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Mi comentario (Entre «mimas», «puros», «tíos» y «yuntas»… ¿sobreviviremos?)

Mi comentario (Entre «mimas», «puros», «tíos» y «yuntas»… ¿sobreviviremos?)

Por Ricardo R. González

Ilustración: Linares

Presiento que nuestro idioma agoniza tanto como el temible agujero de la capa de Ozono. Con la única diferencia de que en los últimos tiempos este ha recibido ligeros remiendos gracias a la toma de conciencia de los que hacen por el Medio Ambiente.

Sin embargo, el castellano sufre a diario cruentos latigazos propiciados por el disloque de quienes —al hablar y escribir— perforan sin piedad la lengua materna.

Cuba no escapa del fenómeno. Atrás queda la época de los «gambias», «ocambos»,«fulas», «faos», «consortes», «aseres», «jebas»… y agréguele todos los que usted conoce e imagina, pero ahora prolifera la era de los «puro(a)s» o «tío(a)s» para aquellos que nos acercamos o ya rebasan la «media rueda».

Cuántas veces hemos oído: «Puro, ¿qué hora lleva ahí?» Resulta que un ser humano se llama «puro» sin saber si lo somos. Por demás se atraviesa por la sensación de que nos excluyen de la especie humana para convertirnos en un habano dirigido al dañino consumo.

Las estampas prosiguen…Nunca olvido a una conocida cuando me habló de la sensación experimentada el día que le dijeron por primera vez «tía» sin mediar ningún tipo de parentesco. No necesitó recurrir a un espejo para darse cuenta que, ante la vista pública, su Década Prodigiosa formaba parte del pasado.

O las vivencias de otra buena amiga quien asistió a determinado merendero y el dependiente la recibió con un «abuela, ¿qué desea?». Y la bondad del joven se convirtió en un atronador diluvio, porque si bien no oculta su edad tampoco es correcto abordar a una persona de tal manera.

Esa misma amiga recapacita. En sus años de ejercicio laboral desempeñó funciones en un sector sensible para la población vinculado a los adultos mayores, y veía en ciertos diminutivos un indicio de estímulo o aliento hacia los demás. Un día se le ocurrió decirle a alguien: «¿en qué puedo servirle mi viejito?».

Lo suficiente para que recibiera un acto de repudio con idéntica intensidad al más impactante de los temblores de tierra.

Y qué decir del moderno «mima» y «pipo». Casi generalizado a través de las llamadas telefónicas o al preguntar sobre algo. El saludo resulta: «mima (o pipo) —en dependencia del sexo—fulana (o) está ahí». O bien «mima ¿qué precio tiene eso?

¿Acaso se llaman las personas «mima» o «pipo». Solo conocí a una pareja que portaba esos sobrenombres para sus controversias televisivas en Palmas y Cañas.

Otra de las desviaciones idiomáticas aparece en el vocablo «yunta». Toma una nueva acepción e identifica a semejantes muy bien llevados o entre los que existe una camaradería de trabajo: «Mengano es yunta de…»

Abismal comparación. Están igualando a dos individuos con los bueyes. Que se conozca, las yuntas están concebidas para esos laboriosos animales y jamás he visto a seres humanos enyuntados.

Tampoco falta la fiebre moderna del «malito o malita».

Cualquier persona que mantenga irregularidades de salud gana dicho epíteto. Conozco la existencia de un lenguaje especializado para clasificar a los pacientes, pero no hay que rebuscar tanto en conceptos como «en extremo crítico», «de cuidado» o «estable». Simplemente alguien está grave, complicado o fuera de peligro, pero eso de «malito, malita» no ofrece delimitación en la escala de quien se encuentra el enfermo.

Lo triste es que ya hasta algunos profesionales de la Salud resbalan en el vicio de este «diagnóstico callejero».

Y no hablo de cómo se ha extendido el uso de las p y las c. Llamémoslo Piñas y Corazones, y consiste en eso que tanto mujeres, hombres e incluso niño(a)s vociferan a todo pecho palabras que corresponden a órganos reproductivos masculinos sin el menor escrúpulo. De una manera tan común como decir que después de la noche viene el día o que detrás del viernes llega el sábado.

Resuena tanto en la euforia como en la cólera, entre un menor o un anciano, entre una mujer o un estudiante de cualquier nivel… en plena calle, en un estadio o hasta en una escuela.

Ahora el maletín también está en boga. Cuando se trata de un problema ajeno no tardamos en escuchar: «ese es tu maletín».

El lindo español sufre desgarros en su escritura y en la oralidad. No pretendo con esto ser más casto ni más «puro» que nadie ni romper el gracejo que nos identifica como cubanos.

Hay momentos y momentos, lo único que debe diferenciarse unos de otros para no caer en rutinas y chabacanerías lingüísticas.

Al paso que vamos le auguro un incesante trabajo a la Real Academia de la Lengua Española la cual no sé si podrá resistir los embates de tantos «gases contaminantes», pues si bien algunos de los vocablos mencionados han recibido la aprobación no siempre el léxico popular lo aplica de forma correcta.

Y un detalle. Los maestros tienen responsabilidades, pero no recarguemos el peso de la balanza solo en ellos. Si de enseñar se trata cualquiera puede ofrecer o recibir una magnífica lección. La pizarra y el aula están en cada segundo marcado por el comportamiento. Ahora falta que esas manecillas giren bien y no en sentido contrario. De todos depende.     

3 comentarios

Carlos Mohedano -

Magnífico artículo. Cuanta razón rienes. Ricardo.

Ricardo González -

Gracias José. Su criterio es de alto valor para mí en el empeño de hacer mejores las cosas.
Ojalá nuestro idioma reciba la tregua que merece y no lo hieran tanto.
Lo van a agradecer todos los hispanoparlantes.
Un abrazo.

Jose Camejo -

Muy buen escrito...y ahora, al estar regados for varias partes del mundo, el lenguaje se va a poner muchisimo mas interesante...