Pido permiso a la Burke
Por Ricardo R. González
Hace ya once junios que Su Majestad se nos fue sin pedirnos permiso. El feeling y gran parte del mundo lloró a una de las voces emblemáticas de la canción dotada de sentimiento.
Romana Elena Burke González (La Habana 1928-2002) nos dijo adiós luego de pasear su tesitura por los diversos e inimaginables rincones del Orbe después de aquellos inicios en un espacio radial de La Corte Suprema del Arte, en 1942.
Integrante de las conocidas Mulatas de Fuego, pareja de baile de Rolando Espinosa, componente del trío Las Cancioneras, del cuarteto de Orlando de la Rosa, de la famosa agrupación Las D Aida, hasta emprender su carrera como solista, en 1958, Elena fue adueñándose de un público que la hizo suya y pedía más y más.
Salir a escena era una sorpresa. Se sabía de inicios pero no del momento final. Diez, doce, treinta canciones, y la doña seguía con su torrente grave calando en las intimidades del alma, lo mismo con la gran orquesta que acompañada por un experto guitarrista.
No importaba porque Elena era Elena, la intérprete que sabía distinguir al público del teatro, de la sala de conciertos, o el del cabaret.
Y casi se convirtió en excepción el compositor que no estuviera insertado en su repertorio. Desde los grandes de Cuba José Antonio Méndez, Portillo de la Luz, Piloto y Vera, Marta Valdés, Concha Valdés Miranda… hasta el argentino Paz Martínez que encontraron en la vocalista la madera principal para entregarle más de una canción. Lo mismo en la balada, que en el son, la guajira o la guaracha.
También acogió a los noveles al ser la primera intérprete que aceptó las canciones de Juan Formell cuando su nombre aun figuraba en la lista de los desconocidos. El propio autor relata su sorpresa cuando Su Majestad le grabo: Y ya lo sé, Lo material, Hay mil formas y el clásico De mis recuerdos, convertido en un hit a finales de los 60 y principios de los 70.
Pero, además, rompió esquemas e incorporó temas de los entonces poco difundidos Silvio Rodríguez y Pablo Milanés que encontraron en su voz el matiz necesario para que Hay un grupo que dice o Mis 22 años tuvieran un sello irrepetible.
Por la década de los 90 tuve el privilegio de dialogar ampliamente con ella. Ya Felipe, su guitarrista de entonces, me había confirmado las características de Elena en su inmensidad artística y como ser humano. Desafiante siempre de las adversidades, y con un sentido del humor envidiable.
Estaba triste ante la partida de algunos de sus seres queridos hacia otros lares, aunque sus ojos revitalizaban cuando hablaba de su hija Malena y el trabajo que venía realizando con el maestro Meme Solís, o de las potenciales artísticas de su nieta Liena.
Habló mucho, de anécdotas y vivencias, de asuntos personales que no estoy facultado a comentar, pero nunca imaginé que sería la última vez, el último diálogo. Incluso quedó pendiente un encuentro
en la capital cubana para seguir aquella plática que repasaba la vida de la Burke.
Grande entre las grandes, cautivante y renovadora. Por ello, entre las opiniones autorizadas está la del escritor Gabriel García Márquez quien expresara en una oportunidad: «Elena Burke descubre con su voz lo que hay en su interior. Por eso, por donde pasa deja huella porque sus interpretaciones consiguen imponer en el escucha el texto, la melodía y el ritmo de las canciones.»
Figuras como Barbarito Diez, Bola de Nieve, Benny Moré, Pedro Vargas, Libertad Lamarque y Edith Piaf, entre muchos, compartieron escena con la intérprete que dejó grabado numerosos discos de larga duración y singles.
Romana Elena Burke González nos dijo adiós. La bien llamada Señora Sentimiento abandonó su trono para emprender el largo camino de la eternidad, mas queda su obra y esa ilusión atinada de que sigue en el reino de este mundo como uno de los temas imprescindibles: Aquí, de pie.
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