Mireya, la de hoy, la de siempre
Por Ricardo R. González
Tomo prestado una parte de «Lucía», tema antológico del poeta Joan Manuel Serrat con alguna modificación, porque deseo que vuele esta especie de crónica para Mireya Reyes Martínez en este agosto que huele a federadas.
Hay reconocimientos hacia otras personas que se sienten como propios, y satisface ver que entre las distinguidas en la Casa de Orientación a la Mujer y la Familia de Santa Clara estuviera ella ocupando su sitio entre otras valiosas féminas.
Nos alegró y mucho porque no podrá escribirse la historia contemporánea de Manicaragua sin hablar de ella, tanto en el lomerío, en los cafetales del sitio, o en las múltiples tareas que desde el llano reclamaban su conducción y presencia.
Ya en Santa Clara, Mireya Reyes siguió con el mismo ímpetu de siempre, con la bondad para atender a la organización y escuchar, mas recientemente, los agudos problemas presentes en la población de la ciudad desde el Gobierno municipal.
Muchas veces me he preguntado cómo un ser humano permeado de tanta ternura, de hacer el bien para los demás, ha pasado por las más tristes circunstancias personales al perder a sus seres queridos casi de manera consecutiva en historias que no deseo recordar, cómo se ha impuesto cuando muchos pensaron que llegaba el derrumbe y, sin embargo, su vida siguió.
Quizás lloró mucho, pero a escondidas, porque aquella voz noble siguió aconsejando al necesitado como la mejor de las maestras, porque jamás la he visto alterar su manera de hablar en instantes que lo merecían.
Gracias Mireya por seguir siendo amiga sin tachas, mujer de temple, soñadora de esperanzas, hacedora de caminos. Gracias por tu buen corazón que late a favor del bienestar colectivo.
Muchos detalles quedarían por decir, pero no deseo demorar más este mensaje. Entonces, el abrazo eterno para la Mireya de hoy y de siempre.
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