Teresita fuimos todos a cantar
Por Ricardo R. González
Por momentos imaginé que la vería entrar con su típico manto multicolor y la guitarra en mano, masticando su tabaco y alegrándonos el corazón para luego cantar, cantar, cantar… e invitarnos a una ronda de niños en su amado rinconcito de El Mejunje.
Confieso que el sueño me resultó fugaz, apenas de minutos, pero entonces vinieron las preguntas: ¿Qué generación de cubanos no la conoce? ¿Quién ignora las travesuras de El gatico Vinagrito? ¿Qué padre no ha visto crecer a su hijo con la obra de esta maestra? ¿Necesitaría de premios y altares para dejar su nombre inscrito en la historia musical de Cuba?
Y su Santa Clara, la ciudad que la mimó entre ríos, cazando guajacones, en su trepidar por la barriada de El Carmen, detrás de los tomeguines, o entre el aire fresco de El Capiro, se siente orgullosa y vibra al tener a alguien devenida ícono de la cultura nacional, Hija Ilustre de su urbe, acreedora de El Zarapico, máxima distinción cultural de la provincia, y con esas llaves que, aun desde la eternidad, las posee para entrar en la villa a cualquier hora y sin pedir permiso.
Gracias a los organizadores de la XXII edición del Festival de la Trova Cubana Longina se le rindió tributo a quien puso por delante la felicidad de la infancia, sin apartarla de un didactismo útil, martiano y católico porque siempre vio a esos locos bajitos, de los que un día habló Serrat, como el tesoro más sagrado al que le ofrecía su clase magistral.
De recordarla en el arte se encargó la joven trovadora Yudí Herrera Hernández quien recreó el cancionero de Teresita a manera de acuarela al integrar las inigualables rondas infantiles con los temas que adquieren un tono intimista y constituyen regalos a los adultos. «Cuando el sol», escrita para Luisa María Güell, es un ejemplo; sin embargo, place escuchar «Pedí tus ojos», «Cuídame», «Tanto como te amé», «Con acero de tu alma», o «No puede haber soledad» a fin de comprender que hay trova de quilates en cada una de sus composiciones.
No por gusto intérpretes como Elena Burke, Ramón Veloz, Omara Portuondo, y las hermanas Martí incluyeron en sus repertorios canciones rubricadas por una santaclareña que amó a su ciudad por convicción y de corazón.
Momento muy emotivo en El Mejunje donde la trovadora Yudi Herrera Hernández interpreto varias obras del repertorio de Teresita.
Y sería imperdonable minimizar su trabajo en la musicalización de 28 rondas, entre ellas «Dame la mano y danzaremos», cuya letra pertenece a Gabriela Mistral, o los versos del Ismaelillo, de José Martí.
Autora, además, de una obra poética recogida en tres cuadernos, uno de los cuales vio la luz gracias a la editorial Sed de belleza de la localidad la cantautora demuestra que el arte es grande siempre que ilumine a los pueblos, respete su idiosincrasia, nos bañe de amor, y encuentre en los detalles la belleza intrínseca de cada uno.
Ramón Silverio, el artífice de El Mejunje, Alexis Castañeda Pérez de Alejo, poeta, ensayista y crítico, junto a Bárbara Diago Suárez, quien acompañara a Teresita en los últimos años de su vida, recordaron pasajes de la santaclareña inolvidable.
Envuelta en la soledad y muchas veces incomprendida Teresita me comentó una anécdota en uno de esos días en que salimos a caminar por Santa Clara. Fue un encuentro que sostuvo con el presidente chileno Salvador Allende, quien luego de escucharla admiró su arte y le confesó: «Usted cantando se me parece a las mujeres de mi pueblo».
Razón tuvo, además, Cintio Vitier al manifestar: «Si usted no ha oído cantar a Teresita Fernández no sabe lo que es el mar, la pena, el aroma, el ave».
La tarde se escapó con el deseo de escuchar más, de revivirla mediante la personificación realizada por la actriz Mayoli Fernández. Imaginé a Teresita sin límites, decir lo que siempre pensó, cantar a dúo con Liuba María Hevia las fechorías de Vinagrito, sembrando sus violetas en la palangana vieja, dejar el sillón para salir a bailar como la niña vivaracha, o demostrándonos que hasta en los mínimos e imperceptibles detalles existe una belleza llamada a encontrar.
El Mejunje la recordó, y allí fuimos todos a cantar, mas bien a cantarle, porque, donde quiera que esté, anda como ese juglar imperecedero haciendo grande la vida.
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