Mi Comentario: El rompecabezas de los alimentos
Por Ricardo R. González
Ilustración: Martirena
Ya se habla en Cuba de la próxima implementación del Código de Buenas Prácticas para el Expendio y Venta de Alimentos en la Vía Pública, normativa que, a mi modo de ver, tardó bastante en abandonar su embrión.
Y no se trata de un capricho de la ínsula de poner mantel nuevo ni de ser más severos con quienes han pasado los años sin preocuparle mucho la salud de sus semejantes. Es, ante todo, un agobio elemental que enfrenta un mundo reclamante de la estricta sanidad y el respeto a los miles de terrícolas con derecho a sentirse humanizados.
De eso se trata, de lograr un producto que tenga óptimas condiciones para su consumidor desde el inicio de la elaboración hasta el momento de degustarlo, pero en el que intervienen varios eslabones de la llamada cadena alimentaria conformada, además, por quien manipula, transporta, almacena, y suministra la materia prima.
Cada eslabón cumple su papel, y cada uno de ellos puede abrir las puertas a la transmisión de cualquier enfermedad o a las impredecibles intoxicaciones alimentarias con solo violar o incumplir alguno de los preceptos.
Todo ello en teoría es muy preciso, suena bien al oído; sin embargo, en la práctica deja mucho que desear y las atrocidades llueven tanto como los actuales aguaceros en el ya bien entrado agosto.
Lo mismo en establecimientos estatales que en dependencias del cuentapropia porque cuantas veces observamos alimentos sin taparse, a una temperatura ambiente detestable, y ni siquiera pensamos en el peligro de una rápida descomposición, o en las reiteradas visitas que sobre ellos realizan las moscas u otros insectos.
¿Y el agua empleada en los jugos, batidos, y refrescos Tienen la garantía necesaria? ¿dispone del hipoclorito que exige estos tiempos?. La respuesta me daría infinidad de puntos suspensivos de manera continuada.
Como dicen los versos del poeta: «Todo pasa y todo queda», y muchas veces me he preguntado cuál es el destino de aquellos bocaditos o pan con lechón que no se venden en el día. Jamás aplicaría una referencia generalizada, pero estoy seguro que pasan a una nevera o quien sabe a esperar el destino de la próxima jornada.
No hay que tener miradas indiscretas para percatarnos de (in)creíbles violaciones en este largo camino de nunca acabar. No siempre se vende cumplimentando todas las de la ley, con el uso de guantes o instrumentos apropiados a la hora de ofertar los productos, y muchas veces son esas manos al pelete las que entregan la ración, sin saber qué han tocado ni que han hecho.
Otra de las irregularidades frecuentes es la de simultanear la venta con el cobro, y ello está totalmente prohibido, en tanto se minimiza o resulta nulo el uso de uniforme, y en ocasiones hasta el puesto de venta aparece en un sitio alejado de agua corriente y de condicionantes elementales porque ¿a quién se le ocurre situar un carrito en las proximidades de un río, de un baño público, o de depósitos comunitarios de residuales?
Sin embargo, lo hay y hasta he presenciado animales cercanos a las fuentes alimenticias, o la envoltura en un papel o con la hoja de una revista de antaño que nadie duda cuantas visitas de vectores han pasado por sus páginas ¿Y es tanta la insensibilidad que nadie se preocupa por ello? ¿O acaso aplican el equivocado proverbio que lo que no mata engorda?
En esto no hay tales juegos, y la mala suerte a cualquiera nos toca. Sepa que en países donde la higiene deviene ley existen notorios contratiempos. En la nación más potente del mundo son ingresados, cada año, 350 mil personas por intoxicaciones alimentarias de las que fallecen unas 5 mil. Francia, por su parte, adiciona aproximadamente 750 mil habitantes con dichos padecimientos; de ellos, 70 mil acuden a hospitales de urgencias, 13 mil resultan ingresados y mueren unos 400.
Cuba no es el edén ni Villa Clara tampoco, y manifiestan cada año no pocos brotes de intoxicaciones alimentarias atenidos a negligencias en la elaboración o a la mala conservación , entre otros factores.
No demos la espalda a las deplorables condiciones higiénicas de algunos centros gastronómicos que llevan a imponer multas a las administraciones y al cierre temporal hasta tanto solucionen sus alarmas sanitarias.
Siempre digo que el principal perjudicado es Liborio en un país donde la comida constituye uno de los dolores de cabeza medulares para quienes asumen la cocina diaria en el hogar.
Si al margen de esto el único centro enclavado en la comunidad cierra por deficiencias e infracciones higiénicas, y suprime el expendio de sus ofertas estoy seguro que la irritación popular colme el vaso y lo derrame.
En la vida, y sobre todo en la cubana, hay que pensar en los semejantes. Por ello aplaudo todo lo que incentive el mejoramiento humano. Ojalá que el Código de Buenas Prácticas para el Expendio y Venta de Alimentos en la Vía Pública en fase de implementación, que incluye la correspondiente capacitación, no tome las sendas de lo efímero como otros tantos decretos, resoluciones y normativas de las que ya ni sus propios redactores se acuerdan.
Ojalá, e insisto, no resulte como las tantas telenovelas en que imaginamos ya el final apenas avanzan sus primeros capítulos. Cuidar la salud del prójimo constituye la divisa principal, y en esta danza estamos implicados todos, desde los que tienen que exigir hasta los clientes que acostumbrados ya a ser maltratados por tantas violaciones consideramos «normales» todas las indolencias que sacuden ese complicado y tradicional rompecabezas de los alimentos.
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