El magisterio de Elda
Por Ricardo R. González
Que satisfacción experimenté al ver en la pantalla televisiva a Elda García García. Junto con su hermana María Esther compartimos hace años las vivencias de la barriada, y a pesar de que han pasado las décadas y la he visto desempeñarse en diferentes responsabilidades me queda siempre la dicha de que se mantiene como aquella vecina que conocí bajo los principios de una justeza sin falsetes.
Quienes me conocen saben que no acostumbro a las inmerecidas loas, pero en una de las sesiones del VIII Congreso partidista pidió: «Mirar a los ojos, conversar casa a casa y de hombre a hombre», y no me resultó extraño porque esa es ella, con palabras ajenas a un «libreto» improvisado o de algo dicho que no salga del alma.
Eso es lo que Elda García ha emprendido durante toda su vida en un resumen medular, siempre con el afán de inclusión porque sabe que si se escucha al ser humano, si se analizan sus criterios, al margen de diversidades, si se aplica la dimensión humana en todos sus matices pudieran lograrse cosas inestimables.
Aplaudo en Elda el hecho de que desconoce la exclusión. Nunca lo ha hecho porque está segura de que es mejor la suma y no la resta, que debe conquistarse el universo con todas las fuerzas, y en varias ocasiones, a través del tiempo, la miraba, con instinto exploratorio, al darle la mano a un coterráneo o emitir un simple saludo. Entonces me decía. Sigue siendo la misma.
Y eso nos hace falta, que se sienta la efectividad y no que tiendan la mano mirando hacia otro lugar o con ribetes de hipocresía, que se pregunte por la familia con verdaderos deseos, que lo expresado convenza y no aparezca como algo reiterativo y poco motivante, que se valoren a las personas por todo lo que puedan aportar, sin crearse los dañinos «grupitos de élite», entre tantas cosas impropias.
Gracias Elda García por no defraudar, por tu palabra acertada y por aplicar siempre ese magisterio muy tuyo con lecciones que quedan a base del diarismo en la vida.
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