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Mi Comentario (El arte de comunicar)

Mi Comentario (El arte de comunicar)

Por Ricardo R. González

La incursión de María Dolores Ortiz en el espacio televisivo «Con 2 que se quieran» devino clase magistral. Y es que la doctora demostró que no solo se logra una plática amena apoyada con los grandes conocimientos literarios, a través del hecho rebuscado vinculado a la historia, en las divinidades del arte rupestre, o con el sorprendente universo de la galaxia.

Además de sus cualidades personales, la panelista de Escriba y Lea domina en ese ejercicio cotidiano de recrear la palabra, de encontrar la belleza aun en lo feo, de la que habló Teresita Fernández, y construir las ideas de una manera elocuente sustentada por la sencillez que caracteriza a los grandes.

En ello radica el ABC de un buen comunicador, en mover los vocablos como fichas de ajedrez que tienen una misión sobre el tablero. A partir de entonces comienza el juego de la oralidad en saber qué decimos, cómo lo decimos y cuándo lo decimos.

A veces algunos indagan en las razones de un auditorio distraído mientras se expresan ideas, o hay insatisfacciones ante un quórum reducido asistente a la cita.

Triste pero real, y como un ultrasonido que hurga en cavidades habrá que revisar si lo expresado resulta de interés compartido o solo constituye de esas ideas (re) dichas con las mismas palabras y ademanes de la penúltima vez.

Una artista cubana pedía en determinado momento de sus espectáculos que le encendieran todo el teatro. Aprovechaba e interactuaba con su público. Lo necesario para comprobar, por el rostro de los presentes, si la proa iba hacia delante o marcaba en reversa.

El rostro lo dice todo, y a buen entendedor le indicaba si marchaba por el tono justo o si, en cambio, era necesario modificar la estrategia y pasar a otro tema.

Otro desliz imperdonable lo ofrecen aquellos que no pueden controlar las ansias de sentirse en el epicentro del fenómeno. No es cohibirse de expresar lo que se siente, pero sí demostrar que una persona resulta capaz de aceptar la diversidad de criterios, de que nos puede asistir la razón o no, pero todo interiorizado sin la prepotencia de los incapaces o la timidez de los vencibles.

Y qué decir de esos lugares que visitamos a diario y la cara de la recepción muestra las angustias de la vida, o se nos ofrece una respuesta monosílaba, y en otros casos hasta silente con un simple movimiento de cabeza o de hombros. ¿podrá hablarse acaso de comunicación?

Lamentable, además, los que utilizan las múltiples vías del entendimiento para demostrar una supersabiduría que raya la petulancia. Si la persona tiene valores, si verdaderamente constituye «lo máximo» el día a día se encargará de demostrarlo aunque en ocasiones resulte más tarde que temprano.

A uno de mis ídolos de la medicina villaclareña y cubana, el doctor Antonio Artiles Artiles, le preguntaron hace un par de años el por qué iniciaba siempre sus valoraciones sobre un caso sometido a discusión médica con un casi susurrable: «a mi me parece… «a lo mejor estoy equivocado…».

Su respuesta fue tajante, y no la olvidaré nunca: «Yo no soy Dios».

Claro, el profesor Artiles no es Dios, como tampoco es Fidel Castro, o Eusebio Leal desde el punto de vista de las dimensiones de sus nombres, pero ocupa su lugar, como también lo puede tener cualquier hombre o mujer habitante de un pueblo que cultiva el árbol de la grandeza con el abono de la sencillez, como esa luz que ilumina, o con el ángel que se posa dentro del difícil y elegante arte de comunicar. Por eso, María Dolores Ortiz reina en este mundo.

1 comentario

Carlos Mohedano -

¡Maravilloso trabajo! No me canso de leerlo. Os felicito nuevamente, Ricardo, porque es UD. un maestro de la palabra.
Ojalá algún día pueda conocerlo.
Que Dios os bendiga.
Carlos Mohedano.
España.