«Con 2 que se quieran» Zaida del Río (Parte I)
“Tengo la calma para ver salir las estrellas”
Amaury. Muy buenas noches. Estamos en Con 2 que se quieran, este programa semanal que intentamos llevar a ustedes, desde aquí, desde el corazón de La Habana, en Prado y Trocadero, barrio de Lezama Lima, en los legendarios Estudios de Sonido del ICAIC.
Hoy, tenemos esta noche con nosotros a una bella mujer, extraordinaria pintora, ceramista, escritora, grabadora. Ella en realidad logró hacer todo y tiene la suerte de hacerlo todo bien. Mi querida, adorada amiga, Zaida del Río. Bienvenida, Zaida.
Zaida. Gracias, cariño
Amaury. Muchas gracias por aceptar mi invitación.
Zaida. Sabes que te quiero.
Amaury. ¡Que bonita estás!
Zaida. Muchísimas gracias, lo mismo podría decir de ti.
Amaury. Reynaldo González escribió de ti esta sentencia: “Dichoso el país que cuenta con una artista como Zaida del Río”. ¿Qué sientes cuando se dicen cosas tan tremendas como esa?
Zaida. Bueno, normalmente no las espero, porque uno vive siempre y, a ti te debe pasar también, ajeno a todas esas cosas bellas que se dicen de uno, producto de la obra, de los años que uno lleva trabajando, de la gente viendo los ires y venires de la vida.
Yo me siento muy feliz de que en mi propio país sea reconocida, que es lo más importante. Seré reconocida en el mundo, pero siempre me importó mucho que me reconocieran aquí, donde he decidido estar y donde siempre digo que he recibido todo lo que tengo por dentro y que aporto, ¿no? Es decir, lo que dijo Reynaldo, lo que me acabas de decir tú, todo eso para mí es grato, maravilloso y es un gran tesoro.
Amaury. En un poema tuyo que encontré, lo encontré en Internet, en realidad, dices que tú vives en “mundos indefinidos”. Sin embargo tú trabajas con líneas, que son mundos bien definidos. ¿Cómo yo podría interpretar eso?
Zaida. Eso son metáforas, cosas mías. Yo le llamo mundo indefinido al momento extrañísimo y mágico que es cuando se va la noche y llega el día, eso es para mí el mundo indefinido. La indefinición de la neblina, de la niebla. Para mí el mundo indefinido es el cambio de una hora hacia otra.
Amaury. ¿El crepúsculo te gusta?
Zaida. El crepúsculo, pero también el amanecer y eso es a lo que yo le llamo mundos indefinidos, porque en esos mundos, como que mi espíritu es ingrávido, no existe. Pero claro, mi obra es definida, como has dicho, básicamente lineal, de línea fuerte, de colores fuertes. No tengo claros oscuros como otros artistas, como aguadas, es decir, pasé por esas etapas en otros momentos. Yo soy muy definida en mis cosas, en lo que escribo, en lo que hablo, en mi vida, muy segura, pero cuando hablé de mundos indefinidos, hablé de eso, de la indefinición esa de la atmósfera, de cuando va a salir una estrella. Tengo la calma y el tiempo para ver salir las estrellas. Y a eso fue a lo que me refería cuando decía mundos indefinidos.
Amaury. Yo tengo un cuadro tuyo que es un dibujo, uno de los primeros cuadros, cuando nos conocimos en el año 74 ó 75, que es un cuadro que todo el mundo se disputa en mi casa, es un dibujo a plumilla, un gorrión mirándose en un espejo que está bordado de flores y troncos y ramas. Tú dibujabas mucho y ya no dibujas tanto. ¿Por qué?
Zaida. Sí, yo sí dibujo, y dibujo menos que antes, porque pasó algo con el mercado, pasó algo que se quería tela todo el tiempo y cuando empecé a trabajar la tela le cogí el gusto y ahora me gusta pintar en tela. Pero indudablemente siempre lo diré, que yo soy eminentemente dibujante, y ¿qué pasa?, que en aquellos tiempos le tenía miedo a la tela; ya no me pasa eso y ya yo hago con la tela lo que quiero. Pero siempre en una tela mía, por más colores que tenga, por más cosas que tenga, se ve detrás un dibujo que es lo que es el fuerte mío.
Es decir, la dibujante, la definición esa de la forma, de conocer la forma. Una figura humana la puedo desdibujar, pero yo sé el esqueleto, yo sé de todos los músculos, yo sé cómo va y, o la desdibujo o la hago como yo quiera. Es un juego del pintor.
Amaury. Es como aquello de Picasso, “El ensayo para un toro”, ¿no?
Zaida. Sí, sí.
Amaury. Bueno, ¿Por qué todo el mundo dice Zaida, la guajira de Remedios? Tú no naciste en Remedios
Zaida. No, no, yo nací en un campo que se llama Guadalupe, precioso, maravilloso, precioso, precioso, porque era un lugar que todo el mundo era muy bueno, no había personas malas. Toda mi familia vivía allí, exactamente toda, teníamos guayabales, aguacates, todas las frutas habidas y por haber que ya ahora casi ni la gente las conoce; canistel, marañones.
Amaury. Caimito.
Zaida. Caimito, por ahí, todo, flores. Mi papá tenía colecciones de orquídeas. El río se llama Aguas azules. Podías caminar; tenía caballos, bañaba a los caballos de la gente de allí, de los guajiros, iba al río a bañarlos. Arroyuelos, ojos de agua. Es un lugar precioso y sigue siendo, ya hace muchos años que yo me fui primero y después mis padres. Pero siempre me queda algún pariente por allá y de tiempo en tiempo voy.
Eso está exactamente a 9 kilómetros de Zulueta, como a 5 kilómetros de Remedios, como 10 kilómetros de Camajuaní, y en el medio de esos pueblecitos está Guadalupe, que es una finca que fue siempre de caña y también de árboles, hay bosques, hay venados.
Amaury. Sí, otro mundo indefinido.
Zaida. Otro mundo, pero que fue el mundo de mi infancia, porque -¿cómo decirte?-, ir al pueblo, yo iba al pueblo solamente cuando iba al dentista o al médico.
Amaury. Y esa libertad que proporciona un campo como el que tú me estás describiendo, ¿qué huellas dejó en esta Zaida sensual, esotérica, esta persona tan vistosa que tú eres para los demás, para los que te conocen? Eso es un origen que viene de aquella libertad, ¿tú sigues siendo aquella misma, hoy, la mujer libre que fuiste cuando eras una niña?
Zaida. Sí, sí. Yo tuve una libertad grande en mi familia. Mi mamá era una mujer, y sigue siendo, una mujer preciosa con sus 82 años. Mis primas eran hermosas, bellas, pero a lo Ingrid Bergman, una cosa así. Todo era belleza, los hombres eran bonitos, mis hermanos, con ojos azules; mi abuela con los ojos azules, trigueña, el pelo muy largo. Las camas eran de hierro, los pisos eran de tierra, bohíos, pero todo era bello, hermoso, delicado, se comía con vajilla de plata, porque veníamos de Islas Canarias; es decir, mis abuelos.
Hay una herencia de finura, con el paso de la vida, a mí me gusta vestirme elegante y eso, porque soy coqueta, pero yo tuve, para jugar a las casitas, yo jugué con mantones de Manila, yo jugué con joyas, y todo eso se perdió, se perdió.
Yo jugué a las casitas con copas de Bacarat, porque venían en los baúles aquellos de Islas Canarias de mis abuelos y mis bisabuelos que se asentaron en aquel campo, y, aunque era un bohío, los manteles, eran, no sé…, el delantal de mi abuela, con el que cocinaba, era deshilado… Yo estaba rodeada de belleza. ¿Qué pasa? Que como en ese campo no había peligro, ni creo que lo haya ahora todavía, éramos libres, íbamos a la escuela que quedaba enfrente, no nos quedaba lejos, habíaotros niños, sí, que vivían lejos del bateicito, porque era un bateicito.
Pero como vivía enfrente, yo no tenía grandes obligaciones: ir a la escuela y trabajaba con mi papá en el campo, porque soy la mayor de mis hermanos y a mí me dieron a escoger: o trabajar en la casa, aprender las labores de la casa o trabajar con mi papá en el campo. Mi papá es un hombre increíblemente simpático, maravilloso y yo escogí ir con mi papá a sembrar maíz, a sembrar de todo y por eso yo también aprendí mucho de las estaciones, de en qué momento es el maíz, las distintas cosas, como la caña. Aprendí todo eso. Y aprendí mucho con él también de los cambios de los astros, de en qué momento se siembra algo, la recogida de los frijoles. Después aquellas noches estrelladas, porque no hay luz eléctrica, aún.
Amaury. Ah, todavía no,
Zaida. Todavía no hay luz eléctrica, ni la hubo nunca, ni yo vi televisión cuando era niña ni nada, ni muñequitos ni nada de eso. Entonces todo eso era de una gran sensualidad. Y como era un lugar en que podías caminar, y caminar, montarte en un caballo. Yo lo digo y parece mentira, porque como está la costa de Caibarién cerca, a 5 kilómetros, de pronto ahí había patos de la Florida, había aves rosadas, había venaditos ahí tomando agua, que salían corriendo, por supuesto. Pero bueno, era un paraíso.
Amaury. ¿Y cómo eran las noches entonces ahí?
Zaida. Se hacían guateques, porque también la gente allí es muy alegre y aquí también todo el mundo sabe que yo cantaba en un conjunto guajiro y todo eso cuando era chiquita, pero, cómo decir, nosotros dormíamos con las ventanas y las puertas abiertas, corazón, se dormía con las puertas abiertas. No hacía falta ventilador, entraba la brisa natural.
Amaury. ¿Y cuándo fue que se te ocurrió empezar a pintar?
Zaida. Yo creo que desde que nací. Cuando llovía, que se hacían unos grandes fangueros, yo cogía un machete y hacía unas obras que era todo el camino real, la cabeza empezaba en una punta y terminaba en la otra, entonces los campesinos allí me respetaban, pasaban por al lado y decían: ¡qué lindo pinta la niña! Y no me estropeaban el dibujo. Después ya en la escuela venían los muchachos a darme libretas y libretas, porque yo me pasaba los sábados y domingos haciéndoles dibujos.
Amaury. ¿Y en qué año saliste de Guadalupe para aquí, para La Habana?
Zaida. En el 67.
Amaury. O sea, tenías.
Zaida. 12 años.
Amaury. 12 años, eras una niña.
Zaida. En el 67 La Habana era imposible para mí en aquel tiempo. Ni soñar con venir a La Habana, Instructores de Arte, eso no llegó allí donde yo vivía, no existía.
Amaury. ¿No llegó ninguna convocatoria?
Zaida. No, no, allí llegó Minas del Frío y enfermería. Y mi papá en esos días de arar la siembra, me llamó muy seriamente, en un atardecer precioso. Siempre me recuerdo de San Isidro Labrador y entonces me dijo: tú eres muy inteligente y yo soy un hombre pobre, no tengo nada que ofrecerte. Tú tienes que estudiar cualquier cosa, no me importa qué estudies, y no te puedes -como se decía antes-, rajar, porque tú eres la mayor, te necesito, pero eres muy inteligente y aquí lo que te espera es tener a los 30 años seis muchachos, no tener dientes y que te dejen por una jovencita.
Y yo dije: ¡Ay no! Me voy a estudiar, maestra, cualquier cosa, pero tengo la suerte de que abren las escuelas en las provincias en el 67, que en aquel tiempo era Las Villas, y por eso voy a Cienfuegos tres años becada y luego a Cubanacán.
Amaury. ¿Y cuándo se despierta Zaida, es una pregunta un poco morbosa, ya lo sé, a la sexualidad?
Zaida. No, a mí el morbo me encanta.
Amaury. No, pero quiero decir, es una pregunta un poco rara, pero yo quiero que la gente sepa de dónde sale todo.
Zaida. Es interesante, yo tuve mi primer novio en el campo, dulce, así como en una telenovela. Me dejó por una prima mía que era rubia y que ya estaba más desarrollada que yo, porque yo a los 12 años era un fideo, pero ella estaba desarrollada, esa fue la historia, una historia muy triste. Había un circo, y cuando veo, me los encuentro besándose y le dije: no me mires nunca más la cara y nunca más lo miré. Me fui para la beca y nadie me convenía, porque yo venía de hombres, vamos a decir que rudos, quizás, pero dulces al mismo tiempo.
Y en la beca, con el perdón de ellos que son muy lindos todos mis compañeros y mis colegas, para mí eran muchachos bobos, porque a mí no se me enamoraba con los “Fórmula V”, ni nada de eso. A mí había, que no sé, había que hacer una prueba importante, montar a caballo y no pelarse. Había que caminar 13 kilómetros a pie hasta mi casa.
Amaury. Sí, tener resistencia.
Zaida. Había que tener una resistencia. Entonces por esa razón pasaron muchos años y tuve mis noviecitos y mis cosas y entonces, increíblemente fui virgen hasta los 19 años.
Amaury. ¡Nooo!
Zaida. Sí, porque entonces fue que ya estaba demasiado vieja para estar virgen, ¿no? y ya me tenían en Cubanacán, ya se hacían reuniones y todo eso. Y de allá para acá, pues todo lo que me ha gustado.
Amaury. Haces bien, has hecho bien, eso es saludable.
Zaida. Y lo que me ha gustado, lo que me ha gustado, lo he disfrutado, siempre he sido feliz en el amor, en el sentido de que he hecho el amor por placer, por felicidad, por amar.
Amaury. Y llegas a la ENA (Escuela Nacional de Artes), en esa época nos conocimos, y yo siempre oía decir: Zaida es la muchacha que pinta desnuda. Te gustaba abrir las ventanas del albergue y pintar desnuda. Ya en esa época no eras un fleco, no eras delgadita.
Zaida. No, no, ya estaba preciosa.
Amaury. Eras una mujer muy impresionante, y además, te dejaban sin pase constantemente. ¿Por qué te dejaban sin pase?
Zaida. Porque me escapaba a bailar en el Náutico, a bailar casino, porque empezaban las ruedas de casino y siempre yo me escapaba a bailar casino, porque me encanta bailar, todo el mundo lo sabe, y en aquel tiempo estaba empezando el casino, ni soñar con los casinos de ahora, ni las vueltas de ahora, pero yo iba para la playa, me escapaba, y me dejaban sin pase.
Pero yo tranquila, porque Cubanacán es un lugar precioso, era el Country Club de La Habana, ¿a mí qué? De todas maneras yo me ponía… cuando la cosa está mala, que se me cierran los caminos, yo me pongo a pintar. Y entonces yo no sufro, ¿cuál es la cosa? Si yo estaba pintando. Ahora, no es que yo pintara desnuda, yo pintaba en blumers, porque había mucho calor y como yo pintaba por la madrugada nadie me veía, pero yo tuve un problema serio en aquel tiempo en la beca, porque me hacen una reunión con una amiga que murió, Berta Arencibia, las dos nos poníamos a trabajar la noche entera, pero es que todo el mundo andaba en blumers en el albergue, no era yo sola, porque había mucho calor. No había nadie, nadie nos veía. No estábamos a puertas abiertas así, no era eso. Y yo quedé como, y además, como era con Betty, como si yo fuera gay, que no era gay ni nada de eso. Betty estaba haciendo sus esculturas y yo pintando. Porque te repito, eso no era a ventanas abiertas, ni nadie estaba mirando.
Amaury. La gente exagera, la gente exagera.
Zaida. Siempre hay una exageración y conmigo más. Conmigo hay exageración, porque yo comprendo que debe ser difícil aceptar por la sociedad a una persona tan libre como yo. Eso es difícil de aceptar, entonces se exagera. Pero no, de ahí salieron esos dibujos preciosos, maravillosos, aquellos guajiritos lindos, que tú tienes uno, creo que en azul.
Amaury. Yo tengo, yo tengo, de los azules.
Zaida. Entonces ¿Qué importancia tiene cualquier cosa si yo estaba haciendo unas obras que jamás voy a volver a hacer?Eran mis obras de los 19 años, con unas transparencias, con unos guajiros, con unos rostros super dulces, era… Yo no podía parar de pintar y pintaba de seis de la tarde a seis de la mañana y de ahí seguía para la escuela de artes, a mis clases, a mis cosas; que además, yo nunca desaprobé nada, yo no repetí años, ni esas cosas.
Amaury. ¿Tú suscribes aquel punto de vista de Nicolás Guillén -decía, y a mí me lo dijo personalmente varias veces-: “El que no ha hecho su gran obra a los veinte años, ya no la va a hacer”?
Zaida. No, yo respeto las opiniones de todo el mundo, pero yo no creo eso. Inclusive, a muchas personas, a los 70, es cuando se le despierta aquello, ¿no?. Yo no creo, incluso, yo pienso…
Amaury. …¿Cuándo tú dices “se le despierta aquello”, a qué te estás refiriendo?
Zaida. A la musa, a la idea, hay quién vivió equivocado quizás. Vamos a decir, no sé, fue maestro de secundaria y de pronto, retirado se da cuenta de que puede hacer música, o que puede hacer algo. Y si sale ¿por qué no? Yo creo que no hay edad para la creación.
Amaury. Tú eres muy regalona de cuadros.
Zaida. Era, era, era.
Amaury. ¿Eras? Bueno, no sé hasta dónde eras, porque el último cuadro que tengo tuyo me lo regalaste hace como cinco años.
Zaida. Pero es que, pero vaya, vaya.
Amaury. No, pero fíjate que es bien curioso, porque algunos marchantes de arte, algunos managers de artistas, tienen la tendencia a decir, como si fuera prácticamente un postulado, que los pintores que regalan mucho, se subvaloran, que pierde valor su obra, ¿Qué te parece eso?
Zaida. Mira, no se debe regalar la obra, pero yo he regalado muchas obras que la gente después coge y las vende más atrás. Yo creo que uno no debe regalar tanto, uno regala su amor, pero yo no puedo dejar de regalarle a ciertas personas; como a ti y a Petí, que la quiero.
Es decir, hay personas a quienes yo no les puedo dejar de regalar, pero es que perdonen, que hay que hablar de todo, es que yo vivía en un cuarto, en una cuartería en Centro Habana, yo no tenía dónde guardar las cosas, se me estaban echando a perder y todo eso un algún día saldrá, la gente tiene las cosas, pero es que yo tengo más… “Yo tengo más en mi casa” (risas). Yo tengo los trípticos, yo tengo las mujeres y ahora sí, ya yo no regalo tanto, o regalo una cosita de pronto, ¿no?
Hasta una cosita ya es un regalo, pero en aquel tiempo no me importaba, porque yo no deseaba poseer nada. Yo nada más que quería ser feliz, vivir. No tenía ese sentido de la vida, como ahora que tengo un hijo que es un hombre.
Que hay una obra, tengo una responsabilidad, que me gusta, sí, normalmente beber el buen vino, tomar el buen café, me gusta ayudar, ayudo mucho. Ahora más bien regalo dinero o perfumes y no regalo la obra, porque… A veces me pinto los labios y regalo un beso.
Amaury. Esa está buena.
Zaida. Sí, es una huella.
Amaury. Sí.
Zaida. Porque la boca no es cualquier boca.
Amaury. ¿Qué maestros tuviste en la ENA?
Zaida. Bueno, tuve la primera generación de graduados, Tomás Sánchez, en litografía y después Luis Miguel Valdés; Nelson Domínguez, mi profesor de pintura; Ernesto García Peña, mi profesor de dibujo; tuve a Vidal, de pintura; tuve a López Oliva, en algunos momentos en Historia del Arte. Tengo el mejor recuerdo, todavía se me olvida alguno, pero…
Amaury. ¿Y cuáles de ellos todavía ahora son tus amigos?
Zaida. Todos.
Amaury. Todos son tus amigos.
Zaida. Todos son mis amigos. Yo con Tomás, además a los dos nos gusta la onda hindú. Él, en un camino, y yo, en otro. A Ernesto, lo adoro.
Amaury. Es muy dulce.
Zaida. Adoración, mi cielo. Nelson es mi amigo querido. Nelson me enseñó a todo ese trabajo, a esa experimentación, eso que es Nelson así. Y Luis Miguel, encantador, está en México. Y por ahí, todos son mis amigos. Además yo no tengo ningún recuerdo triste de Cubanacán, hasta las anécdotas esas que dicen, que yo…
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Ricardo González -
maria tirado -