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soyquiensoy (Ricardo R. González)

Cuando el desvelo se llama vida

Cuando el desvelo se llama vida

Por Ricardo R. González

Reconstrucción de fotos: Carlos Rodriguez Torres

Nota: Hace unas semanas reproduje uno de los trabajos que realizamos a la Dra. Concepción Campa Huergo, la autora principal de la única vacuna existente en el mundo contra la meningoencefatis tipo B. Hoy traigo otro de esos encuentros con quien, además de su talento, resulta una de esas personas que he tenido el privilegio de admirarla a plenitud. Gracias Conchita en nombre de todos.

El día del encuentro repasó aquellas calles que acogieron sus primeros pasos. Parecía que hasta el puente conductor a la plaza de la ciudad le hacía una reverencia cuando algún compañero de la infancia la reconocía entre el andar de los pobladores. Hubo detalles, recuerdos, añoranzas.

Y Concepción Campa Huergo volvió a sentirse feliz al estar en su tierra natal cuando un 12 de mayo, de no importa qué año, Sagua la Grande la convirtió en primogénita del matrimonio integrado por Víctor Campa y Concepción Huergo (ya fallecidos), quienes desde edad temprana conocieron las inclinaciones de la pequeña al reiterarles que «su mayor deseo era el de hacer una medicina para salvar a las personas»… Nadie podía imaginar que aquellas aspiraciones se retiraran de la utopía al ser Concepción Campa Huergo, la creadora principal de la única vacuna efectiva en el mundo contra la enfermedad menigoccocica tipo B.
«NO, NO SOY MÉDICA»

Muchos piensan que el pergamino universitario de Conchita la confirma como profesional de las ciencias médicas, pero no. Ella es licenciada en Ciencias Farmacéuticas a pesar de que la tradición de galenos y hallazgos científicos resultan evidentes en la familia.
Su bisabuelo paterno era galeno de la Real Compañía Asturiana y fue el primero que, en 1890, realizó una trepanación de cráneo en su pueblo con rústicos implementos, al margen de crear un medicamento para rehabilitar quemaduras ocasionadas por fundiciones.
— Las historias sobre mi bisabuelo me fascinaban —alega Conchita—, sentía que estaba en deuda con la humanidad pero tenía un gran dilema porque no soy capaz de soportar un fallecimiento… Por ello me di cuenta que no tenía nada que hacer en la medicina y cuando terminé el preuniversitario, aquí en Sagua, matriculo en la Universidad de La Habana una carrera hasta entonces desconocida que satisfizo mis inclinaciones por la química y la biología… Era bioquímica, y opté por la rama farmacéutica.
Ella no me lo dijo, pero supe que por sus resultados evaluativos durante la especialidad fue seleccionada para compartir los estudios con una investigación que sobre la vicaria realizaban personalidades húngaras en nuestro país.
Tampoco me confesó aquella anécdota que resume un poco su currículo cuando un profesor al entregarle los resultados de un examen le comentó: «Concepción, en mi vida de educador solamente he otorgado dos veces 100, uno de ellos es el suyo».
La maternidad la sorprendió en el último año de su carrera. Nació Geidy que fue la única cubana clasificada en una Olimpiada de Química efectuada en Polonia. Dos años más tarde llegó Erdwin, por lo que el inicio de la vida laboral tardó un poco en consumar los sueños de Conchita.
DE PRONTO, EL ESPIRAL

Pero todo llega y en la empresa de producciones biológicas Carlos J. Finlay, dedicada a la producción de vacunas, irrumpe su expediente profesional.
— Allí estuve desde 1976 al 81, trabajaba en control de la calidad y resultó una escuela de exigencia… A fines de ese año ya la enfermedad menigococica se hacía sentir con fuerza y un día el director del centro nos llamó, junto a otra compañera, para crear un grupo especial en función del padecimiento… Partimos de cero, en un pequeño laboratorio y sin condiciones, nos preparábamos la comida, y las jornadas se extendían por más de 14 horas. Muchas veces el sueño intentaba vencernos, pero había que seguir.
— ¿De qué manera Conchita?
— Cuando más cansados estábamos algún que otro chiste era el estimulante en nuestra lucha.
Sépase que el instinto humano sobrepasó todas las barreras en este colectivo, y cuando el humor criollo o aquel programa radial de la madrugada no eran capaces de exterminar las tensiones alguien del grupo tomaba la palabra y decía: «Pensemos en esas madres que permanecen en las salas de cuidados intensivos con sus hijos producto de ese mal o en cuantas los habrán perdido».
Era lo suficiente para retornar al puesto y la fatiga quedaba a un lado. Cada vez que conocíamos del deceso de un niño por esa causa nos sentíamos un poco responsables, culpables, pudiéramos decir, y ello nos obligaba a dar más.
FUEGO CRUCIAL

El equipo de la vacuna lo conformaron 10 personas y pretendió trabajar al principio con los menigococos A y C.
— Un día el jefe de la encomienda nos reunió a todos y propuso la acción directa con el germen vivo del B. No había ningún tipo de protección, pero nadie discutió y entonces cada uno expresó su compromiso.
— ¿No sintió temor?
— Horrible, lo confieso, me vi —hipotéticamente— con meningo varias veces, y tenía que cohibirme de acariciar a mis propios hijos. Gracias a mi esposo, y a todos los que ayudaron en el empeño hasta el momento final.
Siete años de incesante búsqueda hasta consolidar un logro sin precedentes para la ciencia cubana y ante los ojos del mundo, un descubrimiento insuperable que sobrepasó toda prueba de eficiencia y confiabilidad pues de inmediato Brasil hizo un pedido de 15 millones de dosis ante un plan previsto de solo tres en producción.
— Ello nos obligó a comprar equipos en breve lapso o a convertirnos en constructores para la ampliación del laboratorio, y a tener las maletas preparadas para tomar un avión en cualquier momento, siempre con la alternativa de que la producción para nuestra patria no podía afectarse bajo ningún concepto, a pesar de las remuneraciones económicas que representa en el mercado internacional.
—Una vez materializado el propósito ¿cuál es el sabor de la EUREKA?
— No lo hemos podido disfrutar, cada avance es un nuevo compromiso. En el laboratorio se trabaja actualmente los 365 días del año, pero vale la pena.
LA OTRA CONCHITA

Concepción Campa Huergo ocupaba en aquel tiempo la presidencia y dirección del Instituto Finlay, desde 1989 hasta principios de 2015 en el Centro de Producciones e Investigaciones de Sueros y Vacunas, sin abandonar los reclamos sociales y hogareños
.
— Además de atender a mi familia hago todo lo de la casa. Voy al mercado, asisto a las reuniones de los organismos a que pertenezco. En fin…soy una cubana más.
— ¿Regocijos?
— Haber contribuido con mi pueblo y que Fidel se sintiera parte del laboratorio.
— ¿Nuevos anhelos? (los de aquel momento)
— Varios. Trabajamos en la elaboración de otras vacunas dirigidas a enfermedades diversas que, de corroborarse científicamente, incrementarían la nómina de triunfos para el país.
— ¿Sagua la Grande?
— Parte de mi vida. Me parece que nunca me fui de aquí.
— ¿Su mayor deuda?
— De y por siempre con la humanidad, para ella mis fuerzas y mi trabajo hasta que la vida me lo permita.
Así es la hija de Víctor y Concepción, la hermana de María Aurora, (especialista en cardiología pediátrica), y la sagüera de la calle Máximo Gómez que mantiene entre sus pasatiempos la lectura, y la predilección por los niños, los canes y las bicicletas, un símbolo de su ciudad natal.
Quien cuenta con la satisfacción de sus progenitores «porque trabajó y vio los resultados», y en resumen una científica criolla e inmensa.
(Este trabajo fue publicado en el periódico Vanguardia, de Villa Clara, en agosto de 1991)

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