En mi tierrita
Permítanme esta nota previo al trabajo. Ayer me encontré con la amiga Diana Valido y me recordó esta semblanza que escribí hace algunos años. Ella la tiene guardada entre sus detalles, y me pareció justo retomarla y actualizarla acorde con los tiempos. Gracias Diana por recordarme este tributo a quienes, a pesar de los pesares, hacen por la vida villaclareña o nos dejaron un recuerdo entrañable.
En mi tierrita
Texto y foto Ricardo R. González
Llevo 41 años en este ejercicio de dichas y sinsabores. Algunos me cuestionan el hecho de no haber marchado a conquistar los horizontes habaneros. «Ya estuvieras viajando, y, de seguro, con mayores reconocimientos», argumentan.
La razón pudiera asistirles, pero no busco distingos porque están en la cotidianidad de lo que se entrega. Tampoco critico a nadie por buscar nuevos destinos porque cada quien tiene derecho. Es cierto que no me han faltado propuestas e invitaciones, incluso en otros sectores, las cuales declino por ese algo de aferro personal.
El dinero y la pacotilla se van. La convicción de trazar un camino a base de criterios propios perdura y resulta —a mi entender— ese manantial que exige pureza, aunque ya esa «pureza» algunos la desmoronan entre lamentables senderos.
Una mirada a nuestro mundo demuestra lo que muchos comparten, pues ¿cuántos artistas, poetas, pintores, deportistas, científicos, orfebres y aniristas hacen grande el terruño desde el propio terruño, y permiten que su talento alimente la espiritualidad, la utilidad, y la de otros?
¿Cuántas personas vestidas con el atuendo del anonimato que, sin ser renombrados ni apenas conocidos, llenan la vida de resultados y penetran en lo indispensable y necesario?
Y siguen aquí, en este pedacito santaclareño compartiendo la ausencia de un verdadero malecón, la carencia de una playa, los deslices de la ciudad, el beneplácito cuando algo resurge, la tristeza ante una urbe plagada de microvertederos, en fin… la lid de ser villaclareño.
Hay tantos a quienes pueden ponerles las pruebas más complejas que vencen los vendavales porque llevan el trino de esa dignidad en el torrente de lo que bien saben hacer.
Ahí están los que marchan a otras provincias a aliviar las infortunios ante fenómenos naturales llevando en su entrañas la solidaridad, los que desde otras tierras curan el dolor ajeno, los Juanes, los Pedros y las Marías que, ya sea en Comunales, en los servicios, o sudando en los surcos, brindan sus energías aunque les falte el buchito de café, porque el paquete de la cuota no llega o está muy caro en el mercado negro y las billeteras no dan para más, los que se desgastan en pensar qué le echan a la mochilita de la merienda de sus hijos ante cada jornada escolar, los que enfrentan a diario la grave contingencia desestabilizadora de la corriente eléctrica o la falta de agua; sin embargo, no empañan la grandeza como seres humanos porque por sus labranzas son siempre imprescindibles.
Vale también el recuerdo para aquellos que no están. Hay tantos, recientes que han partido y otros ya en años, algo de sentimientos y mucho dolor que por la sensibilidad de la partida no deseo recurrir a la particularidad nominal por temor a un olvido imperdonable.
Me permito solo nombres: Juan Virgilio López Palacio, evangelio de la pedagogía cubana, el maestro y educador de tantas generaciones, el Dr. Sergio Rodríguez Morales, quien desde el INIVIT y junto a su colectivo, luchó contra vientos y mareas porque los surcos del país se impregnaran de sabiduría y ofrecieran resultados, Conchita Navarro, promotora y personalidad recordable en la Octava Villa cubana, Candita Cuevas, aquella impedida física que desde su silla de ruedas desterraba el desaliento y participaba en cuanta actividad llenaba su alma y se convertía en asidua colaboradora de los programas de CMHW.
No puede faltar el recuerdo a nuestros compañeros de profesión que no pudieron continuar el camino y los que quedamos nos toca proseguir sus obras, o a Pedro E. Alemán Ramírez, que en este noviembre se cumplirá otro año de su partida siendo una gloria de la Ginecobstetricia, no solo de Villa Clara si no de Cuba. Un hombre que le aportó al rostro de lograr una maternidad feliz hasta la misma mañana en que nadie presagió que horas después se despidiera sin decirnos adiós.
Representó al archipiélago en congresos y eventos foráneos. Estuvo en primera fila. No le faltaron proposiciones a fin de mejorar su status profesional, pero nunca se quedó. Retornaba al punto de partida con la modestia de los grandes, esquivándose del reporte periodístico, aunque en verdad hubo reconocimientos y distinciones oficiales que nunca llegaron a sus manos ni figuró entre las propuestas.
Sin embargo, mientras la radio repetía aquel fatídico día la nota del deceso, el pulso de la calle lo sentaba en el pedestal de los terrícolas sin tachas firmado por el mejor de los jueces: su pueblo.
Como dijo Martí y vale para todos: «La grandeza está en la verdad y la verdad en la virtud». Los reconocimientos, premios y distinciones llegan o no, se es justo o no a la hora de concederlos, pero si corren con el consentimiento de Liborio, entonces, se agradece a quienes, de buena fe, vaticinan mejores saldos para los que seguimos haciendo del Parque Vidal o de otro punto villaclareño ese sitio que llevamos entre los aires que baten en mi tierrita.
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