Una mujer de alta tensión
Por Ricardo R. González
Foto: Ramón Barreras Valdés
Aunque el central azucarero José María Pérez dispone de cinco electricistas Mabel Véliz es la única mujer que enfrenta el oficio en la referida unidad, y en las similares de Villa Clara.
Una peculiar disyuntiva enfrentó Mabel Veliz Trujillo en el momento de definir su universo laboral. O se entregaba por completo al magisterio, por el cual sentía una pasión desmedida, o transitaba por los peligrosos caminos del mundo eléctrico.
¿Cómo? Una mujer electricista, ¿a quién se le ocurre eso? Sin embargo, a la camajuanense le pareció algo diferente para probarse ante nuevos retos.
Veinticinco años después confiesa que no existen antecedentes familiares en el oficio, mas luego de realizar las prácticas en la unidad azucarera José María Pérez encontró que su futuro ya estaba decidido entre cables, motores, empalmes, pizarras, y en juego permanente con la corriente.
«Ha sido mi primer y único centro de trabajo. Llegué con 19 años para sentir la utilidad de algo en que las mujeres ni aparecen con frecuencia».
Su historia tiene matices, pues no todo fue coser y cantar. Mabel Véliz enfrentó los rezagos de un machismo por el que pagó al inicio de su empleo.
«Fue difícil que los hombres aceptaran mi puesto de trabajo. Incluso el jefe de planta tuvo que hacer hincapié para que me acogieran en el colectivo dentro de una etapa inicial en que me sentí mal».
Ante la situación pensó mucho desde su casa. No le quedaba otro camino que vencer grandes retos y demostrar que podía asumir cualquier tarea por difícil que resultara.
El tiempo le dio la razón, y el día a día la convirtió en la única mujer electricista en los centrales azucareros de Villa Clara. Ya cuentan con ella y los propios hombres admiran su desempeño.
«No ha existido, hasta el momento, ningún trabajo imposible de hacer, a pesar de la fuerza que se necesita para mover grandes motores, o los malestares que provoca embarrarse de grasa. Trabajo con cables en líneas de disímiles voltajes… 6,3 kV, 440, 220… al tiempo que se requiere subir a determinada altura a través de grúas, escaleras, en fin…»
— Y a pesar de todo ¿no siente temores?
— Al principio me cuidaba más de la electricidad porque estaba descubriendo ese mundo. Ahora, sin dejar de adoptar las medidas de protección, me resulta familiar, sin que minimice el peligro que representa.
— Pero le han sorprendido varios «corrientazos»…
— No lo niego. Diría que en múltiples oportunidades. Sobreviví de un latigazo propiciado por la 440. Lo necesario para desmayarme por completo. Aun me preguntó cómo estoy haciendo el cuento.
Cada jornada de Mabel comienza a las 6:30 de la mañana hasta pasadas las 4:30 siempre que el ingenio se encuentre en la etapa de reparaciones.
«Una vez iniciada la molienda todo cambia. No me gusta salir del ingenio dejando problemas, o que se le recargue el trabajo al resto de los compañeros. Eso conlleva a un sacrificio que comparto con mis hijos Mayara, de 10 años, y Julio César de 15. Si algo me hace feliz es que la hembra pretende seguir mi camino».
A veces Mabel piensa en los suyos desde el propio central. ¿Qué estará pasando en la casa?, se pregunta, y acude al teléfono a fin de comunicar que llegará tarde. Por suerte, encuentra comprensión y respaldo.
— Además de resultar una de las electricistas del «José María Pérez» su radio de acción es mayor…
— La realidad es que en mi barrio, y en el batey de la unidad azucarera me localizan para solucionar los contratiempos eléctricos.
— ¿Entonces?
—Unas veces cansada y otras llena de grasa acudo porque sé que un problema de este tipo constituye algo desquiciante.
María Véliz conserva su femineidad, ese toque peculiar que hace grande a las mujeres, y más cuando la FMC arriba, este 23 de Agosto, a su cumpleaños 54.
— Alguien que vive en un mundo entre líneas, cables, alturas, peligros… ¿le pide algo a la vida?
— Solo dos detalles: Que me ayude a jubilarme en el sitio donde estoy, y que mis hijos salgan adelante. No más.
— ¿Y nunca le han llegado otras propuestas laborales?
— Pudiera decir que varias, entre ellas la de trabajar en los hoteles de Ensenachos, en la cayería del noreste; sin embargo, para mi el ensenacho está en el propio central, en ese que me convierte en una mujer de alta tensión.
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