Mi Comentario: Lo que no debe suceder en un centro de Salud
Por Ricardo R. González
Ocurrió hace unos días en el consultorio 16-1, perteneciente al policlínico Santa Clara.
Una de sus doctoras titulares, Gretel Pegudo Castillo cumplía otras responsabilidades laborales, y su homóloga Laura Rodríguez Fuentes asumió la atención poblacional de la jornada.
Mientras atendía a un paciente, una persona se detuvo en la puerta. De esas que se «siembran» para ver si la mandan a entrar porque siempre aluden a «una preguntica muy rápida».
Al ver que no había un ápice de movimiento la doctora Fuentes, en una forma en extremo respetuosa, le sugirió que esperara en el salón, y lo que debía convertirse en regla casi vislumbra como excepción.
Está claro que hay galenos sin tachas convertidos en modelos a la hora de cumplir sus códigos. A ellos, el reconocimiento por el talento y la valía de su entrega, pero no es menos cierto que otros, desde el hospital más renombrado hasta la modesta unidad, convierten el local de consulta en una especie de salón de reuniones o en recinto de reservaciones de una Terminal.
A veces no se sabe si es que va a tocar Yumurí y sus hermanos o Adalberto y su Son. Lo cierto es que todos los pacientes quieren estar «pegadito a la tarima» en medio de aquel carnaval.
Entra la peluquera, el mecánico, la que tiene el último grito en la boutique, quien porta el termito de café, el bocadito y la TuKola, la amiguita que está en remojo para recibir una flecha de Cupido, el recomendado de fulana, aquel que resuelve tal o más cual cosa, en fin… Ocho, diez o más personas en un espacio semireducido, donde todo el mundo pasa y nadie sale. Así, X se entera de lo de Y, y H conoce las interioridades de K.
No exagero, y los profesionales olvidan que existe algo en la vida llamado respeto, imposible de descuidar.
Si a ello sumamos la necesaria docencia para que los futuros médicos aprendan ¿cómo se sentiría una persona si debe exhibir una parte de su anatomía ante la vista de todos? ¿por qué los demás pacientes tienen que enterarse de detalles que no les incumben?
En otros casos están esos rostros familiares y asiduos convertidos casi en plantilla de algunos consultorios. Esos que se cuelan y hasta hacen las funciones de médicos empíricos, dictaminan a su manera, tienen acceso a la cajita de los análisis, y por tal de «ayudar» ofrecen una valoración previa a la del verdadero especialista. Saben de hemoglobina, colesterol o triglicéridos, y hasta «recetan» lo que lleva el individuo.
¿Y qué decir del momento de las inyecciones? Allí permanecen como estacas, y si el doliente exige un poco de pudor y pide la retirada observe simplemente las caras…Aquello se convierte en verdadera irritación para quienes están donde no deben estar.
Acudir a un médico dista bastante de saborear el más excelente manjar. Se asiste por algo, en busca de una palabra que aliente ante una dolencia, en espera de una mano en el hombro que se traduzca como «pronto va a mejorar».
Muchas veces resulta una cita determinante encaminada a conocer los resultados de un diagnóstico que pueden propiciar tranquilidad ante varios días previos de incertidumbre, o cambiar el curso de la vida de esa persona que recibe un veredicto inesperado.
Médico, para mí, al margen del género, es desdoblarse en profesional y amigo, alguien que llene de optimismo e infunda las ansias de que habrá que luchar porque la vida no acaba, y en ese combate estarán los dos (él y el paciente) en batalla campal.
Médico resulta ese ser humano capaz de entender el dolor ajeno, de respetar costumbres, idiosincrasias y hasta caprichos o majaderías propias de la edad.
Médico es también la persona indicada para preservar la intimidad y aliviar al prójimo, el que, al margen de la amistad existente, eduque a los imprudentes y los convierta en terrícolas prudentes.
Múltiples generaciones han visto al galeno como el mejor de los confidentes, y ello se gana sin grandes artificios, simplemente recordando a diario aquel juramento realizado el día en decidieron entregarse a los semejantes amén de sacrificios.
Por todo ello, el médico y su personal paramédico ejercen el magisterio dentro de su recinto, sin descuidar el pudor de cada persona, la confidencialidad reclamada. Ganarse esa confianza absoluta que, incluso, permita conocer mucho más del enfermo para arribar a las posibles conclusiones.
Una consulta no constituye la asamblea de servicios ni el set donde se graba el espacio «Vivir del cuento», y la responsabilidad recae sobre quienes tienen en sus manos el timón de la nave. Son los guías para llamar al orden e insistir en el respeto, para preservar el diagnóstico como secreto confidencial, y en el caso del público, si bien es cierto que la vida moderna nos presiona por la falta de tiempo, habrá que mantener la disciplina y esperar a que nos llamen cuando corresponda entrar.
Aplaudo el gesto de Laura, también Gretel lo ha tenido que hacer en múltiples oportunidades en el consultorio 16-1. Así se inculcan valores, esos de los que mucho se hablan pero necesitan oxigenarse con buenas prácticas abrazadas, en estos casos, a los fundamentos indispensables de la ética. Que no se olviden.
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