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Mi Comentario: «Criaturas» sin reino

Mi Comentario: «Criaturas» sin reino

Por Ricardo R. González

Todavía me da vueltas en la cabeza el hecho de que un ciudadano trató de burlar a las autoridades aduanales cubanas para sacar del país a 33 tomeguines atados a sus piernas, y muchas veces me pregunto en qué siglo estamos viviendo ante esa paradoja abrumadora de un desarrollo tecnológico acelerado en contraste con irracionalidades humanas cada vez más descabelladas.

Entre estos avatares me sumo a quienes imploran clemencia por el bienestar de los animales. No importa de qué especie porque todas llegan al mundo para ocupar su espacio y encontrar pleno desarrollo, mas lo real se torna en una especie de película horripilante con el maltrato a los caballos cansados de soportar latigazos mediante la fusta irreverente de su amo, o la carga pesada en los asientos para satisfacerle las ansias de dinero al propietario.

Afortunadamente no es la generalidad. Conozco a muchos carretoneros que cuidan a sus animales, incluso los miman porque, como viejos sabios, saben que le garantizan el sustento en tiempos en que el billete se hace escaso y los salarios entran y salen con la misma velocidad.

A los otros, a esos que agreden despiadadamente no se sabe cuál de los dos pertenece a la especie animal: si el que guía el caballo o el pobre trotamundos que, en no pocas ocasiones, cae desfallecido o hasta infartado porque ya no puede soportar más.

De las peleas de gallos ni hablar, pero mucha atención con la proliferación que exhiben las similares entre canes.

No olvido esa escena espectacular de la película Conducta cuando el pequeño le reclama al «dueño del negocio» ante el perro muerto, y este le riposta: aquí no se puede tener sentimientos. Y cuanta falta hace que el mundo se llenara de pasiones en favor del bien, que se viviera con la equidad de respeto hacia el prójimo, de cuidar nuestro entorno y preservar los tesoros obsequiados por la Naturaleza.

En el orden personal reconozco que no me gustan ni los gatos ni los perros, pero me opongo a esos encontronazos inhumanos en que enfrentan a los canes como aquellos gladiadores de la historia antigua. ¿Dónde están los valores de esos seres? ¿Hasta qué punto de vista la degradación humana puede llevar a barbarismos increíbles pero reales?

Tampoco justifico a quienes los tuvieron como mascotas y les dieron cobija hasta que un día, por determinadas razones, los lanzaron a la calle para sumarlos al largo camino de los vagabundos sin destino.
Cada vez que se realice una acción de esta índole pensemos en nosotros ¿Le gustaría a Ud correr idéntica suerte? ¿Por qué si no tenía condiciones en casa le brindó anticipada convivencia?

Hay embullos que después se pagan caro, y son aquellos que recaen sobre la conciencia porque el grado de culpabilidad o de arrepentimiento lejos de desaparecer se arrastra durante toda la vida.

Y tampoco apruebo esas matanzas colectivas que en ocasiones se han hecho ante la vista pública. No se me borra de la mente aquella mañana en el Parque Vidal en que alrededor de 12 canes agonizaban después de ingerir su carga mortífera.

Poco a poco murieron. Ante la vista de niños temerosos e intrigantes; de adultos lastimados y soberbios.
Pero el espectro es mucho más amplio. Los tirapiedras sobre las aves, la disección de las lagartijas, el tráfico ilegal de especies endémicas que perecen al salir de su hábitat… en fin, actos merecedores de justa condena.

A mi modo de ver constituye otro de los tantos capítulos del resquebrajamiento de valores que nos corroe y hunde en el lodo. Si no somos capaces de crear en las nuevas generaciones ese sentimiento de amor hacia los diferentes componentes del entorno estaremos nadando en un mar sin destino.

Pero lo más triste es que Cuba, hasta el momento, no dispone de ninguna legislatura encaminada a la protección animal o al bienestar de ellos, como prefieren denominar los especialistas en la materia.
Ahora bien, si algún día existiera esa Ley, y los encargados de hacerla cumplir se cruzan de brazos estaríamos viviendo una historia, como la actual, calcada en papel carbón.

Me parece que la realidad va más allá de las buenas intenciones comunitarias o de las charlas educativas ante gentes reacias. Impera que las autoridades tomen cartas en el asunto, sobre todo en esas peleas de perros que se sabe cuáles son sus escenarios permanentes, y apliquen aquellos decretos vigentes para hacer justicia.

Por demás vuelvo al plano humano. Cuántas historias conmovedoras y de fidelidad absoluta existen entre canes y dueños. Cuántos de ellos han sido los compañeros de la soledad y los más fieles ante el ocaso de la vida. Cuántos se han convertido en los lazarillos de invidentes, o rebasaron los marcos para tributar un cariño superior al que jamás ofreció la propia familia.

Meditemos en todo, y despojémonos de culpas a fin de que no se sientan «criaturas» sin reino.

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