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Martí, el de todos los días

Martí, el de todos los días

Por Ricardo R. González

Cuando apenas iniciaba por los saberes de este mundo mis abuelos me hablaban de un niño nacido en La Habana que residió en una casita modesta de la calle Paula.

Hacían referencias a un hombre muy bueno que adoraba a los niños, que no admitía hablar de razas, y me adentraron en «La Edad de Oro». Hojeaban sus páginas, y en mi imaginación aparecían «Bebé y el señor Don Pomposo», o el desprendimiento de Pilar para aquella niña enferma a quien le entregó sus zapaticos de rosa.

Eran pinceladas que quedaban y después fueron comprendidas en la escuela y con el paso de los años porque el tiempo, con su indetenible cabalgata, impone evocaciones, y cuál mejor que la de recordar, en este 28 de enero, el aniversario 171 del nacimiento del Apóstol.

¿Qué decir de Martí? Ese torrente revitalizador que nos hace pensar cada día con su luz a fin de ver mejor el camino y convertirnos en seres humanos más plenos. Una agudeza que permite aprender de la cotidianeidad para abordar las complejas aristas de la vida —de la nuestra— en la que nada le resultó ajeno e indiferente.

Detengámonos en las cartas a su madre o a María Mantilla para desnudar sus sentimientos, para desgarrarnos con la tristeza y el palpitar de sus alegrías. O en su «Ismaelillo», el regalo más hermoso que le puede entregar un padre a su hijo.

Cómo desechar las crónicas periodísticas cargadas de un verbo comprometido, pero a la vez de una metáfora elegante e inigualable.

Cuánto profundizamos al repasar sus concepciones políticas con tilde marcada, al sentir sus vivencias amorosas y las desdichas derivadas del amor, cuánto nos sorprenden sus descripciones sobre una representación teatral que parece tomarnos de la mano para sentarnos en la butaca y convertirnos en testigos presenciales, o de una pelea de boxeo en la que nos trasmite las vivencias como el más experimentado narrador de aquellos tiempos.

Adentrarnos en su Diario es constatar las rudezas de la vida, el esplendor de visión política acertada y sin apasionamientos, o esa manera magistral de describirnos la manera de cuidar un árbol, de proteger una flor, de cuidar a un pajarillo y hacernos celadores de un paisaje con el más mínimo detalle que recrea a la Natura.

Martí es Martí, es universal. Quien habló de libertad como derecho sagrado, del sufrimiento de la prisión, de los sinsabores del destierro y del amor sin límites por la infancia y la familia.Con él se aprende, y se descubre a lo largo de nuestras vidas a partir de su presupuesto inigualable de hacerse inmenso y eterno.

Falta nos hace leerlo, una y otra vez, para llenarnos de valores que tanto necesitamos, para lograr una espiritualidad humana plena y al servicio de todos.

Es cierto, aquellos tres disparos, pasadas la una de la tarde, según refleja la historia, apagaron su vida; sin embargo, la iluminaron por siempre.

No lo imitemos porque es único, pero bebamos de su sabiduría, de sus enseñanzas, de tanto magisterio a fin de curtirnos en el bien y por el bien.

Gracias Martí por su legado, por ser el patriota de luz, el Maestro con la mejor de las cartillas, el hombre de todos los días.    

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