Hogar de Impedidos Físicos y Mentales de Santa Clara: No hacen falta alas
La referencia a un colectivo cuyo ejemplo ennoblece el alma.
Por Ricardo R. González
Foto: Ramón Barreras Valdés
Unas manos moldean la plastilina hasta configurar deseos inimaginables guiados por los buenos maestros, otras dibujan sobre un cuaderno la más bella de las flores, o el típico paisaje campestre donde brilla el sol para iluminar la alborada.
Todo ocurre en uno de esos sitios que irrigan el corazón, y nos hace grande el alma, en el Hogar de Impedidos Físicos y Mentales (Centro médico psicopedagógico) Freddy Maymura Hurtado, de Santa Clara, donde personas con retrasos severos y profundos tienen también el derecho a encontrar los matices de la vida.
Esos que propician un colectivo multidisciplinario para atender a los
67 pacientes internos y 34 seminternos que permanecen en una institución inaugurada en diciembre de 1982, y teje una historia escrita con el amor que imponen seres humanos necesitados de afectos especiales.
Bien lo sabe la licenciada en enfermería Dalia Mondeja Pérez, quien lleva siete años al frente de la instalación, y ha visto crecer a parte de sus niños hasta convertirse en adultos.
De los internos, un grupo va a sus casas una vez al mes, otros los fines de semana, algunos de año en año, y están los 25 que nunca más supieron de su familia, y han sido acogidos por aquellos que, día a día, hacen grande un Hogar diferente.
Para Pedro Iglesias López, el galeno del centro, son personas que en su mayoría necesitan ayuda en sus actividades cotidianas. Hay que asearlos varias veces al día, lavarle sus pertenencias, velarles el sueño, y hasta entender algún que otro capricho sin apartarse del régimen disciplinario.
Quizás el mayor tesoro acumulado es que gran parte de sus 106 trabajadores son fundadores. Muchos de ellos se sacrifican y compran determinados objetos o alimentos especiales ante una gastritis, una prescripción medicamentosa, o un simple gusto porque sus «pequeños» son felices así.
Nadie mejor que ellos para identificar los estados anímicos de los pacientes discapacitados, pero que a la vez resultan impresionantes porque no dejan de mostrar su ternura, de expresar afectos a través de sus propios códigos.
EN UN MUNDO INESPERADO
Hace algo más de dos meses Raúl Fernández Morfi traspasó las puertas de la instalación. Provenía del sector educacional, y hoy funge como administrador. En sus primeros días pensó en la retirada; sin embargo, aquella imagen ha cambiado al constatar la nobleza de los pacientes, y comprender que mediante las expresiones del rostro expresan una gratitud sin igual.
Relata que ha quedado sorprendido con los hábitos solidarios existentes entre los enfermos. «Hay que ver cómo se ayudan entre si», recalca este hombre que alude a la necesidad de comunicarse con ellos y que se sientan queridos.
En la actualidad solo ocho de los que permanecen en el Hogar se incluyen dentro de la edad pediátrica. El resto ha crecido entre las áreas de un centro que no dispone de otro similar a fin de garantizar la continuidad de los adultos. Aún así su colectivo prosigue haciendo historia cuando el mayor de todos ya tiene 53 años.
Un detalle distintivo lo aporta Miladis Pacheco Pérez, la jefa de enfermera, que insiste en la atención diferenciada como eslabón principal para modificar hábitos y conductas.
«Estos pacientes llegan a familiarizarse al máximo con sus asistentes. No admiten ni puede haber un signo de agresividad hacia ellos, y es vital ganar toda la confianza, incluso cambiar actividades según el estado que manifiesten».
A pesar de las dificultades no escatiman esfuerzos en una instalación que lleva 34 años sin una reparación capital con deterioro en su carpintería, en las redes hidrosanitarias y eléctricas. Es cierto que han recibido arreglos parciales en algunos bloques, pero la falta de fuerza constructiva quiebra muchos sueños, a pesar de contar con presupuesto.
Desde mayo una brigada correspondiente a la rama Electromécanica, del sector de la Salud, acomete determinados objetos, sin contar las dificultades con la disposición de residuales y una laguna de oxidación inactiva desde el año 2000.
A ello se suman las incongruencias con el abasto de agua. Tres meses pasaron en que solo la recibieron mediante el sistema de pipas, y demandó un esfuerzo extraordinario de los obreros ante personas encamadas, otras que deben bañarse varias veces al día, y con el consumo propio del Hogar dirigido a otros fines.
Hombres y mujeres que trabajan sin horarios, que se esfuerzan, y que, al decir de su directora, no han encontrado puertas cerradas entre quienes deben ayudar dentro de un mundo en que el Estado garantiza lo principal destinado a sus funciones.
Una de las mayores satisfacciones llegó en el propio 2000 cuando reinsertaron a su comunidad a un grupo de enfermos. No siempre será posible, pero el Hogar trata de traspasar sus propios muros, y no excluye los programas extrainstitucionales, con un Consejo de Padres que apoya cualquier gestión y está pendiente de cada programa.
De aquí que se incluyan paseos a la playa o a otros sitios acompañados de un trabajador por paciente, además del médico y la enfermera, y de la propia directora quien, por convicción, no deja de asistir.
También aparece una piñata y otras iniciativas en la celebración de cumpleaños colectivos, fin de año, o festividades en las que prende una fogata, se oye la música que origina de inmediato el baile.
Así trascurre la vida en el Hogar de Impedidos Físicos y Mentales de Santa Clara como ejemplo de que nunca es tarde para conocer la felicidad gracias a quienes, aun en los extremos de la vida, ponen su corazón en aras de los demás. A ellos no les hacen falta alas para emprender vuelos porque los llevan en sus sueños, y en la virtud de dignas acciones.
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