno de los episodios quirúrgicos ejecutados por un equipo de especialistas, anestesiólogos, residentes, técnicos y personal de enfermería, entre otros. A pesar del tiempo la odisea llegó a un feliz final. Hoy José Rafael Santín Hernández da sus pasos apoyado en el andador y cuenta la historia, esa que fue bautizada por su médico como el hombre de la mata de mango.
MEMORÁNDUM
— Las fracturas en la rodilla resultan frecuentes y a la vez bastante complejas. Pueden afectar a uno o a los tres huesos (fémur, rótula y tibia) de forma conjunta, sin descartar daños en meniscos y ligamentos acompañantes.
— Ocurren como consecuencia de impactos muy fuertes que demandan cirugía para su solución. En muchos casos con el uso de piezas de acero, placas y tornillos.
— Según los especialistas la quiebra de la rótula se produce por caídas con impacto directo sobre este hueso. Tiende a dejar fragmentos que pudieran causar limitantes en la movilidad de la articulación.
— El hueso femoral o el correspondiente al muslo también admite rupturas. Por lo general se requiere de mucha fuerza o de un acto contundente para fragmentar el fémur.
CONTRASTES
Desde un enfoque global el costo de los traumatismos musculoesqueléticos es alto y aparecen como causa principal de muerte y discapacidad entre el primer año de vida y hasta los 34; sin embargo, ocupan el tercer escaño al compararlos con todos los grupos de edades.
Estas contusiones rebasan los 8 000 millones de dólares anuales, pero resultan incontables los gastos indirectos sobre la familia y la sociedad.
Baste decir que la praxis de una cirugía de reemplazo de rodilla necesita entre 30.000 y 70.000 dólares si la persona carece de seguro, por lo que constituye una de las intervenciones más costosas en los propios Estados Unidos.
Ni José Rafael Santín Hernández ni su familia abonaron un centavo, a pesar de los múltiples procederes a que fuera sometido, sin incluir el consumo de medicamentos y la estancia por hospitalización.
Así se cierra otro capítulo en el que un septuagenario sigue sumándole años a su existencia.
¿Tenemos o no nuestras Razones?
También puede ver este material en:
También puede ver este material en:
0 comentarios