«Con 2 que se quieran» Reynaldo González (Parte II)
Amaury, Reynaldo, la actriz Isabel Santos y Rafael Solís, director de fotografía de "Con 2 que se quieran".
Amaury Pérez. Lo que pasa que es una pesadilla a veces muy bien recompensada.
Reynaldo González. Bueno, sí, y gozosa, porque esa gente que dice: cómo yo sufrí para escribir esto. Ay, pero qué bobería, si yo sufriera no escribiría, porque yo no soy…
Amaury Pérez. No soy masoquista.
Reynaldo González. Yo no soy masoquista, si voy a sufrir no me pongo a hacer eso, me pongo a jugar dominó, que es lo que hacen otras personas.
Amaury Pérez. Reynaldo, ahora en la Feria del Libro se editó este libro: Reynaldo González: Lezama revisitado. Independientemente de las cosas que siempre se ponen atrás en los libros, yo quisiera que me hablara de Lezama, porque dice aquí: “Nunca me sentí transportado con tanta velocidad y deleite, como desde aquel sillón, frente a su sonrisa y su sabiduría en la magia de su conversación.” ¿Cuándo conoció a Lezama?, ¿cuánto lo pudo disfrutar?, ¿cuánto aprendió de él?
Reynaldo González. Yo lo conocí muy pronto que llegué a La Habana, pero lo traté más tarde. Yo trabajaba en el Consejo Nacional de Cultura que estaba donde ahora está el Ministerio de Cultura y Lezama trabajaba a dos puertas de mí. Pero era un señor que pasaba, llegaba, se sentaba a trabajar y no se levantaba hasta que se iba. Sus amigos lo iban a visitar, yo no era su amigo, pero cuando salió Paradiso decidí acercarme a Lezama Lima y conocerlo bien. Escribí un artículo que se ha publicado mucho, que se llama, que le da título a un libro mío, Lezama, el ingenuo culpable, y Lezama entendió que yo era uno que servía para defender la obra, que tuvo problemas, la novela fue atacada y yo salí a defenderla. Él lo señala en una de sus dedicatorias y ahí me acerqué a Lezama. Y me acerqué, como él dice, en ánimo de justicia y con ganas de conocerlo profundamente. La vida me lo regaló todo, porque me regaló la posibilidad de editar un libro de Lezama.
Su último libro en vida Lezama en La cantidad hechizada, hace un análisis de la poesía y de la pintura nuestra en el Siglo XIX. Era un banquete. Cada conversación era una universidad, era conocer de nuevo a Zenea, a Plácido, a Milanés. Entraba en el análisis de la cultura de la burguesía esclavista con Saco. Era conocer un mundo, no de perfecciones, sino de imperfecciones. Yo le llevaba tabaco -yo fumé 14 años tabacos, Montecristo número 1-, y yo le llevaba a Lezama y humeábamos juntos. Yo me sentía levitar con Lezama porque él hablaba de cualquier cosa. La gente habla de Lezama como un hombre muy difícil, una especie de gurú, no, no, no, Lezama Lima escribía como hablaba, no era la impostación de la personalidad, pero además, creo que Lezama, como otras personas, vieron el atrevimiento de aquel “Joven del trapecio”, ¿no?, y me mimó mucho.
Hay unas cartas que se han publicado de Lezama, cuando yo estoy estudiando en un central azucarero y trabajando para hacer La fiesta de los tiburones. En las cartas me dice: “vuelve, vuelve ya, porque vamos a fumar juntos”. Y es muy bonito porque yo creo que él se dio cuenta de mi avidez por quererlo, por conocerlo y porque a través de él estaba conociendo parcelas de Cuba.
Una vez me mostró Cromitos cubanos, de Ramón de la Cruz. Lezama me dijo: “tiembla” este fue el ejemplar que leyó Martí”, y hay unas notas de Martí. Tiembla y, claro que temblé. Temblé porque era un José mostrándome al gran José. Como él decía: “en la cultura cubana hay dos grandes tendencias; una que empieza en Martí y sigue conmigo, y otra que nace en el Norte y sigue con ellos”.
Amaury Pérez. Dicen que escribía, a veces, versos solamente para epatar a sus amigos, a sus amigos del grupo Orígenes, ¿no?
Reynaldo González. “¿Qué querrá decir?: vamos a averiguarlo juntos”, decía. Era una cosa muy bonita porque claro estaba el “epateur” jugaba consigo mismo, en cada verso ponía mucho de su vida también. Yo tuve un acercamiento respetuoso-cariñoso y en los tiempos difíciles, solamente te voy a contar algo: Estaba muy mala la cosa; la cosa está mala, la cosa. Siempre hablábamos de “la cosa” y yo unía mi poca carne que me tocaba y me iba a Trocadero y cocinaba la mía con la de él, y después yo comía poco, eso pasó varias veces. Y él me decía: ”Usted es de buen cocinar, pero de poco apetito”, y yo tenía un hambre que parecían dos, pero me iba tan tranquilo dejándolo disfrutar. Esa penuria compartida es a lo que él llamaba la pobreza irradiante.
Amaury Pérez. Bueno, después de ese comentario, demos vuelta a la página. Once años al frente de la Cinemateca de Cuba, sustituyendo al que parecía insustituible, Héctor García Mesa. ¿Cómo fue el Reynaldo de esos once años en la Cinemateca? ¿Y qué significaba tener el espíritu de Héctor sobre sí, a quien recuerdo tan grave, tan preocupado, tan maravilloso?
Reynaldo González. Yo fui muy buen amigo de Héctor, Héctor conocía mis investigaciones sobre los medios masivos y me ayudó mucho y de momento Héctor enferma para morir. Vienen Pastor Vega y Julio García Espinosa a preguntarme si yo podía sustituirlo.
¡Ah!, ellos se enteraron que yo quería cambiar de trabajo, llevaba 28 años editando libros. Agota mucho editar libros para un intelectual, para un creador, porque cuando llega la noche estás cansado de leer y ya no hay quién te haga tomar ni tus propias páginas, por supuesto.
Y de momento vienen ellos a decirme, y lo pensé dos veces, pero no tres: “voy”. Héctor había fundado la Cinemateca, llevaba 30 años dirigiendo la Cinemateca. Había colocado la Cinemateca de Cuba en un rango impresionantemente importante en el mundo y, todos los cinematecarios del mundo rendían pleitesía a la Cinemateca de Cuba. Y estaban los compañeros de la Cinemateca embargados en un proyecto del Congreso Mundial de Cinematecas en La Habana y Héctor enferma. Bueno, acepté y ahí conocí a un grupo de locos maravillosos, de gente que ama el cine, gente que lo cuidaba, gente que me enseñó que no solamente amar el cine era ir a ver una película de Gregory Peck, no, era cuidar un organismo vivo que puede enfermar y que puede morir. Que lo daña el aire, lo daña la humedad, lo daña la polución… y lo peor, me entregan la Cinemateca en el Período Especial. Y había que rescatar aquello. Pues aprendí a amar el cine como materia que puede morir y aprendí que no solo se podía opinar de cine. Tú me preguntabas de momento “¿qué tal la película de Fulano?” Y yo respondía: “en el segundo escaño, a la derecha”.
Porque yo dirijo esto, no puedo opinar, yo estoy dirigiendo la Cinemateca, la Cinemateca es un archivo de cine, no produce. Ahora salió a la Feria un libro mío, se llama Cine cubano, ese ojo que nos ve. Al fin pude opinar sobre el cine cubano, antes nada; por principios, nada. Pero empecé a amar el cine y empecé a comprender más a Héctor García Mesa.
Estuve once años y yo dije: bueno, acababa de cumplir 50, estoy hasta los 60, estuve dos más. Lo hice todo recordando la gran amistad con Héctor, que tenía una visión no peyorativa de la literatura, o del arte, y mucho menos del cine. Hay una tendencia a negar el pasado. Llegó la Revolución, el cine anterior es malo, descartado. Héctor no creía eso. Él me decía: en cada película mala hay, de momento, un destello, algo bueno.
Pero sobre todo en ese cine que se trataba tan drásticamente de manera tan peyorativa, había la música cubana, el humor cubano. Un sentido popular que yo venía defendiendo en lo que iban a ser mis dos libros sobre los medios masivos Llorar es un placer y después Caignet, el más humano de los autores.
Bueno, pues esto fue una experiencia impulsado por seguir en el acercamiento a un hombre que me abrió las salas del cine para que yo viera, y que buscaba películas de esa época, porque yo estaba estudiando.
Amaury Pérez. ¿La época de Ramón Peón y Romance del Palmar?
Reynaldo González. Todo eso.
Amaury Pérez. La Caridad del Cobre.
Reynaldo González. Y sobre todo el cine impulsado por Caignet, que se hizo productor de cine, creó una productora, hizo 27 películas, 9 con textos de melodramas, o sea, que es un hombre sorpresivo, por eso después volví a trabajar sobre Caignet, que también se miraba por encima del hombro, porque somos de una facilidad para negar lo existente, impresionante. Es como cuando se habla del bufo…, bueno, pues el bufo cubrió una etapa de la información cubana, del humor cubano, del gracejo popular cubano. ¿Que había páginas groseras?, bueno, si no las hay ahora en todas partes, qué vamos a hacer. Desde la época del reguetón no podemos mirar por encima a nadie y hay que tratar de entender que cada época tiene sus parámetros.
Amaury Pérez. Yo estuve revisando: novela, cuento, testimonio, ensayo, periodismo y, sin embargo, un solo libro de poesía.
Reynaldo González. Bueno, es un libro de amor.
Amaury Pérez. Envidia de Adriano.
Reynaldo González. Es un libro de amor. Al principio imprimí dos ejemplares, uno para cada uno de los amantes.
Amaury Pérez. ¿Cómo anda de amores, por cierto, en estas épocas?
Reynaldo González. Siempre tengo buenos amores, soy de cadenas perpetuas. La vida me ha facilitado…, esa es una de las anclas posibles en los momentos difíciles. No me ha faltado el amor. Claro, el amor exige dedicación, cuidado. Las parejas no surgen, las parejas se hacen, se construyen, se defienden y se cuidan. Yo aprendí esa lección. En esos momentos estaba locamente enamorado y escribí Envidia de Adriano que es el último poema, son sonetos amorosos quevedianos, muy quevedianos.
Era una exaltación de la poesía amorosa del Siglo de Oro y, ya te dije, de la primera edición están impresos dos ejemplares. Pero después, llegó Pablo Armando Fernández, que es un ángel custodio, es un hombre bueno, un hombre que acaricia con la mirada y que llora; llora por alegría, llora por tristeza, porque te quiere, tanto te quiere que le saltan las lágrimas, ese hombre es la bondad, Pablo es la bondad y vino con ese empeño, él agarró el libro, los sonetos, que los tenía en un ejemplar mostrado para él y le hizo un prólogo y salió. Yo nunca me he considerado un poeta y no quiero ser un poeta vergonzante de domingos.
En este país la poesía se da naturalmente, nuestra polución es la poesía. Como las nubes, las metáforas van y vienen. Hay muy buenos poetas en Cuba. Hay una gran poesía cubana y yo no quería competir con gente, no quería entrar en la lidia con los poetas, al contrario, soy tan amigo de ellos… Pero ese libro fue un libro de circunstancias, logré lo que quería: que me quisieran.
Amaury Pérez. Cuando le pregunté sobre la Cinemateca, me dijo que lo pensó no tres, sino dos veces. Cuando Silvio lo llamó y lo invitó a la gira por las prisiones de Cuba, ¿cuántas veces lo pensó?
Reynaldo González. Pregúntale a Silvio: ni una. Yo creo que el flaco se quedó con las ganas de darme una “muela” y de explicarme. Oye, ¿cuándo salimos? Ya tengo la mochila.
Bueno, aparte de que yo he estado muy cerca, como tú sabes de la música popular cubana, pero aparte de eso, mis preocupaciones sociales me llevan a esa población carcelaria de la cual se habla mucho y se conoce poco, que también se mira por encima del hombro. Cuando me dijeron qué íbamos a hacer, llevar libros, llevar 305 libros a cada cárcel, los mismos, en cuya selección participé, para que fueran libros que exaltaran la vida, libros que dieran a conocer aspectos humanistas. Grandes escritores, grandes, grandes escritores.
Porque yo sé, o imaginaba lo que era el enclaustramiento de estas personas, aunque se ha hecho mucho por humanizarlo, por cambiarlo y eso nos lo demostraron, te tuve a ti cerca en momentos difíciles y recuerdo que nos mirábamos, porque había nudos difíciles en las gargantas cuando uno miraba aquellas gentes cuyas vidas injustamente por sí mismos las han echado a perder y, para recuperarlas es tan difícil. Ahí es cuando ves cómo se puede destruir algo tan rápido y para reconstruirlo qué trabajo se pasa, gente que -por eso me parecía importante ir- entrevistamos y me acercaba a ellos, almorcé con algunos de ellos.
Amaury Pérez. Sí, porque hacía más que llevar los libros.
Reynaldo González. Claro.
Amaury Pérez. Yo lo vi visitar las clínicas donde están los presos enfermos con el VIH.
Reynaldo González. Hay momentos allí en que vimos algunos sanatorios. Eran presos de distintas cárceles reunidos por una enfermedad, por una amenaza de muerte. Compartían gentes que antes no se conocían, las traían para aprovechar los recursos… Mantener vivo a un hombre con el síndrome de la inmunodeficiencia adquirida, es una cosa tremenda para un país pobre, y eso se hacía allí. Entonces, verlos, hablarles, que me contaran -yo no le hablaba de la enfermedad-, no tenía valor para eso. Le hablaba de la vida, ¿qué hacías antes?, y si sales, ¿qué vas a hacer? Y ¿cómo la pasas?
Había uno de esos lugares que tenía un jardín, un jardín enorme, entonces la preocupación de aquel hombre, todo el tiempo, era: “¿me va a mandar tal semilla? Mándeme libros sobre jardinería”, que le he mandado después…
Amaury Pérez. Que siendo presos y enfermos, hablaban de vida.
Reynaldo González. Claro, si es que el hombre nunca renuncia a la vida, eso está en la condición del hombre. Por eso es tan duro cuando un hombre mata a otro, cuando corta una vida y deja niños.
Yo me sentaba, si te diste cuenta, me sentaba después con los familiares de ellos. Iba y me sentaba con los familiares de los presos a ver la parte de ustedes, mi intervención era muy breve, y después me sentaba con ellos. No les hablaba, escuchaba qué comentaban, porque tenía mucho pudor para interrumpir eso que estaban viviendo ellos.
Pero a mí esas cárceles, este recorrido nuestro por allí, yo creo que me dio mucho elemento vital, fíjate qué curioso.
Amaury Pérez. Bueno, es que hablamos de jardines, hablamos de vida, hablamos de cosas vitales, y usted dirige justamente una revista literaria que se llama La siempreviva. ¿Qué cosa es La siempreviva? ¿Qué importancia cree usted que tiene dentro del panorama de la literatura cubana actual?
Reynaldo González. A mí se me pidió la revista, yo he dirigido revistas siempre e hice una revista para informarle a Cuba sobre literatura e informarle a los cubanos sobre la literatura de ayer que no han leído, porque aquí se lee mal, se lee mucho, yo sé, pero se lee mal, y quería que la revista fuera mostrable, que fuera hermosa, que fuera bella.
Amaury Pérez. Y es bella, además.
Reynaldo González. Es bella y debe estar rodeada de belleza y de afecto.
Amaury Pérez. Bueno, voy a volver al discurso de aceptación del Premio Nacional de Literatura, usted habló bien duro y utilizó dos palabras, por lo menos a mí me perecieron duras: victimismo y tolerancia. ¿Por qué incluyó esas dos palabras tan fuertes y están tan marcadas, porque no están de pasada en el discurso?
Reynaldo González. Tolerancia porque hubo mucha intolerancia. La intolerancia dañó vidas, entre ellas, la de Lezama Lima. La intolerancia marcó una etapa de la cultura cubana que dañó a la gente del teatro, a los escritores, a los pintores, hizo mucho daño y a la cultura se le puede hacer daño por decreto, pero por decreto no se cura el daño. De tolerancia se habla allí para cortar la intolerancia.
Yo sé lo que soy y lo que represento en la cultura cubana, y sabía que al darme a mí ese Premio Nacional de Literatura, se está reconociendo a personas como yo. Y es un paso que no tiene retroceso.
Pero hablé también de victimismo porque también cuando a uno lo han golpeado, hay una tendencia natural en las personas débiles a utilizar lo que padecieron como arma para conquistar otros escaños y me parece que realmente eso es una posición un poco incómoda, ¿no?, miserable; hay que tener orgullo. Los grandes escritores como Virgilio Piñera, Lezama Lima, tuvieron orgullo, dignidad de escritores y supieron que su destino era arduo, pero lo aceptaron como una imposición de la vida y de su propio talento y de su vocación.
Amaury Pérez. ¿Quién fue entonces el amigo que le dijo: “los viajes sí, porque ilustran; pero para morir y vivir, la Isla”? No sólo quién fue, quisiera saberlo, si se puede, sino ¿por qué dijo morir, primero que vivir?
Reynaldo González. Es una manía cubana de morir. Siempre ha habido el riesgo de perder la patria, la patria amenazada, la muerte posible, desde la época de Martí, desde la época de tantos amigos y hermanos que perdieron la vida, yo creo que fue por eso, pero realmente podríamos decir: “para vivir y morir, si toca el momento, la Isla”. Ese fue Pablo Armando Fernández y está en su novela Los niños se despiden, una frase que yo amo, porque esa radicalidad la sentí en los momentos más difíciles de la Patria.
Amaury Pérez. ¿Qué quiso decir su madre y su hermano después con “hay que hacerse gente”?
Reynaldo González. Eso, ¡que linda frase!, ¡hay que hacerse gente!. Mi madre, esa viuda que te he descrito, tenía mucha preocupación por sus hijos. Vivíamos en un barrio muy pobre ¿sabes cómo se llama el barrio? “Chincha coja”, en Ciego de Ávila. Yo nunca supe por qué.
Tiene otros nombres muy rimbombantes, pero nadie la va a conocer como otra cosa que no sea “Chincha coja”. En aquel barrio éramos tres niños prácticamente indefensos, con una madre igual, y la preocupación de ella era: hay que hacerse gente, que quiere decir: no hay debilidad posible, por eso: ¡no te quejes, no te quejes!, ¡hay que hacerse gente! Quería decir empeñarse en salir adelante. Yo estoy en ese problema, cuando sea grande te lo voy a contar.
Amaury Pérez. Bueno, Reynaldo, muchísimas gracias. Me siento profundamente orgulloso de haber vivido una parte del tiempo de Reynaldo González.
Reynaldo González. Muchas gracias a ti.
Amaury Pérez. Siempre. Soy tu amigo.
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