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soyquiensoy (Ricardo R. González)

«Con 2 que se quieran». Carlos Acosta. (Parte I)

«Con 2 que se quieran».  Carlos Acosta. (Parte I) Amaury Pérez: Estamos en Prado y Trocadero, en los legendarios estudios de Sonido del ICAIC, en este su programa “Con 2 que se quieran”, hoy con un invitado que honra nuestro espacio, que honra nuestro sitio que honra nuestro país, uno de los más grandes bailarines que ha dado Cuba, para mí el más grande bailarín que ha dado Cuba. Bienvenido Carlos Acosta Quesada…

Tu papá era camionero, ¿cómo fue tu relación con tu padre?

Carlos Acosta: Mi relación con mi padre fue un poco traumática, en el sentido de que era una figura que inspiraba mucho respeto. Siempre fue muy duro con nosotros, muy estricto y hablaba poco. Tuve que esperar a crecer para conocer de sus orígenes, que también son los míos. Para mí y para mis hermanas nuestra niñez fue traumática.

Amaury Pérez: ¿Cuántos hermanos son ustedes?

Carlos Acosta: Por parte de padre somos 11 hermanos; por mi madre, 3. Imagínate, él era camionero. Ya tú sabes cómo es eso…

Amaury Pérez: Tú naciste un sábado 2 de junio de 1973. Se acerca inevitablemente un momento traumático en la vida de un bailarín, el retiro. No sé si lo tienes en planes. Yo te vi en Manon, en plenitud de facultades. ¿Has pensado en el retiro?

Carlos Acosta: Pienso en él todos los días. El retiro es una palabra que deberíamos comenzar a definirla. Yo no creo que un artista se retira. Uno va evolucionando, va mutando hacia otras áreas. No voy a poder seguir bailando (Ballet) Clásico eternamente. El instrumento de nosotros es el cuerpo. El (Ballet) Clásico es una técnica antianatómica, va en contra de la anatomía del cuerpo humano. Nosotros no estamos diseñados para bailar así, de esa manera. Por esa actividad, después de tantos años, uno desarrolla lesiones, traumatismos en las articulaciones… Y por otra parte, Romeo, por ejemplo, es un personaje de 16 ó 17 años; el príncipe Sigfrido, por ahí… Uno va creciendo, va madurando, va envejeciendo y alejándose de esas edades, y cuando vienes a ver, tienes un Romeo con 50 años, que no me interesa hacer. No sería creíble el personaje, porque han pasado los años, no puedes dar el brinco que todo el mundo espera. Por eso, como artista, he tratado de cultivar otros ámbitos, porque sé que llegará un momento en mi carrera que no podré hacer Ballet Clásico.

Amaury Pérez: Tú hablabas del salto que no podrás dar con más edad, ¿cuánto de arte y cuánto de acrobacia tiene el Ballet?

Carlos Acosta: El Ballet es un arte físico, eminentemente que reúne muchos requisitos, incluso muchas artes en una: el diseño, la música, etc. Somos atletas. Enseguida que se abre la cortina y apareces en el escenario, tú estás haciendo ejercicios. Tiene elementos acrobáticos, porque es una actividad física, pero hay repertorios y “repertorios”. Por ejemplo, hay ballets que son vehículos para el despliegue de la técnica y los saltos -como Diana y Acteon, como El Corsario,o como Don Quijote. Pero también hay otras obras clásicas, como el Apollo de Balanchine, que es más suave para el cuerpo, que no requiere esos saltos descomunales, pero el intérprete debe tener cierta madurez para entender el mensaje y llevarlo hacia el público. Manon, que tú viste, es un ballet que tiene una gran demanda física, pero no es Don Quijote. Manon son dos parejas que están enamoradas, hay una dramaturgia con muchos dúos, sin esos brincos del cazador de Don Quijote…

Amaury Pérez: Pero en Manon hay un desplazamiento…

Carlos Acosta: Sí, pero no es el fin. Hay otros ballets que el fin es esa acrobacia a la que yo llamo el “factor wow”, que es para que la gente diga “wow”. Hay otro repertorio donde prima la emoción, para hacerte llorar, transportarte a una época como es el caso de Manon que se desarrolla en el 1700. La clave es cultivarlo todo. Y esa es la misión del artista. Por eso no me he encasillado en lo clásico, no, el guaguancó, la charanga, el clásico, lo que aparezca…

Amaury Pérez: De la manera en que te expresas y mueves las manos, me da la impresión de que fuiste un muchacho que le diste a tus padres ciertas preocupaciones, que eras un mala cabeza, ¿fue así o no?

Carlos Acosta: No, mala cabeza, no. Yo soy un muchacho nacido y criado en Los Pinos, y esa es la esencia que me define, esa es mi raíz, independientemente de que haya hecho una carrera internacional y ahora estemos hablando de obras exquisitas, yo soy eso y el día que pierda eso, entonces me pierdo yo como ser humano. En mi medio se gesticulaba mucho, y creo que el cubano es así, gesticula mucho, y no es una cuestión de haber nacido en Los Pinos. Los cubanos somos así, al caminar estamos bailando, bailamos sentados…

Amaury Pérez: ¿Tu padre no tenía ningún prejuicio porque tú bailaras Ballet Clásico?

Carlos Acosta: No, al contrario, por eso es que mi historia es muy bonita. Porque los hombres lo que quieren, cuando tienen un hijo, es que sea pelotero o futbolista, que era lo que yo quería ser. El fútbol era mi pasión. Pero, ¿ballet? ¿Un camionero? Cuando él me dijo: “ballet”, yo le respondí: “¿se come eso?” No tenía idea de qué era, y creo que él tampoco. Porque yo lo que hacía era breakdance. “Si te gusta bailar” -me dijo- “puedes ir a la Escuela de Ballet”, en L y 19, en El Vedado. Y por ahí fue que yo empecé en el Ballet.

Amaury Pérez: Tú llevas mucho tiempo viviendo fuera de Cuba, en una compañía, en otra, en EEUU, en Inglaterra, en Italia… ¿Cómo se puede vivir tanto tiempo fuera de Cuba y no perder la identidad?

Carlos Acosta: Chico, yo no sé… En mi caso, descubrí el ballet casi por accidente, porque no era mi vocación, pero tuve facilidades y pude luego hacer la carrera que tengo ahora, pero en mi interior yo siempre me llevé mi Cuba, mis orígenes. Lo que más me llena es estar con mi familia. Mi carrera me alejó de mi seno familiar. Todo lo cubano me encanta, porque lo cubano me define… Lo que me ha dado mayor felicidad es no haber perdido nunca contacto con Cuba. He vivido en Estados Unidos, en Italia, llevo 12 años en Londres, pero a mí ninguno de esos países me define, a pesar de que yo me tomo un té contigo, y sabroso. Disfruto no perderme, algo que siempre he tenido presente. La gloria, el éxito, el Príncipe Charles, la Reina, sí, todo eso está muy bien, pero yo soy de aquí. El ron y el dominó es lo mío. Para mí eso es esencial.

Amaury Pérez: A diferencia de la Danza Contemporánea o del Ballet Folclórico, el ballet es quizás una de las manifestaciones más clasistas. Los bailarines y las bailarinas normalmente interpretan a príncipes, duques, condes, reyes, y todos son nórdicos, pálidos, pétreos, blancos. ¿Cuánto te ha ayudado y cuánto te ha perjudicado tu raza en el mundo del ballet? No en tu vida, por supuesto, ya se sabe que todos somos iguales.

Carlos Acosta: A ver, reyes, príncipes los había también en África. Sigfrido nunca existió. Sigfrido es un príncipe equis. Yo puedo inventarme mi príncipe. Lo otro son preconcepciones que han existido desde los tiempos de los tiempos que también tenemos que erradicar. Realmente existen pocos negros en el ballet, te los puedo contar con esta mano. Mi caso ha sido excepcional, nunca he tenido impedimentos… Por ejemplo, cuando llegué a Houston, Ben Stevenson no me clasificó. Me dio Romeo y Julieta como un primer bailarín, y a raíz de eso he podido crecer. Llegué al Royal Ballet y tuve que esperar un poco más para hacer los grandes príncipes, pero al final los pude hacer. He tenido una gran suerte. He trabajado, creo que tengo talento también. Pero sí es un fenómeno que existe, es un mensaje que se le está dando a la sociedad que no ayuda el hecho de que no haya negros en el ballet. El hecho de que los príncipes siempre son trigueños, de ojos claros. Cuando veo a Plácido Domingo hacer Otelo yo no veo a un blanco pintado de negro, representando al guerrero, no ¡yo veo a un guerrero! ¿por qué? porque Plácido tiene el talento y la capacidad de convencernos de que él es Otelo, desde que sale y da el grito…
Tienes que darle a la gente la posibilidad de sorprendernos. Lo que pasa es que muchas veces no vemos más allá de lo que se ve con los ojos. ¡Por Dios!, es el siglo XXI. Ya se creó el avión, la gente va en horas de un continente a otro, se mezcla. Es la fusión de culturas. Ese es el mundo de nosotros y con ese mundo tienen que ir desapareciendo todas las otras preconcepciones que han existido a lo largo de la historia.
Y esto de los negros que no existen en el ballet es un fenómeno global que tenemos que erradicar. En Nueva York, en el Royal Ballet somos tres, que es una revolución, porque cuando yo llegué éramos dos y luego escogieron a otro más.
Aquí todavía estoy esperando por los príncipes Sigfridos negros y el Albrecht negro, no sé qué ha pasado. Tenemos que hacer hincapié en eso y no es una cuestión de ser negro, ¡no!, es una cuestión de que si un negro o un mulato tienen talento, ponlos a hacer los príncipes y dales el chance de sorprendernos.

Amaury Pérez: Desde que empezaste, oigo que te comparan con Baryshnikov, con Nureyev. ¿Qué sientes cuando dicen o escriben esas cosas sobre ti?

Carlos Acosta: Me siento en las nubes. Nureyev, Baryshnikov, son lo más grande que ha existido. Comparaciones así son válidas. La sociedad siempre está en busca de un héroe, de una persona que poner de moda, y entonces uno crea pautas en la vida y puntos de referencia.

Amaury Pérez: ¿Te imaginas que un día digan ese bailarín es tan bueno como Baryshnikov, como Nureyev, como Carlitos Junior?

Carlos Acosta: ¡Ño, qué bien, qué rico, sabroso!

Amaury Pérez: Quiero que me hables de una persona que es entrañable tanto para ti como para mí: Ramona de Sáa (Cheri).

Carlos Acosta: Ramona es una segunda madre para mí. Ella fue la que realmente me formó, me educó, me preparó para las competencias de la Laussanne, de París. Depositó una confianza tremenda en mí. Hemos vivido etapas y cosas bellísimas, es muy difícil separarnos. Uno siempre necesita de alguien que te ayude, que te dé la mano. Independientemente de que yo tenía talento yo vivía en condiciones muy, muy, muy pobres y el barrio, el medio no era el mejor. A veces me pongo a pensar que hubiese sido de mi vida si ella no me hubiera rescatado.

Amaury Pérez: Es una especie de Hada Madrina. ¿Todavía tienes un contacto muy estrecho con ella?

Carlos Acosta: Sí, claro, todavía voy a la escuela y la veo. Acuérdate que yo me formé en la época del Período Especial. Me estaba preparando para el concurso de Laussanne y no podía rebasar la primera frase de Don Quijote, porque perdía las energías. No teníamos casi para alimentarnos, entonces se movilizaban todos los profesores que son los mismos que están allí hoy en día, y se turnaban. Yo me quedaba en casa de Mirta Hermida, otro día en casa de Estercita, o alguien venía con la comida, un pan de su casa, para que yo pudiera comer y tener la fuerza para competir y representar a la escuela, imagínate, ¿cómo te olvidas de eso? Y cuando regreso veo a todos mis profesores. Imagínate, son como tu familia.

Amaury Pérez: ¿Cuándo es que llegas al Ballet Nacional de Cuba?

Carlos Acosta: A los 17 años me gradué, hicieron una audición y se presentó todo el mundo. Cuando me vio bailar Iván Knight, que fue el director del English National Ballet dijo: “Yo quiero a ese muchacho. Nada de cuerpo de baile ni de solista, de primer bailarín.” Eso la gente no lo entendió.
Entonces Cheri (Ramona de Sáa) dijo: “No hay problema”, y tomó todos los datos. Al final teníamos una gira por Italia y desde Italia lo llamó para ver si estaba interesado y de ahí salté para Inglaterra.
Al cabo de un año me uní al Ballet Nacional de Cuba y comencé las temporadas en el Albéniz con ellos, hice mi debut aquí.

Amaury Pérez: En España.

Carlos Acosta: Sí y después me llegó el contrato de Houston y ahí estuve casi cinco años. Entonces bailaba aquí y regresaba para allá.

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