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Mi Comentario: El vals de los informales

Mi Comentario: El vals de los informales

Por Ricardo R. González

Este es otro tipo de «vals». No tiene música suave, pero atrapa y se multiplica como el marabú holgazán bajo el signo de la informalidad.

Cuántas veces esperamos que un establecimiento comercial abra a las 9:00 de la mañana, según lo establecido, y son las 9:10, 9:20, y aun su colectivo permanece en el matutino o en alguna tarea al margen de su primera misión.

Pero hay más… luego de la demora no se sorprenda si la empleada comienza a contar pesetas y centavos o a organizar la caja. Entonces, ese cliente «respaldado» por las consignas de Protección al Consumidor ha perdido más de media hora sin que le ilumine un rayito de la llevada y traída protección.

En otro giro vale detenerse en la fecha de entrega de determinado trabajo o servicio. El comprobante especifica día y mes y cuando el usuario acude en busca de lo prometido, en el tiempo preciso, aparece una negativa que le nubla el día.

No pregunte mucho porque puede encontrar una cara amargada que malamente responda: «No es mi maletín. Quéjese con el administrador, y en otro momento porque salió para una reunión».

Ay… reuniones. Pura justificación que, en algunos casos, encubre asuntos indebidos. Personas que se quedan en casa o quién sabe en qué andan dentro de un segmento de la jornada laboral.

Para evitar malos entendidos aclaro que lo de tiendas y directivos no constituye la generalidad, mas en la viña del señor existe de todo un poco y como buenos cubanos conocemos lo que se teje en la madeja.

Si seguimos abriendo el espectro aparece aquel que hasta hace un tiempo figuró en la lista de los formales, pero ya baila con la misma música del bando contrario. Es ese personaje a quien se le solicita un servicio y promete que tal día lo soluciona. A usted le reconforta y hasta dibuja sus ilusiones; sin embargo, pasan jornadas, semanas y meses, y todavía el problema no despega del punto de partida.

Después vendrán las justificaciones. Desde las creíbles hasta las que motivan una carcajada por lo inconsistente e inmaduras.

Y está el pedigüeño (a) El o la que pide desde un poquito de aceite, dos latas de arroz, un limón, una cucharada de sal, café, ropas, trusas, prendas, batidoras, o hasta dinero, en tiempos en que la economía familiar se siente hasta el tuétano, con la promesa de reintegrarlo cuanto antes.

Aquí comienza la larga telenovela…Transcurre el tiempo, se encuentran y reencuentran con los vecinos, y…nada.

Y qué decir de esos programas de actividades que consignan una hora de inicio y comienzan mucho más tarde. ¿De quién es la culpa? ¿Por qué los organizadores hacen perder un tiempo precioso a los asistentes que bien pudieran utilizarlo en algo más útil que en la espera?

Hay mucha tela por donde cortar, pero a mi modo de ver existe algo llamado disciplina y dignidad que debe distinguir la personalidad de los individuos. Estas resultan las premisas para dejar a un lado esa informalidad que aplasta y resta en el decoro personal.

Que un establecimiento demore su apertura y no tenga sus cajas listas tiene un responsable, y recae sobre el gerente o el administrador como máximo representante de la unidad, aunque el propio colectivo crea el precedente de algo que resquebraja el prestigio del centro.

Por otra parte si alguien no puede solucionar algo en el momento del pedido lo mejor es hablar con sinceridad. Se agradece más un «no» o un «imposible por ahora» que dejar a los semejantes en la cuerda floja del hoy, mañana o pasado… sin lograr resolver el problema.

Y para aquellos que piden y piden…Por favor,  sea más medido, ahorre en lo posible y trate de administrarse porque los tiempos no están para satisfacer esos vicios.

La vida gana con el aporte de todos. Ayudar al prójimo a encontrar soluciones, sin faltar a la palabra, resulta un componente imprescindible. Si queremos respeto hay que interiorizar, primero, lo inmenso de dicho significado y aplicarlo en la práctica. Un reto continuo para alejarnos del «vals» de los informales.  

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