¡Fuerza, Ecuador!
Prosigue la búsqueda de sobrevivientes a pesar de agotadoras jornadas en lo que ha sido la mayor tragedia ecuatoriana de los últimos 67 años desde el terremoto de Ambato del 5 de agosto de 1949. A la vez el movimiento telúrico más intenso en el país a partir de 1979.
Testimonios de dos villaclareños que han vivido los momentos más dramáticos de sus vidas ante los efectos de un fenómeno natural despiadado e indetenible
Por Ricardo R. González
Fotos: Varias agencias
Dos minutos faltaban para que el reloj marcara las 7:00 de la noche del sábado 16 de abril cuando el galeno villaclareño Yoel Sanabria González disfrutaba de la tranquilidad en su apartamento de Babahoyo, capital de la provincia ecuatoriana de Los Ríos.
Una ciudad marcada por el tiempo, pero lejos de presagiar infortunios, menos durante el último fin de semana en el que sus habitantes compartían la plenitud del día o se entregaban a las oraciones cristianas dentro de un pueblo signado por la fe. De pronto la calma rompió. Algo extraño se apoderaba del pueblo. Una especie de mareo leve, al principio, e incrementado, después, hasta desatar el infierno.
«Todo temblaba —afirma el galeno—Imaginé viajar en un tren con movimientos incontenibles hacia los lados… Uno quiere que pare, mas resulta imposible. Aquellos 90 segundos aproximados parecían una eternidad. No podré sacarlos de mi mente… Se fue la corriente, los cables eléctricos jugaban como en cuerda floja, y la gente le pedía a Dios y al mundo».
Son las primeras instantáneas recordadas por este médico internista que labora en la segunda ciudad más poblada de una demarcación rodeada de ríos. Un punto al que llegó en agosto de 2014 como integrante de una brigada cubana a fin de llenar de bonanzas a los pobladores del sitio.
«Desde plena calle llamé a mi mamá para evitar preocupaciones. Somos tres compatriotas más. Todos sin daños físicos, apenas veíamos nada, pero sabíamos que algo muy feo (como dicen aquí) ocurría».
El pueblo está situado a unas 6 u 8 horas de Quito, la capital ecuatoriana, y a cuatro horas de Manabí; sin embargo, ni Yoel ni sus compañeros sabían que estaban cerca del epicentro de la tragedia.
«Nos quedamos en exteriores por miedo a réplicas... Ya sin teléfonos, sin internet, y con la incertidumbre de todo lo malo que se cernía sobre esta tierra. El domingo caminamos por las calles. Había personas con rostros aterrorizados, muchas viviendas devastadas, signos de desastre por doquier… Tan pronto se activó el teléfono nos llamamos todos, cubanos y ecuatorianos, era como una bola de nieve rodante. Queríamos saber de unos y otros».
Hasta ese momento todavía el clínico, que trabaja para el Instinto Ecuatoriano del Seguro Social (IESS) atendiendo a pacientes ingresados en el Hospital, no tenía ni remota idea del fenómeno.
«Cuando vi la realidad comprobé que era algo catastrófico. Las cifras de fallecidos y heridos se incrementaban en las áreas afectadas. Aquí donde vivo una casa de tres pisos se hundió, quedó la terraza a nivel del suelo, y por ahí entró un vecino para salvar a tres niños en una acción titánica».
Este pasaje resulta para Sanabria González el más desgarrador de quien se ha convertido en un lugareño más. Al Hospital siguen llegando damnificados, a pesar de que la instalación sufrió daños leves en su piso y en parte del techo.
«Los temblores de tierra no han cesado. Yo trabajo en un quinto nivel. Subo y bajo por escaleras a manera de precaución. Por suerte el pueblo carece de fastuosas edificaciones, lo que contribuyó a la ausencia de fallecidos, pero sí tenemos heridos».
¿Otro de los momentos difíciles?
«Al enterarnos de la muerte de tres galenos nuestros en Pedernales, incluso residentes en Villa Clara. Ello te llega al alma, y más cuando estás lejos. Los conocía de Santa Clara y coincidimos aquí en un encuentro en la capital del país ¿Quién iba a imaginar que sería la última vez?
«Mi Patria les ha dado los honores merecidos. Ya se les rindió tributo en Cuba y en la provincia. Sus compañeros de labores viajaron junto a los féretros pues ellos forman parte de la historia por su digna misión»
¿Cómo se siente el rasgo solidario cuando la vida golpea?
«Hay cosas que no expresan las palabras. Deben experimentarse para conocerlas a fondo. Diría que ser cubanos eleva las cualidades humanas, y en estos duros momentos he recibido llamadas de colegas desde Angola, Argelia, Guatemala, El Salvador, y hasta del lejano barrio de Cuba que tanto se extraña.
«Que pasen estas cosas y nadie repare en gastos constituye un regocijo. Tal vez lo único positivo que queda del dolor es la unidad, y estamos dispuestos a proseguir nuestro aporte. El sitio donde estoy aparece declarado provincia en emergencia, por ello no me han movilizado hacia lugares de mayores daños. Una realidad nunca vivida, y lo único que pedimos es que no ocurra más.
En medio de las coyunturas hay espacio para sentirse orgulloso de ser cubano. «Emociona el trabajo de la brigada Henry Réeve, de conjunto con expertos en Rescate y Salvamento. Ellos emprenden la búsqueda incesante bajo la mole de escombros, y un escalofrío sacude cuando se escucha a los residentes en demarcaciones sumamente dañadas agradecer la ayuda de Cuba junto a la de otros países. Hombres fornidos lloran y valoran el gesto. Entonces creces y te levantas para seguir», concluye las respuestas, vía correo electrónico, el doctor Yoel Sanabria González quien las ofreció con una prontitud incalculable.
Babahoyo sigue en oraciones por la vida dentro de una ciudad dibujada entre asombros y pánicos. Un punto donde 170 casas dejaron de existir, y otras permanecen bajo esas aguas de los ríos que abandonaron su curso para hundirlas sin clemencia en la eternidad.
MANTA SOBRE MANTA
Una espléndida bahía concede a San Pablo de Manta la condición de puerto internacional en la costa del Pacífico. La cuarta urbe más importante de Ecuador, y su primera dársena atunera.
Bello paisaje de Manabí que cautivo desde hace años a la villaclareña Lissette Tanquero García, la directora de ventas, marketing, y relacionista pública del hotel Balandra.
No por gusto llaman al punto la Puerta del Pacífico, la misma que se abrió, esta vez, para que penetraran desgracias.
Todavía Lissette no se recupera de una sorpresa inimaginable. «Terrible desastre. Estaba en Jipijapa, y todo temblaba y traqueaba. Ya en Manta veo una ciudad destruida. El hotel solo sufrió impacto en las paredes, pero sin marcados contratiempos en un fin de semana repleto de turistas y de personas que buscaban cobija».
Aun así existen dificultades con las comunicaciones, el fluido eléctrico, y en el suministro de agua que ha requerido el apoyo de comunidades cercanas de acuerdo con las posibilidades.
«Tengo vivencias increíbles como las del hotel Lun Fu. La propietaria era la presidenta de la Cámara de Turismo en Manta y también mi amiga. Dicha instalación tenía seis pisos, y en el momento de la tragedia ella permanecía en la planta baja, donde radicaba el restaurant. Con la sacudida el hotel comenzó a hundirse…Tres de sus niveles quedaron bajo tierra, y mi amiga fue encontrada sin vida entre las ruinas. Muchas personas hallaron la muerte bajo esa carga de escombros de los pisos desplomados».
Aquella acogedora infraestructura turística es historia pasada en las playas de Manta que acoge a más de 248.400 habitantes. La jornada sabatina dejó una urbe a oscuras, apenas iluminada por las luces de las ambulancias y de los carros de bomberos.
«La tierra no ha dejado de temblar —ratifica Lissette— Poco después del estremecimiento inicial siguen las réplicas. Otra severa fue la del miércoles en la madrugada, y nos mantuvimos fuera del hogar por razones de precaución y seguridad».
Ella recibió con gratitud la llegada del primer avión procedente de la Mayor de Las Antillas con cargamento humanitario y el aliento humano depositado en la brigada médica e integrantes del comando de Salvamento y Rescate.
«Ese es mi país, y por algo fuimos de los primeros en llegar. Me emocionó ver el avión de Cubana en la pista de un aeropuerto dañado pero que no se detiene en recibir vuelos. Los rescatistas están exhaustos, pero siguen en la búsqueda de sobrevivientes, mientras el presidente Rafael Correa y otros funcionarios de su gabinete recorren las locaciones más perjudicadas e insisten en salvar vidas».
Así vive Ecuador en estos últimos días, con el pavor de sus habitantes que no habían experimentado circunstancias similares desde décadas. Casas y edificaciones ya inexistentes, paredes de viviendas, de entidades públicas o de edificios cuarteadas, grietas por aquí y por allá, sin menospreciar la falta de insumos, de agua y de electricidad en los puntos más críticos y expresiones multiplicadas de: «necesito ayuda» o «me he quedado sin nada», Un panorama que muestra a Playa Canoa devastada en un 90 %, a media cuidad de Bahía colapsada, a una criaturita de 8 años aplastada junto a sus padres, al profesor que dio su última lección en la escuela a la que no volverá, y a un pueblo que vive en las encrucijadas de una tierra indomable ante próximos episodios…Heridas reales y otras que se llevan en el alma, pero con la voluntad de levantar a Ecuador a pesar de las lágrimas.
Mientras tanto Yoel, Lissette, otros cubanos y nativos, tienen derecho a mirar las estrellas que distantes albergan esperanzas, a pesar de que no olvidarán jamás a aquella madre sin consuelo que entre una multitud apesadumbrada preguntaba en desespero ¿dónde está mi bebé?
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