Sentimientos compartidos
Dos mujeres cuentan sus historias corralillenses en favor de entregarlo todo por la infancia. Alegrías, momentos difíciles y sacrificios personales de quienes si volvieran a nacer escogerían las sendas de la medicina.
Por Ricardo R. González
Fotos: Ramón Barreras Valdés
Nada mejor que unas flores en estos días en que se reconoce el aporte de las mujeres. El doctor Ariel Martín Molina, director de Salud en Corralillo, tiene ese detalle con Inés y Yanetcy, entre tantas profesionales.
A Inés Hernández Llerena le dicen la profe. Soñaba con ser una eminente cirujana, mas el tiempo cambió su destino. Todavía recuerda aquel día de 1976 cuando llegó a Corralillo donde no existía un policlínico integral y le dieron como misión atender a las embarazadas sin imaginar que cumpliría 41 años entre procederes que la han hecho muchas veces feliz y en otros conocer los sinsabores de la profesión.
En sus memorias prima de todo, y antes de ser obstetra ejerció como médica general marcada por los tiempos duros en que el territorio carecía de ambulancias para remitir los casos complejos hacia Sagua la Grande o Santa Clara.
Sin pensar en la hora se paraba en el medio de la calle y detenía el ómnibus que cubría la ruta Habana—Santiago. «Los choferes sabían que pasada la 1:00 de la madrugada resultaba un caso complicado. Imagínense como debía preparar a ese niño, a la gestante, o a otro tipo de paciente para remitirlo en una guagua».
Era a finales de la década de los 70. La suerte la ayudó y no tuvo contratiempos, mas tampoco escapó de la etapa difícil de los apagones en la que en muchas madrugadas encendían un algodón o una chismosa a fin de brindarle atención a los necesitados.
«Esos problemas me han ayudado a crecer. Ya tengo 66 años. Al cumplir la edad requerida me jubilé, pero sentía un enorme vacío y volví a contratarme porque me siento la madre de múltiples generaciones de corralillenses.
— Dicen que en muchos casos es Ud. quien les pone hasta el nombre.
— Cierto, por lo general Ernesto David, el primero por el Che, el otro por Goriat pues significan fuerza y futuro. Mi hija creció viendo los partos. Hoy Leydi Sarahí Rodríguez Hernández es la directora del policlínico Mártires del 11 de Abril de la localidad, y tengo un nieto de cuatro años que siente orgullo por su abuela.
Sin embargo, no todo ha sido alegrías. Inés Hernández confiesa que ha pasado bastantes sofocones como parte del oficio.
«Hace unos cuatro años enfrenté un nacimiento muy trabajoso. Una distocia de cara o anomalía por la posición fetal. Necesité el apoyo de muchos. En esa jornada me subió la presión y los ovarios salieron de su lugar, pero vencimos».
— ¿Y cuál es la historia de Verena Contreras?
— Fue por el tiempo de la telenovela Tierra Brava. Ella asumía el protagónico y tenía una residente en una comunidad rural que siempre estaba montada en una carreta. Así la bauticé, y era extraño el año en que no saliera embarazada. Nunca se dejaba poner un dispositivo y la traía para la cabecera municipal. De esta forma cuidaba a los que ya habían nacido y el embarazo en curso. Llegó a tener cinco hijos y ninguno con bajo peso hasta que cesó su producción.
Inés Hernández es de esas mujeres con respuestas ágiles. Sabe —y reafirma— que para un médico resulta vital la continua superación. Viaja a los cursos en Santa Clara y se actualiza, pero tampoco falta ese ejercicio cotidiano aun sea de madrugada.
— Algunos la consideran una especie de enciclopedia a la que acuden para cualquier consulta.
— Los conocimientos están al servicio de la humanidad, y no hay orgullo mayor que ese agradecimiento proveniente de las madres o de los propios colegas. En mi caso apenas existen palabras para describirlo. Le pido a la vida muchos años con la mente clara y espíritu de trabajo porque lucho contra el Alzheimer, y cuando crea que mi mente comienza a fallar, me retiro».
— Además de la asistencia ejerce como docente, pero entre una y otra ¿cuál prefiere?
Y sin que medien segundos responde:
— Lo asistencial. Yo soy médica.
LAS REALIDADES DE YANETCY
Yanetcy Pérez Benítez es una persona de detalles. Como a su profe Inés le gustan las flores y esos encantos marinos que percibe en su pueblo natal. A mediados de 1999 conquistó uno de sus sueños al graduarse como médico general básico para luego realizar la especialidad de medicina general integral.
Un día tocaron a su puerta con la solicitud de que asumiera la directiva del Programa de Atención Materno Infantil (PAMI) en el territorio. Han pasado seis años y tiene la satisfacción de apreciar la estabilidad en sus resultados gracias al aporte de todo un equipo.
Ello no tiene nada mágico. Se trata de garantizar la atención primaria de Salud a través de los 32 consultorios existentes con el fin de lograr que los recursos humanos sean fundamentalmente de Corralillo, pues en años anteriores se formaban aquí y luego marchaban hacia sus respectivos municipios o a otros sitios.
La propia lejanía conlleva a la toma de iniciativas. Por ello crearon un pequeño salón de parto para esas emergencias momentáneas que se sabe no llegaran a tiempo a una institución materna.
«Atendimos cinco casos el pasado año. Estamos distantes de la capital provincial y del hospital de Sagua que resulta el más cercano, por lo que nuestro colectivo se moviliza a la hora que resulte necesaria.
Otro de los punteros en el municipio lo constituye el Hogar Materno pues ante el predominio de áreas rurales las embarazadas se ingresan a las 37 semanas a fin de evitar partos extrahospitalarios.
— Pero también existen obstáculos…
«Y algunos inolvidables. Recuerdo uno verdaderamente difícil que me hizo estremecer. Se trataba de un recién nacido contemplado como caso social. Hizo una infección que obligó a una traqueostomía apenas con un mes de nacido.
«Hubo que tomar la alternativa de traer a la familia a vivir por un año en el Hogar Materno hasta que logramos salvarlo».
— ¿Qué se experimenta en estos casos?
— Una satisfacción humana y profesional. Sientes el enorme sacrificio que te exige ser médico, y no me arrepiento de haber escogido ese camino.
Al concluir su jornada le espera una travesía de 9 km para llegar a San Pablo, la comunidad rural donde reside. En realidad la transportación resulta pésima, y allí aguardan las labores hogareñas y su hijo Yonathan.
«Nunca dejo de ser médica, con bata blanca o sin ella. Muchas veces estoy superagotada, y me acuerdo siempre de un profesor que nos decía: aun agonizando todavía nos sentimos médicos. En múltiples ocasiones acuden a su casa en busca de recomendaciones, y no puedo negarle nada a quienes confían en mí. Es un principio ético y a la vez humanitario como rasgo distintivo de los corralillenses».
— Ahora en que la carrera de Medicina se obtiene, incluso, con bajos promedios académicos ¿Qué cualidades debe reunir un galeno?
— Quien no tenga vocación y espíritu de sacrificios le recomiendo que eviten acercarse a este mundo. No es solo el hecho de ponerse una bata para decir que son médicos. Deben primar principios que resultan básicos: Tiene que ser una persona humana, sencilla, desinteresada, y mantener esa preocupación por el prójimo que se sitúa por encima de lo personal. No hablo de estímulos y complacencias materiales, solo de agradecimiento.
— Y Yonathan ¿cómo ve tus sacrificios?
— Es mi hijo deseado y resulta complejo expresar todas mis satisfacciones, pero es una felicidad extraordinaria. Tiene 11 años y me alivia los cansancios. Incluso me acompaña casi siempre cuando estoy de guardia. Quisiera vivir muchos años para verlo insertado a la sociedad, sin dejar de contemplar los resultados del PAMI como realidad que abre el camino a la vida.
Son historias. Cada una en su tiempo y con los códigos de dos generaciones. Mujeres sensibles que prefieren las flores y también el mar. Inés, una dominicana a quien le parece aun escuchar el pitazo del central Washington como recuerdo de su infancia, mientras Yanetcy defiende, ante todo, su identidad corralillense. Una y otra partidarias del bien, las que no se arrepienten de haber escogido esas sendas de la medicina con sentimientos compartidos.
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