Cántanos Teresita desde tu eterna inmensidad
Por Ricardo R. González
Pasa el tiempo vertiginosamente y hace hoy 10 años que te nos fuiste. Por momentos imagino verte arropada con su típico manto multicolor y la guitarra en mano, masticando tu tabaco y alegrándonos el corazón para luego cantar, cantar, cantar… e invitarnos a una ronda de niños en tu amado Parque Vidal o en el rinconcito de El Mejunje.
Confieso que el sueño me resulta recordable, pero despierto y encuentro la realidad. Entonces vienen las preguntas: ¿Qué generación de cubanos no te conoce? ¿Quién ignora las travesuras del gatico Vinagrito? ¿Qué padre no ha visto crecer a su hijo con la obra de esta maestra? ¿Necesitaría de premios y altares para dejar su nombre inscrito en la historia musical de Cuba?
Y su Santa Clara, la ciudad que la mimó entre ríos, cazando guajacones, en su trepidar por la barriada de El Carmen, detrás de los tomeguines, o entre el aire fresco de El Capiro, se siente orgullosa y vibra al tener a alguien devenida ícono de la cultura nacional, Hija Ilustre de su urbe, acreedora de El Zarapico, máxima distinción cultural de la provincia, y con esas llaves que, aun desde la eternidad, las posees para entrar en la villa a cualquier hora y sin pedir permiso.
Ay Teresita cómo recuerdo cuando te acompañaba en tus recorridos por la urbe, cuando nos sentábamos a conversar en un contén de tus calles y, por supuesto, los temas nunca llegaban al final porque tu público heterogéneo, de todas las edades, reclamaban a quien puso por delante la felicidad de la infancia, sin apartarla de un didactismo útil, martiano y católico porque siempre vio a esos locos bajitos, de los que un día habló Serrat, como el tesoro más sagrado al que le ofrecía su clase magistral.
Rememoro cada una de tus palabras en el Hotel Internacional de Varadero durante el Festival de la Canción de 1982 y el libro que me dedicaste con las memoras de aquellas peñas junto al poeta Francisco Garzón Céspedes desde el Parque Lenin, o las remembranzas de las anécdotas con mi familia que era también parte de la tuya.
Indiscutible el valor de tus rondas infantiles, Y sería imperdonable minimizar su trabajo en la musicalización de 28 rondas, entre ellas «Dame la mano y danzaremos», cuya letra pertenece a Gabriela Mistral, o los versos del Ismaelillo, de José Martí.
Mas no olvidemos esas piezas dedicadas a los adultos, temas de tono intimista que devienen verdaderos regalos. «Cuando el sol», escrita para Luisa María Güell, es un ejemplo; sin embargo, place escuchar «Pedí tus ojos», «Cuídame», «Tanto como te amé», «Con acero de tu alma», o «No puede haber soledad» a fin de comprender que hay trova de quilates en cada una de sus composiciones.
No por gusto intérpretes como Elena Burke, Ramón Veloz, Omara Portuondo, y las hermanas Martí incluyeron en sus repertorios canciones rubricadas por una santaclareña que amó a su ciudad por convicción y de corazón.
Autora, además, de una obra poética recogida en tres cuadernos, uno de los cuales vio la luz gracias a la editorial Sed de belleza de la localidad, la cantautora demuestra que el arte es grande siempre que ilumine a los pueblos, respete su idiosincrasia, nos bañe de amor, y encuentre en los detalles la belleza intrínseca de cada uno.
Envuelta en la soledad y muchas veces incomprendida Teresita me comentó una estampa en uno de esos días en que salimos a caminar por Santa Clara. Fue un encuentro que sostuvo con el presidente chileno Salvador Allende, quien luego de escucharla admiró su arte y le confesó: «Usted cantando se me parece a las mujeres de mi pueblo».
Razón tuvo, además, Cintio Vitier al manifestar: «Si usted no ha oído cantar a Teresita Fernández no sabe lo que es el mar, la pena, el aroma, el ave».
Es que sigues siendo una mujer sin límites. Dueña de decir lo que siempre pensaste, cantar a dúo con Liuba María Hevia las fechorías de Vinagrito, o el encanto de sembrar las violetas en la palangana vieja, demostrándonos que hasta en los mínimos e imperceptibles detalles existe una belleza llamada a encontrar.
Es cierto, un 11 de noviembre te nos fuiste; sin embargo, queda una obra imposible de olvidar, por eso donde, quiera que estés, toma tu guitarra y anda como ese juglar imperecedero haciendo grande la vida.
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