El martirio del ruido
Por Ricardo R. González
¿Quién no lo sufre de manera cotidiana? No importa si de día, de noche e incluso en altas horas de la madrugada cuando los indolentes no piensan ni en ese ser humano que necesita descanso.
El ruido parece reinar como dueño del ambiente, y dígame cuántas veces usted ha escuchado una mexicanada de las buenas, de esas que se resuelven en el corrido con tragos y tiros al máximo volumen, o las desilusiones amorosas de El Buki, (Marco Antonio Solís), compartida con gran parte de la vecindad debido a un audio descomunal que entorpece.
Mire hacia el otro lado. Está el individuo de potentes chiflidos que despierta en instante al pequeño en su sueño y que, a lo mejor, costó mucho trabajo que se entregara al beneplácito de Morfeo, o de las personas que ya no saben conversar y gritan para hacerse sentir en el auditorio en medio de un claxon que suena sin la menor compasión posible.
Son solo pequeñas estampas de lo vivido a diario, pero sepa que el ruido, en sus amplias variantes, constituye un contaminante físico y la exposición de los individuos, lejos de adaptarse, provoca efectos nocivos sobre la salud que inducen a una pérdida auditiva irreversible ya sea parcial o total.
Para algunos expertos existen otros efectos generados por los ruidos con la categoría de extra auditivos que al resultar de origen fisiológicos o psíquicos pudieran causar daños sociales severos, y se incluyen la pérdida de la calidad del sueño, caída del rendimiento en las tareas, estrés, dolor de cabeza, interferencia en la comunicación, alteraciones cardiovasculares, complicaciones gastrointestinales, cambios endocrinos, modificación del ritmo respiratorio y fatiga corporal, entre otros.
Debe quedar claro que la lucha contra estos desniveles acústicos tiene un componente individual y otro colectivo, a tenor de que el ruido no lo hacen solo los demás, sino que lo hacemos cada uno de nosotros en mayor o menor medida.
Ello requiere de un buen autoexamen para delimitar responsabilidades, si se tiene en cuenta que el enfrentamiento a estos fenómenos demanda concientización y el accionar por parte de cada ciudadano.
Si a un especialista se le preguntara cómo podemos reducir el ruido y a la vez protegernos sugeriría prestar atención a los disturbios sonoros que hacemos y respetar del derecho de los demás de disfrutar un ambiente sonoro confortable.
Recomendaría, además, la no utilización de las bocinas de los vehículos a manera de saludo o por pura comodidad del chofer para no tener que bajarse a tocar el timbre de la casa de la persona que busca.
Deben suprimirse las aceleraciones bruscas, y si utiliza alarmas en motos y automóviles procurar que sean de corta duración para evitar un fatigoso «concierto» que altera, mientras es aconsejable escuchar música o la televisión sin que interfiera la tranquilidad de los demás.
En una era de tantos adelantos modere el tono del identificativo de su celular, y converse con voz moderada. Nadie tiene que saber el contenido de su conversación ni es necesario gritar para constituir el centro de atención.
Y a la hora de mover sillas, mesas u otro tipo de muebles sea prudente, sobre todo si existen vecinos en pisos inferiores, y nunca cierre las puertas con los típicos tirones que a veces sentimos.
Para padres y familiares existe una recomendación especial: no le grite a los niños ni le enseñe a ello. Los patrones se van creando y quedan establecidos aunque en un inicio resultara una diversión.
Cuando se retorne a la normalidad mucho ojo en centros nocturnos, discotecas y otros centros recreativos con esos decibeles exagerados que dañan, impiden el flujo de la audición, y molestan, sobremanera, al vecino.
Y en cuanto a la modernidad de los audífonos utilícelos de manera razonable y que la moda no incida en provocarle daños considerables.
El último miércoles de abril está declarado como Día internacional de concientización sobre el ruido con el fin de llamar la atención a los ciudadanos sobre este contaminante ambiental. La campaña fue creada en 1996 por el Center of Hearing and Communication (CHC), aunque a mi modo de ver no se ha ganado todo lo verdaderamente deseado.
Ojalá que en los próximos minutos no suframos el llamado nada afinado de una señora que advierte: «Cucaaaaaaa llegó la dieta a la casillaaaaa» O que desde el interior de una vivienda se produzca una ensalada musical tan diversa que vaya desde el reguetón, la balada, el mambo y concluya con el ritmo indiscutible de Van Van, pero a todo lo que da.
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