Hacen falta sonrisas en tiempos complejos
Por Ricardo R. González
No hay día transcurrido sin pensar en Irene Rodríguez, una de mis maestras de la enseñanza primaria que nos hablaba de cívica, aunque no estaba contemplada como asignatura. Por entonces teníamos siete años y desconocíamos la magnitud de la palabra, pero en el fondo quería que sus alumnos fueran excelentes ciudadanos.
Así nos enseñó lo bonito de pensar en nosotros por encima del yo, en el regocijo espiritual que se siente cuando ayudamos a solucionar un problema o nos preocupamos por un asunto que no marcha bien en otros, a tender manos como gesto solidario y desinteresado, en fin a amar al prójimo por sobre todas las cosas, a decirle toca a mi puerta que aquí estamos.
Creo que Irene se adelantaba a su tiempo y nos estaba invitando a pensar como país. Y cuánto nos hace falta esa sabia en momentos en que un férreo bloqueo trata de asfixiar con su cerco económico a un archipiélago sujeto a la actual coyuntura energética que impone la adopción de medidas coyunturales.
De momento habrá déficit de combustible Diesel. Entonces ¿cómo es posible que un conductor de vehículos estatales pase por una parada o un punto de recogida y olvide a los que allí aguardan? ¿Puede considerarse sensible el chofer de un ómnibus de una empresa que disponga de capacidades y de la espalda a quienes esperan por un transporte? ¿O las motonetas que transitan vacías sin reparar en el niño, el anciano, o las personas dignas que esperan por su servicio?
¿Será acaso gratificante llegar a un establecimiento y que la empleada propicie una mala respuesta? ¿O dejar descolgado un teléfono porque molesta que hagan idéntica pregunta por parte de tantos usuarios?
Los tiempos exigen pensar y actuar de una manera diferente, de poner en práctica el sentido de la creatividad con múltiples aristas, de generarle nuevos incentivos a la vida al margen de situaciones.
Habrá que retomar la cultura del detalle, esa que no admite la presentación de un plato en un restaurante sin la debida estética, o que el mantel muestre la grasa acumulada porque hace tiempo escapa de un buen lavado.
Serán inadmisible las respuestas insensatas, el apego ya enfermizo al celular sin darse cuenta que minimiza la responsabilidad de esa persona ante un público. Resulta intolerable la pésima calidad de los productos, una mala clase ante los alumnos o la indiferencia en Salud por los reclamos de un paciente.
Si bien el ahorro constituye el vocablo estratégico, tanto para el sector estatal como residencial, que no aparezca tampoco como la justificante para un deplorable servicio, o que se desate la avaricia, la especulación, el acaparamiento y la subida de precios fuera de lo establecido.
Inconcebible en estos tiempos utilizar las redes sociales para divulgar noticias sin fundamentos o ajenas a lo veraz. Se necesita la comprensión y el apoyo popular, las muestras de unidad, alimentar esas fibras que nos unen como cubanos, y que, en cambio, llegue un aluvión de valores.
No vivimos en una selva ni en un planeta ajeno, y si dentro de la especie animal constatamos tantos ejemplos de bondad creo que debemos aprender de esas lecciones para ser cada día mejores.
Por mucho que nuestros problemas personales agobien no hay derecho a nublar más el cielo ni a «contagiar» a los demás. Hacen falta sonrisas —léase acciones emprendedoras— en vez de quejas irracionales o comentarios infortunados. A crecernos y vencer los obstáculos por inmensos que parezcan. Hace falta actuar como en aquella época nos enseñaba la profe Irene: «A pensar en nosotros por encima del yo».
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