El día en que besamos el alma
Por Ricardo R. González
Otro segundo domingo de mayo nos llega. Quizás con una flor, con la tradicional tarjeta que lleva un mensaje impreso o el realizado con la propia caligrafía, con el obsequio según las posibilidades, pero lo que no ha de faltar es el cariño multiplicado al ser que engendró la vida.
Tocará a las puertas de las madres biológicas, pero también penetrará en los hogares de quienes no han tenido esa dicha y se convierten en adorables progenitoras que entregan el amor del universo.
Llegará a esas tías insustituibles y a las tutoras que tributan cariño desmedido en el afán de encauzar a sus criaturas, y muy en especial a esas abuelas que merecen el mayor de los estandartes por guiarnos en el largo camino de la existencia.
Muchas están, otras ya no, mas perdurarán en el recuerdo de todos con sus buenas acciones, incluso hasta con aquel regaño inolvidable que en determinado momento no comprendimos y que lejos de ser injusto marcó una alborada de enseñanzas.
Permítanme un espacio para los tantos que ya no las tenemos a nuestro lado, pero es una ausencia física porque cada día sentimos la necesidad de su presencia en los momentos de alegrías, en aquellos que no lo son tanto a fin de que nos den fuerzas y escucharles ese «levántate» sin igual como fuente motivadora, pero que aun así nos acompañan para darnos la vitalidad de cada día.
Madres, abuelas, tías, tutoras por sobre todas las cosas, estén donde estén, cerca o lejos de los suyos, viviendo en otras fronteras, pero siempre con la gratitud eterna de quienes saben apreciar tus sacrificios, si has llevado con dignidad el hecho de traernos al mundo y propiciar nuestro primer llanto.
No importa si hay regalos, tampoco si hay flores porque habrá momentos para ti en jornadas infinitas de cada espacio del calendario y sobre todo, en este día de gloria y dichas en que besamos el alma.
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