PARA LOS SIEMPRE AMADOS EDUCADORES
Por Ricardo R. González
A ustedes que nos toman de la mano para descubrir el universo de la sabiduría, que soportan caprichos y majaderías, que se convierten en familias sin tener que pedir permiso, que un día nos regañaron o alertaron cuando se percataron que algo no andaba bien, que nos enseñaron a amar a Martí y a ser fieles en cada uno de nuestros actos.
Gracias por ser vigilias de nuestros trazos caligráficos, por enseñarnos el valor de las ciencias o de las no menos trascendentes letras, por inculcarnos los valores de la amistad, las perfectas conjugaciones del verbo amar o las grandezas humanas a partir de un noble sentimiento, y a los que aun jubilados disfrutan cada éxito de sus discípulos porque ustedes forman parte de ellos.
Gracias, mil gracias a todos por haber escogido las sendas del magisterio, el olor de la tiza, las riquezas infinitas plasmadas en el pizarrón, gracias por moldearnos a través del tiempo, gracias a quienes educan sin ser maestros, en la vivencia del día a día, gracias por hacernos comprender que la luz hay que encontrarla por encima de cualquier contingencia.
FELICIDADES MAESTROS, y permítanme hacerlo de manera especial a los que un día me tuvieron en sus aulas, desde la primaria hasta las disciplinas universitarias. A los que están aun con más canas, con ciertas arrugas que delatan los años, pero con el alma limpia y linda como el primer día, y también a los que un día partieron y dejaron el vacío insustituible en el corazón de los agradecidos. No menciono nombres porque la gratitud es inmensa, porque me debo, eternamente, a ustedes.
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