Día de la Medicina Latinoamericana: Abrazo por la vida
Por Ricardo R. González
Quisiera que el tributo por este 3 de Diciembre llegara a los orfebres de la Salud a manera de misiva. Una carta sin remitente particular, pero con un destinatario común que agradezca a todos sus entregas en este Día de la Medicina Latinoamericana.
Los vemos desplazarse a diario por la ciudad, en andas por las comunidades campestres, o venciendo un camino agreste cuya meta es llegar hasta lo alto de la colina, a la casita distante, donde deben auscultar el pulso de la vida.
Muchas veces sin saborear el café mañanero, pedaleando una bicicleta, a la silla de un caballo y con pasos raudos por la urbe. O quizás cuando sorprende un aguacero y empapa la bata blanca porque no hay tiempo de refugiarse en el afán de explorar los latidos del barrio.
Cuánta satisfacción inspiran al prójimo, a ese hombre o mujer, anciano o niño, que los hace suyo y por derecho los inscribe en el árbol familiar.
Y qué decir de quienes deslizan el bisturí y dominan los procederes de la anestesia, de aquellos que tienen el privilegio de escuchar el primer llanto del bebé llegado a nuestro mundo, o de los artífices de la enfermería que siguen los cuidados hospitalarios durante las 24 horas como verdaderos insomnes llamados a cumplir los dictámenes facultativos y contribuir al bienestar humano.
Son de los tantos que enfrentan la tristeza de los infantes cuando el accionar de la aguja penetra en la tierna piel y aflora el llanto, mientras el corazón se desgarra a sabiendas que no hay otro camino porque la sonrisa perdida deberá renacer en la infancia.
Hoy, mañana y siempre es la jornada de ustedes, de todos, el sacerdocio comprometido, el respeto compartido, desde el encumbrado profesor hasta un auxiliar que también aporta a esa larga senda de la utilidad y merece el respeto.
Y no podrá olvidarse a los técnicos de mantenimiento e innovadores, milagrosos humanos que destierran imposibles ante las agudas problemáticas afrontadas por un sistema sanitario herido debido a las trabas económicas que llegan desde ultramar.
Abracemos a quienes se funden en la complicidad de la ciencia, a los investigadores, creadores de nuestras vacunas, a los docentes, a sus estudiantes, y a esa Universidad Médica que, además de compartir saberes en las pretensiones de formar un alumno integral, asume una agenda emergente derivadas de las circunstancias.
Han sido tiempos crudos, de rostros agotados, de maneras particulares encaminadas a vencer el cansancio provocado por un coronavirus infortunado, pero también de retos increíbles, de sentir más que nunca la atadura a los valores e imponerse ante esos golpes propiciados por el ser humano que marchó, a pesar de tantos esfuerzos, y no pudo apreciar nuevamente los colores de la vida.
Testimonios sobran, unos son públicos, otros se guardan en el sitio de los ángeles, desde una zona roja en la que cada uno de sus baluartes minimizó los peligros y temores a posibles contagios en favor del necesitado.
Vale, entonces, recordar la vivencia de un distinguido profesor a quien sus alumnos le pidieron que no entrara en el área de peligro porque su categoría exigía quedar afuera.
Y ese médico ripostó: «en la lucha contra la Covid no existen distingos científicos ni docentes, todos somos iguales y si es adentro, mejor». Entonces vistió con el atuendo protocolar y enfrentó su escenario.
Habrá que resaltar siempre a los consagrados de los hospitales Militar Manuel Fajardo Rivero, Oncológico Celestino Hernández Robau, y Arnaldo Milián Castro que asumieron el peso de los casos diagnosticados bajo los preceptos de la ética, el deber y los sentimientos individuales, junto a las prohibiciones de estar con los seres queridos en medio de un aislamiento exigido y conformarse, quizás, al observar esas fotos guardadas en los archivos del celular a la caída de la noche.
¿Quién no se estremece ante aquel reclamo de un niño que en cada conversación telefónica le suplicaba a su padre: «cuando vuelves a casa?».
Días agónicos que no pueden olvidar a los que dieron fe y trataron de minimizar el accionar maléfico de un virus, sin reparar en un sábado o si era domingo, y menos a quienes desde las salas hospitalarias, consultorios, policlínicos, vacunatorios y otras entidades enfrentaron la falta de oxígeno, la ausencia marcada de PCR, y los rompecabezas aparecidos en el camino. A ellos y a todos los que desplegaron la misión en los municipios o brindaron su colaboración a provincias seriamente afectadas por un SARS-CoV-2 inoportuno.
En esta jornada llegue también el distingo a compatriotas que vivirán su momento en plena lejanía, pero a sabiendas que están entre los suyos y hacen vibrar la estirpe villaclareña por diferentes puntos del Orbe.
Mucho más pudiera decirse de cada actor de la Salud. Robles perennes, hacedores de la esperanza, bendecidos por sus acciones en una era que exige parir ese corazón del que un día habló el poeta.
La vida invita a seguir, y por ella valen los sacrificios para un pueblo que aguarda, agradece y los acoge en su alma.
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