Donde comienza la vida
Hospital Ginecobstétrico Mariana Grajales de Santa Clara.
Por Ricardo R. González
Ilustración: Martirena
Ahora ilumina el sol de la recuperación; sin embargo, la luz no oculta esas horas muy tensas vividas en el hogar más importante de la maternidad villaclareña. La tormentosa Irma ni siquiera se apiadó de la ternura de la infancia. Diría que resultaron momentos compartidos con el resto de las instituciones cercanas de la Salud, y por todas las del sector en medio de un territorio sumamente herido.
Pasó el tiempo a manera de lenta angustia, de noches oscuras sin estrellas. Hombres y mujeres que en muchos casos doblaron turnos porque el Hospital no podía abandonar sus funciones. Algunos se enteraron, en medio de esas fatídicas jornadas, que en sus casas ya no existía un techo de cobija, y a pesar de algún signo de impotencia siguieron en pie para demostrar que los sentimientos humanos son más fuertes que un categoría cinco en potencia de huracanes.
No importaron las ojeras ni el agudo cansancio en una contienda que resultó la más dura entre la historia recordada, de esas en la que se necesitó atar nervios a barras de acero, y confiar en las bondades de la existencia.
De pronto los pasillos de la planta inferior rompieron su rutina. Se vieron colmados de camas a fin de recibir a las evacuadas de pisos superiores, y en medio de todo un pensamiento colectivo de solidaridad porque había que tender manos a Caibarién, Sagua la Grande y Remedios como territorios más afectados.
Gracias a una etapa preparatoria previa, Irma solo pudo derribar árboles, parte de la cerca perimetral, tupir tragantes de la azotea, y romper algún que otro cristal, pero sin rasguños ni daños.
La Sala de Neonatología, una de las más grandes del país, quedó intacta en el tercer piso porque era imposible desacoplar su tecnología, y en medio de todo es importante que el mundo conozca que de sus 50 camas estuvieron ocupadas 48 sin que ocurriera ninguna desgracia.
Atentos también en la unidad quirúrgica, en la Sala de Cuidados Especiales, y el Cuerpo de Guardia, mientras los facultativos y personal especializado se movían por las diferentes áreas a fin de dar aliento e intercambiar con sus pacientes.
Hubo fallas eléctricas sí, pero solucionadas con el aporte inmediato de empresas. Y si de algo vive feliz el doctor Alexander Martínez, al frente de todo su colectivo, es del afán que vivió el Hospital desde el presagio del huracán sentido por todos los trabajadores, el cuerpos de seguridad y protección, las responsables del Banco de Leche, los choferes que desafiaron peligros, así como familiares, acompañantes y visitantes insertados a una recuperación de manera organizada.
Esa es Cuba. Aunque el impacto de las olas y la fuerza de los vientos trataron de silenciar la nobleza aquí está su pueblo para contar historias.
Tres días angustiosos de septiembre en que el primer llanto de 38 criaturas —con cinco cesáreas— anunciaba la llegada a este mundo.
No sé si alguna de las parturientas le puso Irma a su retoño. De haber ocurrido no importa porque nunca serán insensibles. Habrá espacio para Irmas como la dibujó Martí en La Edad de Oro: bondadosas, gentiles, estudiosas y protagonistas futuras de pasajes sublimes como el de ese niño que aparece en una foto aferrado al busto martiano antes de verlo perder en medio de la tormenta.
Irma pasó. Ya brilla la recuperación aunque nos dejara crueles marcas que abren un cráter en el alma, mas se impuso la fuerza de quienes saben amar en busca de la grandeza humana, esos que están siempre al lado del sol en cualquier centro, y sobre todo en aquel donde comienza la vida.
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