Mi Comentario: Lo que quisiera decirle a Eugenio George
Por Ricardo R. González
Las cuatro horas improductivas —al menos para mi— de una guardia obrera se fueron, esta vez, vertiginosamente, gracias al texto El genio triunfador de Eugenio George, de Juan Velázquez Videaux, a la venta durante la vigésimo tercera edición de la Feria Internacional del Libro que ya se despide de Santa Clara.
No conozco de manera personal a George, mas siempre admiré su comportamiento pausado aun en los momentos más difíciles o de reversos marcados, y me resultaba peculiar el hecho de que ni en las contiendas felices se le viera la más leve sonrisa.
Parte de estos enigmas se encarga de descifrarlos en su obra más bien de carácter autobiográfico que, gracias a la editorial Científico-Técnica, y a las 144 páginas, configuran la personalidad de este hombre premiado, en 2005, con su ascenso al Salón de la Fama entre los grandes del deporte, al tiempo que resultó el mejor entrenador de los movimientos entre las mallas altas en Cuba durante todo el siglo XX.
Estructurado en 11 partes o especie de capítulos hay que agradecerle la voluntad de sentarse ante su ordenador y escribir sus memorias, esas cargadas de recuerdos que inician cuando la práctica del voleibol lo cautivó desde muy joven para adentrarse, con el tiempo, en esta disciplina y conocerle al máximo sus secretos.
Por supuesto que no voy a contarles todo el compendio, pero aborda desde la salida de su Baracoa natal, con el temor que le provoca todavía su peligrosa carretera, para abrirse camino en lo que, definitivamente, sabía que era su universo.
Primero los avatares con tal de llegar a la selección masculina hasta que luego comandó a las féminas para llevarlas a la cúspide del voleibol, y en las espectaculares Morenas del Caribe a las que llevó al Salón de la Fama, con más de ochenta juegos invictas, y dejando atrás la totalidad de los récords precedentes.
A Eugenio George le compete el privilegio de ser un soñador al que la vida, sin varitas mágicas, le cumplió muchos de sus deseos. Según su propio testimonio: «Los juegos regionales de San Juan, Puerto Rico, de 1966, marcaron, para mi, el final de una época gris y el comienzo de otra muy esplendorosa».
Sin pelos en la lengua, George llama al pan, pan y al vino, vino. No escatima al decir que las coyunturas le impusieron un camino trazado a base de estudio, o más bien de imposiciones autodidactas alejado de los rigores de la Academia. Admirador de Los Beatles pensó en llevar esa fama a las escuadras de su deporte, por lo que, además de las investigaciones de carácter metodológico, también indagó en los detalles científicos del juego, y se convirtió en un empírico psicólogo a fin de lograr, dentro de su mundo, ese esplendor que alcanzaron los llamados escarabajos.
A su favor corre, por entonces, el diseño de un plan de desarrollo perspectivo del voleibol femenino para diez años, si se tiene en cuenta que Cuba acabó con el mito de las Niñas Magas del Oriente (las japonesas), a pesar de su brillante forma de juego.
Con todo el derecho del mundo puede sentirse feliz, y una de sus valiosas confesiones la plasma al decir que «sentí una gran satisfacción al hacer a las muchachas campeonas mundiales. Era el compromiso con la generación que me hizo crecer».
Sería imposible hablar de este hombre sin vincularlo al desarrollo de las Morenas del Caribe. Las vio nacer, desarrollarse, llegar a la plenitud, y saborear los valores del triunfo.
Por ello cuando tantas veces se le ha preguntado a algunas de sus estelares sobre la figura de Eugenio George no han faltado las frases de agradecimiento para un hombre que les apretó las clavijas sobre la cancha, pero a la vez resultaba una especie de padre bendecido por tantos buenos consejos.
Una especie de maestro cuyo pizarrón estaba en la práctica, en la aguda mirada de las adversarias, en la estrategia que empleaban a fin de delinear estrategias vitales.
Sobre ellas, su principal entrenador precisa: «Tengo el más hermoso recuerdo de ese proyecto, porque desde un principio lo fue (…) aunque no siempre los recuerdos están teñidos de un resplandor especial, este lo guardo con un brillo muy personal en mi memoria».
Las absurdas comparaciones entre Mireya Luis y Regla Torres quedan muy bien delineadas en el volumen. Cada una con sus características, con ventajas y desventajas, pero inmensas las dos. Por tanto, no admiten comparaciones.
De eclipses en épocas de oro y de la necesidad de relevos también habla en sus páginas, aun así el genio que convivió con ellas gran parte de su vida considera que, a pesar de los pesares, llegaron para quedarse como mujeres trascendentales en la historia.
Las interioridades de algunos partidos, las decisiones sabias o desafortunadas, algunos pasajes de intimidades, y los errores cometidos no escapan de un libro que deja claro el precepto de que la carencia en la reserva de jugadoras, así como la falta de eventos competitivos imposibilitaba llegar en plenitud de facultades a los certámenes cumbres.
Imposible que Eugenio George escapara de infortunios y zancadillas. «Hoy, afirma, con la experiencia de tantos años sé al dedillo que cualquier situación, sin importar su dificultad, es posible resolverla. A veces no se consigue porque, sencillamente, te ignoran. Y ese fenómeno resulta un mal de fondo en el deporte cubano».
Son miserias humanas Maestro. El talento es un don afortunado, mas desvela y «pica» a quienes no lo poseen, y tratan de escalar sin ápice de escrúpulos o con el empleo de golpes irreverentes y bajos.
Desde mi punto de vista constituye una neoplasia extendida no solo al ámbito deportivo si no a cualquier sector como el dañino marabú, pero sobreviviente.
En este sentido es diáfano al referirse a hechos dañinos que incidieron sobre el voleibol, a partir de medidas aplicadas por determinado funcionario del INDER encaminadas a disolver la Comisión Nacional de Voleibol (CNV), junto a sanciones a su persona que aun le resultan incomprensibles.
Las decisiones en aquella etapa de Reynaldo González, cuando era presidente del INDER, calaron en él como agravio doloroso.
«Por cierto —dice el autor— hace tiempo está ausente de Cuba. Trabaja en México para Mario Vázquez Raña, titular de la Asociación de Comités olímpicos Nacionales (ACON)».
Cuando el lector se enfrenta a El genio triunfador… advierte que una de las principales cartas de triunfo en la vida se circunscribe en poseer disciplina hasta en el mínimo detalle. Desde el peinado de las muchachas, la forma de comportarse fuera del entrenamiento o la competencia, las comprensiones ante los momentos fisiológicas y naturales que asumen las mujeres, y la valoración justa ante cada hecho.
«El entrenador pule con deleite de artista, como el escultor talla la piedra, las cualidades físicas de las jugadoras, su talento y voluntad».
Si bien después de 2000 hubo mermas nadie puede soslayar que el equipo cubano fue el más grande durante la pasada centuria; sin embargo, «Coronar a las criollas debió ser un acto de verdadera justicia (…) amén de sus formidables resultados, siempre en lucha por la victoria, dejaron el alma en el terreno para deleite del público».
A mi modo de ver El genio triunfador de Eugenio George escapa de las exigencias «tecnicistas» impuestas por la Academia. Cierto de la existencia de detalles o construcciones literarias que a la hora de escribirse pudieron pulirse más, pero siempre he sido defensor de esos libros que sin tanta rigurosidad, y al margen de las exigencias de los supercríticos, llegan al lector para cautivarlo y no desprenderse hasta el final.
Eso lo logra el autor. Abrir su corazón, traspasar su epidermis, relatar y compartir sentimientos, anécdotas, interioridades, o experiencias para dar la dimensión de alguien que, por encima de su gloria, resulta un ser humano que, a la vez, sufre, siente y padece.
Conmueve el capítulo Siempre en mi corazón. Una especie de desgarro del dolor que no ha podido superar tras la pérdida de su esposa Graciela González (Chela) quien estuviera muy vinculada al desarrollo del propio voleibol, y quien resultara un complemento esencial para su vida y sus acciones.
«Con su ausencia, lo confieso, la vida me quedó como un jarrón roto en mil pedazos (…) Y creo la tendré presente en cuantos días me queden por vivir».
La obra se enriquece con el anexo gráfico contentivo de los principales momentos del voleibol de la mayor de Las Antillas. Un material que, por su valor documental, enriquece el texto
Si algo pudiera señalar es que por momentos existen autovaloraciones personales de los éxitos que muy bien pudieron minimizarse, sin restarle su correspondiente valía. Que sean otros los que recuerden o lo digan, aunque, en honor a la verdad, y a mi entender, abundan pocos los que de manera sincera lo hacen en estos tiempos. Aun así, Maestro, su nombre tiene espacio ganado con creces en el trono de las glorias.
Gracias, entonces, por su libro, con el afán de acercarnos a su vida y conocerlo mejor, y por convertirme esas cuatro horas improductivas de mi guardia en sumo deleite para el alma y el conocimiento. Eso es lo que quería decirle a Eugenio George.
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