«Con 2 que se quieran» Antón Arrufat (Parte II)
Amaury. Mejor sería que los publicaran con los ojos abiertos.
Arrufat. No, porque pueden ser mejores que los de ahora (risas), y eso me daría una vergüenza espantosa.
Amaury. ¿Y cuándo es que conoce a Virgilio Piñera? Hay muchas voces maldicientes que dicen, que usted era su discípulo, que era el muchacho preferido de Virgilio y que todo lo que sabe lo aprendió de él. Siempre hay gente que dice cosas así.
Arrufat. Sí, hay gente que dice cosas así. Yo también las digo, o sea, no hacen más que corresponderme. Pero no es cierto. Virgilio era un tipo muy rivalizante, una personalidad muy difícil y yo lo toreaba muy bien, ¿eh?. Entonces tuvimos una amistad, como son las amistades, las verdaderas amistades entre los artistas. Vernos diariamente, bañarme en su casa, él ir a comer a la mía, y por la noche hacer un café con leche con dos galletas viejas. Es decir, eso era realmente una amistad de verdadera relación, ¿no?, de verdadera relación. A veces teníamos unos disgustos infinitos y estábamos tres o cuatro meses sin vernos. Era una cosa muy graciosa, porque a veces nos encontrábamos en la calle y estábamos peleadísimos, y él pasaba por el lado y me hacía así. (se coloca la mano en la cara a modo de parabán)
Amaury. ¡Con la mano o con el paraguas!
Arrufat. Con la mano, como quien dice: paso, pero no te veo. Yo aprendí de él una cosa que es importante para un escritor, cuando está tratando a un escritor más hecho que él. Que es la ética de la literatura. La literatura tiene su ética, el escritor tiene su manera y su manera de vivir en la sociedad, su conducta y tiene que mantenerla hasta el final. No aceptó nada que lo separara de su escritura. Vivía con una peseta, yo también vivía con una peseta en el bolsillo, en aquella época también se podía vivir con una peseta ¿comprende? Pero esa ética de un escritor; yo digo lo que debo decir, yo escribo lo que debo escribir. Yo no hago elogios de compromisos porque tú eres mi amigo, y me apena y tengo que elogiar tu libro de todas maneras. Esas cosas a él le parecían verdaderas traiciones y eso es lo que yo aprendí de él.
En el orden de la escritura, mi literatura, ni mi teatro, ni mis novelas, ni mis poesías se parecen en nada a lo que él escribió,
Amaury. No se parecen.
Arrufat. No se parecen, ¿verdad? Es a favor de él, ¿no?
Amaury. A favor de los dos. Es más cómoda para mí esa posición.
Arrufat. ¿Verdad?, es casi suiza.
Amaury. Es el mundo de los relojes. (risas)
Arrufat. Entonces, pues nada. Eso es lo que yo creo que yo heredé de él. También lo heredé un poco de Lezama, aunque Lezama era un individuo más tranquilo que Virgilio Piñera, que fueron, como escritores, mis dos grandes amigos.
Después lo sería Dulce María Loynaz, pero Dulce María Loynaz era una gran dama, tenía unos vestidos que le llegaban a los tobillos, entonces era muy diferente. Yo aprendí con ella el arte de conversar. No aprendí, sino perfeccioné con ella el arte de conversar; porque ella conversaba como los antiguos cubanos, que es una manera muy curiosa de conversar: que es escuchar, no precipitarte, no apabullar al otro, no querer tener todos los problemas resueltos. O si tú tienes todos los problemas resueltos, fingir que no están resueltos, para oír lo que el otro va a decir sobre esos problemas. Eso lo aprendí de estos grandes escritores. Indudablemente son los grandes escritores cubanos del siglo XX.
Amaury. Sí, pero es curioso, porque tanto Lezama, como Virgilio, como Dulce María, son personas que vivieron, además, una vida hacia adentro y cualquiera que esté viendo la entrevista, pensará que usted es una persona que vive hacia afuera, de balcón a la calle, en la realidad, por las cosas que está hablando. ¿Cómo podía establecer entonces un vínculo con personas tan herméticas…?
Arrufat. …Bueno, Lezama…
Amaury. …Dulce María sí era hermética…
Arrufat….Y Lezama también, pero Dulce María… yo de pronto iba por la calle Obispo, me sentaba en el Parque Central, y la veía sentada en un banco allí, vestida de negro, con una sombrilla abierta. Y yo iba y la saludaba y le decía: ¿Usted es usted? Y decía: Yo, sí. Ella tenía eso, y Lezama era un caminador, hasta que pudo. Ya cuando yo empecé la gran intimidad con él, que era en los años 70, ya él no caminaba, había engordado mucho.
Pero Virgilio era un callejero, un trashumante. Íbamos juntos a todas partes. Cuando vino ese mal tiempo, que no es el mal tiempo ni de la Batalla de Mal Tiempo, ni del tiempo climático.
Amaury. ¡Del mal tiempo gris!
Arrufat. Del mal tiempo gris, sí, o negro. Entonces ese mal tiempo, ¡ay!, ¡cómo nos divertimos!, sufrimos, pero nos divertimos mucho (risas) Entonces, íbamos a asustar a la gente, ¿comprendes?, asistíamos a las galerías, a las exposiciones, a las funciones de teatro y la gente salía corriendo, literalmente, Amaury. Corrían cuando nos veían. Decían: ¡Ahí vienen! No te pegues ahí, porque nos están mirando, no te pegues.
Amaury. ¿Mentira que la gente era tan miserable?
Arrufat. La gente era así. Y perdimos muchos amigos así, muchos falsos amigos. Claro, a nosotros…, yo no tenía ningún miedo de ir a esos lugares, ni él tampoco. Bueno, ¡qué va a tener miedo Virgilio Piñera!. Él fingía tener miedo, escribía sobre el miedo. Su literatura está recorrida por un miedo que es el miedo ante la muerte, el miedo ante la indefinición, el miedo ¿tú comprendes? espiritual, todos los posibles miedos, el miedo que dan las grandes ciudades, porque él en el fondo era un provinciano. Un provinciano en el buen sentido. Había vivido muchos años en Camagüey, 22 años y cuando vino a La Habana sintió ese terror que siente el hombre de provincia en una ciudad mucho mayor, en una ciudad en que hay que aprender a subir las escaleras, ¿eh?, porque eso es importante.
Además, como siempre he tenido lo mismo dentro de mí, el sedentario que el callejero, entonces, pues con mi parte de sedentario hacía mi obra y con mi parte de callejero era amigo de ellos, sobre todo amigo de Virgilio. Cuando ya fue mi gran amistad con Dulce María, también fue en esos tiempos de mal tiempo, en que llovía mucho, por eso le pusieron Mal Tiempo a esos tiempos. En fin, pero de todos modos, eran, como personas, extraordinarias, ¡extraordinarias!
Amaury. ¿Y qué fue lo que le llamó la atención a Antón de esos personajes: Compartir el mal tiempo, compartir el aguacero, el trueno, el rayo, las épocas del mal tiempo?
Arrufat. Bueno, lo que pasa es que nosotros habíamos sido hasta ese momento, figuras públicas. Lo continuamos siendo, pero en lo que Eliseo Diego llamó El oscuro esplendor, o sea, estábamos en una oscuridad, pero que era más luminosa que la misma claridad.
No hablábamos casi nunca de lo que nos ocurría. Era como de mal gusto, ¿no?, era como subrayar lo que ya sabíamos. Y hablábamos como hablan los escritores, que todos somos muy habladores. Entonces, era, mira, voy a decir una palabra que ya no se usa tanto, era un compañerismo. Era ese tipo de relación entre, digamos, tus iguales. Ellos me llamaban, me buscaban. Yo tenía con ellos una relación, que cualquiera en este momento puede pensar: cómo está mintiendo ese hombre, nunca fue íntimo de esas personas. Esas cosas, pero en fin, eso no importa, todo el mundo sabe que fue verdad.
Amaury. También, usted era el joven y era el guapo. Pero, hace un ratico usted decía:no hablábamos de lo que ocurría porque era de mal gusto, pero como estamos en televisión y estamos en el año 2011, será importante nombrar las cosas.
Arrufat. Hay un libro así, ¿no?
Amaury. Exactamente, bello libro, por cierto, de Eliseo Diego. Y entonces sería interesante ¿qué era lo que ocurría?
Arrufat. Bueno, lo que ocurría era la separación, la separación. En un momento dado, ustedes de aquí no pasan. La sociedad que estamos fundando no es para ustedes y llegó un punto en que ya no podíamos participar de ella. Eso fue lo que ocurría, en fin, ya eso es una cosa tan vieja, ¿eh?, que…
Amaury. …Pero la gente siente curiosidad muchas veces por las cosas viejas…
Arrufat. …Bueno, mira, cuando se pusieron Los siete contra Tebas en el (Teatro) Mella, pasé por una experiencia interesantísima. Porque aparte de las 1 500 personas que iban todas las noches, y se puso 16 noches. Los muchachos de la Universidad, los estudiantes, me esperaban en el vestíbulo para que yo les contara lo que ocurría, para nombrar las cosas.
Amaury. Claro.
Arrufat. Y entonces, yo les contaba, más o menos, lo que había ocurrido. Porque sobre eso, sobre esa época, casi todo se ignora. Es una época muy importante, porque ahí surgieron, desde Lunes de Revolución, surgieron una serie de escritores, de artistas, de músicos, de pintores y todo, que son de una importancia extraordinaria en la Cultura de este país. Y salieron de ese momento oscuro, casi medieval y salieron de nuevo a la luz y ya.
Amaury. Ahora, hay personas, de esa generación, que han querido sanar y han sanado. Y hay personas que no quieren sanar porque les gusta vivir en esa especie de insalubridad memorial, ¿no?, la memoria insalubre también brinda una posibilidad de especular, de contar y de brillar a partir de las propias desgracias. Eso existe en todas las épocas, pero sobre todo en esa.
¿Usted es de los que sanó, de los que está por sanar o de los que no quieren sanar?
Arrufat. Yo soy superior a los resentimientos, soy superior a ese momento. No dejé de escribir jamás, pese a todo, pese a todo. Siempre me dije: Si van a tirar contra ti, que tiren con los cañones, porque tú vas a responder con tus cañones, que es, mira, escribir en esta página. Y así fue. Y nada, es decir, eso forma parte de una conversación, como el que habla de una enfermedad de su tía. Entonces, esa enfermedad que mi tía tuvo…
Amaury. ¡Aquella gripe mala!
Arrufat. Sí, aquella gripe mala. Ella tosía mucho de noche, y entonces, eso me hizo famoso. Cínicamente debía agradecerlo.
Amaury. Antón, su obra lo hubiera hecho famoso en cualquier circunstancia. Esa es la única ironía que no le voy a dejar pasar.
Arrufat. Lo estoy aceptando.
Amaury. Ahora, Manuel Sanguily decía en el siglo XIX, que la Cultura Cubana, era del disimulo y la hipocresía. En el siglo XXI ¿usted suscribiría un punto de vista tan audaz como ese?
Arrufat. Esa es una frase que yo he citado.
Amaury. Yo sé, yo también la conozco, pero no la conozco porque la citó, sino porque la leí de Manuel Sanguily y me quedé helado.
Arrufat. ¡Sí, él era un hombre muy inteligente!
Amaury. ¡Muy inteligente!
Arrufat. Y, además, tenía una lengua, capaz de decir cualquier cosa.
Amaury. Ahí nos parecemos.
Arrufat. Pero yo, cuando encontré esa frase de Manuel Sanguily, dije: Esto es lo que nos ocurre.
Amaury. Claro.
Arrufat. Pero tú sabes ¿por qué? En primera, porque somos un país muy pequeño, donde la verdad no circula, estoy hablando de los círculos literarios.
Amaury. Sí, sí, yo sé.
Arrufat. Hay que hacer esta aclaración.
Amaury. Buena aclaración.
Arrufat. La verdad no circula del todo, y eso es lo que le falta un poco a la crítica cubana; a la crítica literaria, a la crítica de artes plásticas, hasta a la crítica de radio y televisión, y es que disimulan. ¿Por qué? Porque, bueno, porque ese guión lo hizo un amigo mío, y esa novela la escribió un amigo mío que me viene a saludar todos los días y cuando él venga aquí a mi casa, qué yo le digo si escribo en contra de su novela, ¿qué hago con eso? y algún día alguien tendrá que limpiar la crítica del futuro, lo que sea, tendrán que limpiar esa costra y ver, debajo de esa costra, cuál es el auténtico brillo, cuál es el auténtico metal que va a durar. Porque si se basan en las opiniones de este momento, la confusión, como diría Hamlet, ha hecho su obra maestra.
Amaury. Ya yo sé cuál sería a la crítica y a la opinión que aspiramos. Pero el asunto es, ¿cuál sería preferible?, porque también estamos utilizando mucho, no el disimulo, sino el silencio; y muchas veces lo que hacemos es, no nos querernos comprometer, ni a favor ni en contra.
Arrufat. El silencio es una forma del disimulo y la hipocresía es una tradición que viene del simular. El cubano simula muchas cosas. Como todos los seres humanos, el cubano está lleno de complejidades. Parece ser franco, directo, jovial, hospitalario. Eso en principio, pero después empezamos a descubrirle y a descubrirnos nuestras zonas oscuras, nuestras zonas calladas, el no decir.
Amaury. Sí, pero Antón, eso es para buscar la palabra bella aquella, que encontramos al principio, eso es consustancial a la naturaleza humana.
Arrufat. Consustancial, pero aquí es grave. Porque, si tú piensas, por ejemplo, en los tabúes sexuales que tiene el pueblo de Cuba, o que tuvo hasta cierto punto.
Amaury. ¡Que tiene!
Arrufat. O que tiene, bueno, lo extraño que es que te hablen realmente de lo que les ocurre…
Amaury. …A ver, eso ocurre en el cubano, ya usted dijo. Yo creo que ocurre en casi todas partes.
Arrufat. Lo acepto, acepto que ocurre en casi todas partes.
Amaury. De todas maneras, aquí nosotros hemos tenido como invitados -lo sigo provocando-, hemos tenido como invitados a personas que profesan diversas religiones, que en un momento determinado aquí ni se hablaba de eso.
Pero por ejemplo, aquí hemos tenido personas que tienen preferencias sexuales diversas y nadie, nadie, teniendo toda la libertad del mundo para hablarlo, nadie lo asume. Nadie dice: No, yo vivo con un compañero, en el caso de un hombre. En caso de una mujer: Yo tengo una amiga con la que vivo, una novia. La gente no dice esas cosas tampoco en televisión. O sea, quizás por eso, porque también, dentro de uno dice: ¿qué van a decir mis vecinos?, ¿qué van a decir mis amigos?, ¿qué van a decir, en el caso suyo, mis lectores? Eso también ocurre en los personajes no públicos, pero en los públicos ocurre con mucha más gravedad. ¿Estaría de acuerdo usted con eso o no?
Arrufat. Yo creo que sí, por eso son personajes públicos, porque si no, no lo serían.
Amaury. Está bien. Bueno, de todas maneras quería que eso estuviera aclarado, así que bueno, seguimos. ¿Es miope? ¿Usted es miope?
Arrufat. Profundamente, desde niño.
Amaury. Yo me iba, Antón, a lo de los miopes, porque yo soy miope y los miopes son personas que esconden, que tienen trastiendas. O sea, se hacen los que no ven y ven. Porque si yo me quito, si yo hago esto, (Amaury se quita los espejuelos) su figura es totalmente borrosa, pero yo presiento que Antón está ahí y cuando me los pongo, es una certeza ¿No le ocurre algo parecido?
Arrufat. Bueno, a mí me ha gustado muchas veces ver a personas borrosas (risas). Entonces, cuando me quito los espejuelos, (Antón se los quita) entonces digo: Ahora descanso, los voy sumiendo en la nada.
Amaury. Sí, pero por ejemplo.
Arrufat. O sea, nosotros tenemos la posibilidad de lo que es corpóreo, hacerlo incorpóreo.
Amaury. Claro.
Arrufat. Que es una de las cosas que trata de hacer la poesía. Es decir, lo que vemos no es todo, hay un mundo invisible ¿comprende? que si tú te quitas los espejuelos empiezas a presentir que hay un mundo invisible, que la gente ya no es lo que es.
Amaury. Es convertir la fusa en la difusa. (risas)
Arrufat. Un poco aguada, una mirada acuosa, que la gente dirá ¿qué estará pensando?
Amaury. Yo quiero irme acercando al final. Usted es un hombre muy admirado ¿pero querido, se siente querido?
Arrufat. Mira, entre la admiración y el querer hay una distancia infinita. La admiración es un poco fría, porque tú puedes querer a una persona sin admirarla.
Amaury. Está raro eso, yo no puedo.
Arrufat. ¿No?
Amaury. No.
Arrufat. Bueno, tú puedes querer a una persona que carece, por ejemplo, de aptitudes artísticas, y que tú a la vez, día tras día haciendo labores, que para ti son perder el tiempo. Tal vez, si lo pienso más, tenga los dos sentimientos mezclados: el querer y la admiración juntas, confundiéndose el uno con el otro. Eso es posible.
Pero yo puedo admirar a un escritor y no quererlo, en fin, creo que eso es.
Amaury. ¿Cree que es querido? Es lo que quiero decir.
Arrufar. ¿Si soy querido o no? Nunca le he preguntado a nadie.
Nunca le he preguntado a nadie ¿tú me quieres? Eso combate mi orgullo. (risas) No puedo preguntar eso, esa cosa ingenua y maravillosa que le pregunta una persona a otra ¿tú me quieres?
¡Qué difícil es para mí preguntarle a alguien! ¿Tú me quieres? Por tanto, como el verso maravilloso de Julián del Casal: Siempre ignoraré quién me ama.
Amaury. Yo estoy siempre desesperado por preguntar ¿tú me quieres?, a mí me encanta. Y me quiere, no me quiere, incluso, como decíamos con la florecita, ¿no?
Arrufat. Ahora, yo no alcancé esas florecitas ¿dónde estaban?
Amaury. Estaban en su corazón, lo que no miro para allí. Yo quiero terminar preguntándole si suscribe una frase de Valle Inclán, que a mí siempre me llamó la atención:
Arrufat. (risas) Esa es una trampa.
Amaury. Que dice: “Si prescinden de mí, yo prescindiré de ustedes”.
Arrufat. Era una frase de su momento, creo que está en mi discurso. “Si prescinden de mí, yo prescindiré de ustedes”. Yo puedo olvidar perfectamente a aquellos ¿tú comprendes? que han prescindido, que prescinden de mí. Yo no los necesito. Yo puedo hacer mi obra sin ellos, pero al mismo tiempo, ellos no pueden estar sin mí, porque el modo de perseguir a una persona, el modo de enjuiciarla, es el modo de, secretamente, de influirte por ella. Uno acaba adquiriendo las formas del que persigue y las pasiones del que persigue. Yo podía haber nacido en otro país y no haber nacido en este, pero lo importante es que no solo es nacer en este país, es asumir este país, que es otra forma de nacer. Hay como dos o tres nacimientos. Una vez leí una frase, una línea de Garcilaso de la Vega, que la voy a transformar, cosa que hago, él dijo una vez: “Me duele España”. Yo puedo decir: Me duele Cuba.
Amaury. No, no, no. Los dolores de Cuba son otros dolores que nosotros tenemos el deber de ir aliviando. Muchas gracias, Antón.
Antón. Exactamente.
Amaury. Te quiero mucho, te admiro, y te adoro.
Antón. Gracias, gracias por correr ese riesgo. (risas)
0 comentarios