Que el talento ocupe su sitio
Por Ricardo R. González
La reciente sesión del Polo Científico Productivo (PCP) de Villa Clara invita a retomar sus reflexiones ante esas urgencias arrastradas en el tiempo y parecen estar contagiadas por el virus de la indiferencia.
Una de ellas exige detenernos en el talento científico a partir de la limitada cifra de doctores en Ciencias existentes en Villa Clara, unida a un eslabón que pone verdaderamente contra la pared ante una mayoría ya sumada a determinada edad y el reto de oxigenar las acciones con el relevo.
El buen tino del Dr. Erenio González Suarez, catedrático de la Universidad Central «Marta Abreu» de Las Villas, insiste en que no se puede perder ni un día más en lo que él denominó la «reproducción» de los científicos ante una dinámica poblacional que deja sus huellas en la provincia más envejecida de Cuba.
Nuestros doctores avanzan a su paso por la vida, es una realidad, pero impera también la necesidad de cambiar métodos en la formación doctoral, atemperarlos con los tiempos, abandonar esquemas que en vez de beneficiar nos refuerzan más las limitantes mentales y que los estudiantes de alto rendimiento académico dispongan de determinadas concesiones que los exoneren de rigores establecidos en el sistema educacional vigente e inicien el camino de su preparación con vistas, quizás, a entregar sus saberes como un futuro doctor.
Como aseveró otro de los académicos de la alta casa de estudios villaclareños, el Dr. Raciel Lima Orozco, sus vivencias en el extranjero le permiten apreciar cómo marcha el desarrollo en esta esfera en otras naciones.
Nadie duda que el principal valor de cualquier país descansa en su capital humano, y por qué no crear becas doctorales con mecanismos de estímulos que motiven a los jóvenes a integrar la reserva científica y transiten por las sendas del doctorado.
De ello está muy consciente el Dr. Rafael Bello Pérez, presidente de la filial villaclareña de la Academia de Ciencias de Cuba, quien dejó valiosas consideraciones en la sesión del PCP.
No puede olvidarse que el avance de Cuba —y por ende de la provincia— recae en los fundamentos de la Ciencia basada en Innovación. A veces el tema me parece como algo movido entre cuerdas flojas porque se necesitan mentes ejecutivas, bien preparadas, que destierren el inmovilismo y conviertan esas cuerdas en una prolífera fortaleza.
Si bien debe incentivarse la formación de master y procurar la cantera doctoral, no es menos cierto que la mirada está llamada a insistir en la preparación de la reserva científica, sin descuidar la atención que merecen las personalidades y aquellos que profesan los mejores resultados.
Hay que atenderlas desde la generalidad hasta lo particular, fuera de un marco de reiterada oralidad con loas disipadas en el viento, o de la entrega de un simple diploma que congratule esos resultados en los estudios, en la investigación, en el trabajo cotidiano y por ese aval que merece el reconocimiento devenido utilidad.
La vida necesita mesura, y si bien hay que incentivar el talento juvenil que no se convierta en punto de exclusión de quienes han dado y siguen propiciando saberes de luces para el desarrollo de las diferentes esferas. Habrá que lograr un equilibrio imprescindible entre esas cátedras vitales, lúcidas, ya establecidas, y quienes comienzan a beber de esa sabia infinita.
Muchas veces los directivos se sorprenden al conocer cómo ha pasado la máquina del tiempo en los tantos años de labor de un trabajador. Desconocen la trayectoria de servicio de un consagrado que casi está a punto de acogerse a la jubilación. Triste panorama, pero muy cierto.
Son tiempos, además, de marcada emigración, y por qué no preocuparnos más por esa radiografía interna requerida en cada empresa donde muchas ni cuentan con la visión meridiana de su reserva y en la que no pocos consejos de dirección exhiben marcadas debilidades en este aspecto.
Cómo es posible que fábricas, instituciones y centros laborales dispongan de graduados con títulos de oro, con premios al mérito científico, jóvenes con un historial de valía, y, sin embargo, se desempeñan en plazas laborales ajenas al perfil universitario o técnico y tampoco han tenido las mínimas posibilidades de validar sus conocimientos para el aporte a la realidad.
A ello se suma la pasividad apreciada en los colectivos que no insisten en la formación doctoral en su propio escenario ni tampoco la procuran para continuar navegando entre las olas del estancamiento.
Creo que la insatisfacción personal, la posible apatía o el «aislamiento», como algunos opinan, tomarían otros colores si se procediera con métodos justos, racionales y acorde con las particularidades de quienes nutren el entorno laboral.
Aprovechemos, entonces, los múltiples saberes en esa confluencia de valores humanos que tanto necesitamos para conquistar, comprometer y disfrutar de una entrega en bien común.
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