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Fuego, ¡deja ya a nuestra Matanzas!

Fuego, ¡deja ya a nuestra Matanzas!

Por Ricardo R. González

Fotos: internet

Voces autorizadas lo anunciaban desde finales de esta mañana del 10 de agosto. El fuego que abrasó a la base de supertanqueros de nuestra Matanzas está controlado, aunque pequeñas llamas aún se resisten a declinar sus fuerzas, pero no constituyen peligro de propagación, de acuerdo con el tino de los expertos.

Las cortinas de humo resultan menos densas y aclaran. Agua y espuma son los cómplices para exterminar los residuos, pero entre acciones aun no culminadas se hacen necesarias las gracias infinitas a todos los que intervienen a fin de devolverle la felicidad a Cuba ante un dolor compartido por quienes albergan sentimientos humanos.

Gracias a esos valientes corajudos que desde el aire se mezclan entre nubes negras para ayudar a minimizar una tormenta sin precedentes con pleno desafío a la integridad de sus vidas.

Gracias a los que desde tierra y cercanos al epicentro se entregan por completo a sus oficios a pesar del cansancio, las horas imposibles para conciliar el sueño, el ímpetu de imponerse a la lejanía de sus familias, del hogar, de los hijos, en ese afán de tender manos porque Matanzas y Cuba o Cuba y Matanzas lo necesitan.

Gracias a la Cruz Roja Cubana, a los que desde ultramar llegaron para fundirse en un abrazo solidario sin importar nacionalidad y banderas, a las instituciones y organismos internacionales que hicieron reales sus donativos, a los tantos vuelos que tocaron pista en el aeropuerto internacional Juan Gualberto Gómez, de Varadero, a los trabajadores por cuenta propia que garantizaron desayunos, almuerzos y comidas apoyados solamente en la gratitud del alma, a quienes predicaron sus oraciones a partir de su fe, y a esos choferes que de manera voluntaria apoyaron a quienes lo necesitaban porque no hay nada más digno que servir a la humanidad por encima de todo. Aplauso y gloria para los nuevos héroes.

La noticia agrada y era esperada; sin embargo, la nación sigue en lágrimas por los desaparecidos que enfrentaron el peligro, por los que ya no están al responder al llamado de la dignidad, por los lesionados y heridos que ya en casa o todavía desde un lecho hospitalario tratan de vencer las secuelas dejadas por las indescriptibles quemaduras.

Y el apoyo sin límites a esas familias que vieron partir a sus seres queridos sin pensar que sería la eterna despedida en un día de este agosto.

No hay palabras, lo sé, pero un pueblo entero se une a ustedes, llora y también comparte ese dolor que oprime el pecho. Por ello desde cualquier pedacito cubano se refuerza un deseo compartido: Fuego, ¡deja ya a nuestra Matanzas!

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