«Con 2 que se quieran» Enrique Molina (Parte II)
Amaury. Sí, sí, es que aquello no tenía nombre.
Enrique. El piquete de gente era… yo hice todo lo posible, no escatimé un minuto para absorberles todos sus conocimientos. Verlos nada más, cómo hacían ellos las cosas.
Amaury. ¿Y en vivo era, no?
Enrique. En vivo, esa aventura la hicimos en vivo.
Amaury. Cuentan que se hacían cosas en los pasillos.
Enrique. En todos lados, en la azotea.
Amaury. En todo el edificio.
Enrique. En el edificio del ICRT, no, no, terrible… tomábamos el ICRT, nos salíamos del estudio para hacer escenas. Aquello fue una aventura realmente histórica… Y tenía, yo recuerdo de aquella época, algo bien bonito. Cuando ya daban el corte, que ya se acababa el programa que íbamos a salir del estudio, al abrir la puerta al pasillo, el presidente el organismo estaba ahí, en el taller, en el lugar de trabajo con la gente ahí, para felicitarnos por el capítulo, o para hacernos alguna observación de algo que no había salido bien, alguna cosa. Día por día y capítulo tras capítulo.
Amaury. A ver, a ver, yo estoy tratando, porque estoy tan fascinado, me tienes como hipnotizado. A mí nunca me han hipnotizado, tú me tienes hipnotizado.
Tú tienes anécdotas en tu vida artística tremendas, pero yo creo que ninguna es tan importante como el hecho de que tú hayas sido capaz de someterte a una cirugía plástica general para hacer el papel de Martí. Aparte de someterte a una dieta. Yo no conozco a nadie que haya hecho eso en ninguna parte, ni en Hollywood, ni por 10 millones, ni por 15. Pero después, además, esa película no se hace. Cuéntame, porque yo quiero oírlo de tu boca. Ya sé que a lo mejor lo has contado alguna vez en un programa, me dijiste que hace poco, el año pasado, bueno, pero a mí no me lo has contado nunca. Cuéntamelo ahora mismo, yo estoy temblando con eso.
Enrique. No, esa idea surge cuando yo interpreté a Lenin, o sea, yo interpreté a Lenin en dos oportunidades. Primero en el año 67, El Carrillón del Kremlin, que yo lo hice en la televisión y Mario.
Amaury. Mario Balmaseda.
Enrique. Mario hizo un trabajo, excelente el trabajo de Mario, excelente, dicho con toda…
Amaury. Sí, sí, es que Mario es otro de los grandes.
Enrique. Cinco años después, yo hice una miniserie que se llamaba Relatos sobre Lenin. Eran cinco cuentos sobre la vida de Lenin. Se terminaron y quedaron…, de verdad que yo quedé satisfecho con ese trabajo. Lo dirigió Lillian Llerena. Y a raíz de esos cuentos, la televisión, el organismo le plantea a Lillian la posibilidad de hacer eso mismo: cinco o diez relatos sobre la vida y obra de Martí.
Amaury. ¿Era en televisión?
Enrique. Para la televisión.
Amaury. Era para la televisión. Era cine en televisión.
Enrique. Anja. Martí niño; Martí adolescente; Martí todo, hasta que muere Martí. Y un buen día se me aparece Lillian en la casa y me dice: Déjame ver al álbum tuyo de bodas con Elsita. Se lo enseñamos, y empezó: Si tú te vuelves a poner así flaquito, como estabas en esta foto, yo creo que tú me puedes hacer el personaje. Siempre hay que operarte la nariz, porque yo tenía antes una nariz cuadrada, que parecía un porrón de tomar agua, y entonces, hay que operarte la nariz, porque con esa nariz, hay que afinártela para que después con el maquillaje se te haga recto, qué sé yo. Y Lillian y yo nos fuimos a ver al Doctor William Gil -ya falleció el año pasado- y le dimos la idea a William Gil. Y él me dijo: pero es que tú físicamente no tienes nada que ver con Martí. Claro, que iba a tener yo que ver con Martí.
Amaury. No, claro.
Enrique. Y él se pasó como un mes estudiando aquello hasta que me llamó y me dijo: Oye, yo no te puedo operar la nariz ahora así de un viaje. Te la tengo que operar en dos partes. Tengo que virarte los cartílagos, mantenerte ahí como 10 meses con los cartílagos invertidos para que se endurezcan y después volvértelos a poner como eran, qué sé yo. Pero, mira, tengo que operarte los párpados, porque Martí era de ojos abiertos; tengo que separarte las orejas, porque Martí era de orejas separadas; tengo que correrte el nacimiento del pelo hacia atrás, porque Martí, mira como tenía las entradas. Tengo que quitarte todo lo que te va a sobrar cuando tú ya termines de bajar las cuarenta y pico de libras. Y en un mes, ¡en un mes!, bajé 42 libras.
Amaury. Pero es que ese hombre puso en riesgo tu vida.
Enrique. No, pero la verdad que yo tenía una atención médica ahí extraordinaria, extraordinaria.
Amaury. No, eso no lo dudo, pero son muchas libras, porque es más de una libra diaria.
Enrique. Entonces, tenía unas dietas que eran comiquísimas. Era una bandeja, de esas de las bandejas de los hospitales, que tiene muchos departamentos y me traían en el centro, en el medio, donde va el potaje, ahí me traían un ala de pollo hervida sin sal. Ese era mi almuerzo y por la tarde, la otra ala, la derecha, así. Cuando yo veía aquello…
Amaury. Te traían de un pájaro las dos alas. (risas)
Enrique. Entonces ahí estaba ingresado conmigo, al lado, un muchachito que era distrófico y lo que le llevaban de comida a aquel muchacho, era para… imagínate, distrófico. Y entonces el muchacho me decía: ¿Tú no quieres hacer Martí? Porque se corrió en todo el hospital que yo iba a interpretar a Martí. Imagínate tú. Bueno, entonces viene el proceso de las operaciones y fueron en total 7 cirugías, que fueron los siete meses que estuve hospitalizado.
Amaury. Tú no ibas a hacer el papel de Martí, ibas a ser Martí. Te querían convertir en Martí.
Enrique. Y con Lillian Llerena todas las tardes sentada al lado de mi cama, ahí, porque no me dejaban caminar, ahí, leyéndome cosas de Martí. Todas las tardes iba para allá a las dos y hasta las cinco de la tarde. La obra de Martí y los que hablaban sobre Martí, cómo era Martí. Salí del hospital a los siete meses y empecé a trabajar con Lillian en su casa y a buscar en actuación a ese Martí.
Amaury. Que ya físicamente lo tenías.
Enrique. Claro, pero hacía falta el de aquí adentro.
Amaury. Claro.
Enrique. Porque no hacía falta solamente el físico. Era ese hombre que fuera capaz de convencer al Martí que cada uno de nosotros tiene en su cabeza. Cada cubano tiene un Martí aquí en su imaginación y había que hacer un Martí que fuera, que fuera digno. Yo le entregué a aquello el amor, la vida, el corazón.
Amaury. Le entregaste la piel.
Enrique. Porque yo me decía: después que ya yo hice Lenin, hacer Martí ahora, ya, qué más puedo pedir como actor. ¡Qué más puedo pedir! Y un buen día, después de muchísimo tiempo ensayando, nos llaman del ICRT, a Lillian y a mí, por favor, que vengan urgente a la oficina de Manelo.
Amaury. Sí, que entonces era el Presidente del ICRT, Ismael González.
Enrique. El presidente del ICRT. Y vamos para la oficina de Manelo y nos dice. Lillian, por favor, siéntese ahí. Molina, siéntate aquí. Miren, yo no sé lo que yo haría por reconocer el esfuerzo que tú has hecho, pero te tengo que decir, que va a comenzar en estos días, ya, el Período Especial, y ni el organismo, ni el Estado -no era solamente el ICRT, habían otros organismos que iban a colaborar en la construcción de…
Amaury. Sí, claro, una cosa como esa.
Enrique. Era un proyecto gigantesco del ICRT. Nadie puede apoyar esto, ni el Estado, ni nadie, no hay con qué. Me levanté de aquella butaca, mira, no, no. Ahí está Manelo que no me dejará mentir. Yo no dije nada, me paré, así, tranquilamente, viré la espalda y me fui. Las lágrimas me corrían a chorros por toda la calle. Yo, en mi mundo, en mi enajenación le dije a mi mujer cuando llegué a la casa: voy a renunciar, yo no voy a trabajar más. Yo creo que ya he hecho bastante con mi trabajo, y no voy a trabajar más.
Mi mujer me cayó ahí, los amigos me cayeron ahí y un día se me apareció Eduardo Macías en la casa, y me dice: oye, yo sé que tú estás mal de ánimos, pero te vengo a buscar para que me ayudes. Entre tú y yo vamos a convencer a Reinaldo Miravalles para que tú y él se vayan con (Rogelio) Blaín, y conmigo para Camagüey para hacer una aventura que se llama Los Hermanos y quiero convencer a Miravalles porque él nada más que trabaja en los últimos 30 capítulos. Y mira, aquello me empezó otra vez a mover esa cosa que uno no puede negarse a eso ¿verdad? Y me fui con Macías a casa de Miravalles y lo convencimos y se fue el viejo para allá con nosotros.
Amaury. Pero ven acá, Enrique, si tú tuvieras ahora la misma edad que tenías en aquel momento. Hoy, fíjate, hoy. No es que te ubiques en el ayer. No es que te ubiques en el joven que fuiste, sino en el joven que podrías ser hoy y te encontraras a otro delirante martiano, como el Doctor William Gil -que en paz descanse-. ¿Tú te someterías a eso? ¿Someterías a tu mujer, someterías a tus hijos nuevamente a ese proceso, para hacer Martí?…
Enrique. Yo creo que esto que hizo…
Amaury. Fernando Pérez.
Enrique. Fernando Pérez, es una belleza.
Amaury. Es que es una belleza.
Enrique. Para aplaudírselo, ahí están, en la pantalla, el Martí niño y el Martí adolescente. Pero ese Martí adulto, yo creo que es imperdonable que sigan pasando los años y que no se haga. Si yo me viera otra vez, no ahora con las condiciones físicas que tengo, porque ya tengo 66 años, pero si echamos el tiempo atrás y me vuelven a plantear lo mismo, yo lo vuelvo a hacer, pero con una satisfacción tremenda.
Amaury. Enriquito, hablemos de este personaje icónico tuyo, Silvestre Cañizo, de la telenovela Tierra Brava, inspirado en Media Luna, de Dora Alonso, ¿cómo fue ese problema de maquillar a ese hombre? ¿Cómo fue crearlo? Ese personaje no está concebido de esa manera en la novela.
Enrique. No, no, en la novela el personaje prácticamente ni existe.
Amaury. No, era un personajito, yo recuerdo en los libretos que mi mamá, Consuelito, hizo en algún momento de la niña Lala, cuando hicieron Media Luna.
Enrique. Sí. Bueno, una vez me mandó a buscar Dora Alonso, ya cuando la novela estaba casi en su final, y ella, muy contenta, muy satisfecha, muy feliz, me felicitó y me dijo: Mira, ese personaje yo no lo creé. ¿Quién creó ese personaje? Dígole: mire, Dora, esto, el personaje, aunque me sea feo decirlo, y con la anuencia de la directora, de Xiomara Blanco, lo fui creando yo. Lo creé, porque lo primero que hice fue que me fui, como ya yo tenía los capítulos en mi casa, todos, y ya yo sabía que a partir del capítulo 30 al personaje le daban aquella paliza que lo dejaban botado en el monte. Yo me fui a ver a un médico, allí al Hospital Ortopédico, a consultar con él como quedaría una persona que recibe una paliza de esa manera, que se queda abandonado, silvestre, en el monte, ¿Por dónde hay que darle para que se justifique que esa joroba queda para toda la vida? Porque no había un hospital (en la novela) no hay nada. Y entonces él me fue explicando que para lograr… Yo sí le hice al médico, físicamente, lo que yo quería, cómo yo quería quedar. Y me dijo: bueno, mira, hay que partirle la clavícula al personaje con algo, con un palo, con un pedazo de hierro, con algo y entonces así lo hicimos. Después le expliqué a Xiomara por dónde es que se asalta al personaje, que se vea un culatazo que le dan con un fusil, dónde le dan, para justificar esa lesión que se le queda para toda la vida. Después me fui a ver a un técnico de prótesis bucal para que me creara esa cosa que se levantaba aquí por dentro; él me creó una pieza que yo me ponía por allá adentro, y se quedaba la boca virada, horrible.
Amaury. ¿Y lo del ojo?
Enrique. Y entonces, con las maquillistas hice como cinco o seis pruebas de maquillaje para lograr el efecto ese del ojo horrible. Y nada, con un pedacito de tul, hicieron muchísimas pruebas y ninguna dio resultado, porque me iba al estudio con la cámara, para ver cómo se veía y se veía que era falso. No teníamos con qué hacer eso. Y a mí se me ocurrió decirle a la maquillista: mira, vamos a coger un poco de mastic, que es con lo que se pegan las barbas y los bigotes de los personajes. Bájame aquí el párpado, échame mastic aquí, súbeme esta parte de aquí y échame por aquí arriba. Aguántamelo un rato ahí y después suéltalo a ver qué pasa. Así lo hicimos y la maquillista dio gritos de alegría. Ahhh, lo logramos, lo logramos. Pero eso me costó a mí un estafilococo dorado que me duró dos años, después que se terminó la novela.
Amaury. Sí, claro, porque eso te lo hacían todos los días.
Enrique. Todos los días y todos los días me lo tenían que quitar con alcohol, un chorro de alcohol ahí para que eso se despegara. Eso era diario. Y entonces la esposa de Almirante, Blanca Elena, fue la que, ahí, ahí.
Amaury. La doctora.
Enrique. La doctora, oftalmóloga, me curo el estafilococo ese. Pero pasé una…, terrible
Amaury. De todas maneras todo el mundo…, tú sabes que para siempre te van a recordar por ese personaje.
Enrique. Sí, es un personaje que, una vez Edwin Fernández, padre, me dijo, a raíz de salir al aire En silencio ha tenido que ser, que yo hacía el nicaragüense aquel, Matías.
Amaury. Cómo no.
Enrique. Y una vez me intercepta en el camino y me dice: Oye, yo llevo mucho más años que tú en la carrera esta, ya estoy viejo de actuar, y los actores tenemos personajes por los que nadie nos recuerda, pero tenemos otros personajes que quedan para el resto de la vida, aún después de muertos. Y creo que tenía absoluta razón, porque mira cuántos años hace que Edwin Fernández ya no está con nosotros y todavía cuando vamos a hablar de Edwin Fernández, decimos Trompoloco.
Amaury. Trompoloco, claro, claro.
Enrique. Y con Silvestre Cañizo me ha pasado eso. Hace años ya de la novela y yo ando por toda Cuba, desde la Punta de Maisí al Cabo de San Antonio y todo el mundo me llama Silvestre Cañizo, todo el mundo. Desde el que recoge la basura, hasta el nivel más alto que haya en el país, Silvestre Cañizo, y yo me siento feliz con eso.
Amaury. Enriquito, ¿por qué no hablamos un poquito del cine? Tú has hecho muchos papeles. ¿Con cuál te sientes más identificado? ¿Con cuál te sientes más cómodo, cuando los recuerdas?
Enrique. ¿Pero te estás refiriendo a…?
Amaury. A todo el cine que has hecho a lo largo de tu vida.
Enrique. Mira, el cine para mí ha sido una experiencia maravillosa por el rigor y por el respeto que los directores de cine tienen con sus artistas. Y he tenido la suerte, realmente, de trabajar con directores de cine que son, dicho en el buen sentido de la palabra, damas, dirigiendo a los actores. Como es el caso de Manolito Pérez, como es el caso de Fernando Pérez, Daniel Díaz Torres.
Amaury. En la película del Benny, que trabajaste con Jorge Luis Sánchez.
Enrique. Jorge Luis Sánchez, su primera película. Y uno se queda con eso en el alma. Es el espíritu de dos resultados, que es lo que disfruta uno; el resultado de la película, el resultado final con el público y he tenido la suerte de hacer algunas películas que han tenido un impacto importante en la población. Y lo que te deja, la enseñanza que te deja cada uno de esos directores.
Mira, con Jorge Luis Sánchez, mira que ensayamos con Jorge Luis en la película del Benny. Y Jorge Luis se paraba así, los tres actores, por ejemplo, que estábamos en un diálogo en una mesa, él se sentaba frente, ocupando el cuarto puesto de la mesa, a mirarnos las caras a cada uno, en detalle, de los diálogos que estábamos ensayando, y estaba pendiente hasta de la mirada.
Amaury. Claro, eso también es el cine.
Enrique. Claro, claro, pero en detalle, ahí, todo el detalle, con mucho rigor. Y así se trabaja el cine. Ahí he aprendido mucho. Me he alimentado el alma, como te decía, de esta gente, de ese colectivo buenísimo, buenísimo.
Amaury. Bueno, me estoy acercando al final. Si estuviéramos en una situación de repente de peligro inminente, ante una cosa natural, una cosa provocada por fuerzas internas. ¿Cuál sería el consejo que tú le darías a los cubanos ante cualquier eventualidad que nosotros sintiéramos?
Enrique. Bueno, yo viví en carne propia el ciclón Flora, allá en Santiago de Cuba y yo me quedé con un short que tenía puesto y un par de tenis, más nada. Nos quedamos sin nada y empecé a luchar, y a luchar, y a luchar. Y la vida nos volvió a levantar y la lucha…, la lucha, esa…
Amaury. La lucha interior, la individual.
Enrique. Esa. No lo que se dice por ahí: estoy luchando y son unos bandidos. A esa lucha yo no me refiero. Me refiero a la lucha de la vida, de enfrentar la vida con valor, con firmeza, qué sé yo… y nos volvió a levantar. Y después de eso fue que me hice actor, después del ciclón Flora. Mira tú si la vida, yo no sé si la vida me premió o fue producto de ese esfuerzo. Nosotros vivimos en un país que está constantemente amenazado por dos vías: la natural y la otra.
Amaury. Ahí iba.
Enrique. Eh, y nada. Mira, yo me siento tan feliz de ser cubano, que a mí nada de lo que ocurra en este país me asusta ni me da miedo. Nada, nada. Lo mismo un ciclón como si se vuelve a repetir otra vez Playa Girón. No, nada me asusta, porque sé que de ahí uno va a salir.
Amaury. El otro día una persona que ve el programa, un televidente o una televidente del programa, decía que yo, cuando hablaba de Cuba en los finales de los programas trataba de poner en boca de los invitados cosas que en realidad yo no sentía, ni sentían ustedes. Nadie habla de Cuba con esa pasión con la que tú has hablado si no es porque lo siente. Muchas gracias, Erniquito. Te quiero mucho.
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