Feria del Libro en Villa Clara. Para la esperanza del mundo
Por Ricardo R. González
Por estos días los salones de la Casa de la Cultura Juan Marinello de Santa Clara también se mezclan con esa magia inigualable que desprenden los libros.
Tal parece que sentimos el trote suave de Platero, el burrito recreado por Juan Ramón Jiménez, con esas pequeñas estampas que describen la realidad, sin apartarla del pensamiento y los sentimientos de su autor.
Entre los estantes aparece también El Principito, una joya surgida del intelecto de Antoine de Saint-Exupéry, y clasificado entre esas obras que no envejecen ni le salen arrugas. Y como el primer día conserva su lozanía, convertida en un verdadero magisterio de la cotidianidad.
Este puede considerarse un libro de cabecera por las tantas enseñanzas que nos deja, aun cuando la niñez vaya quedando como un recuerdo lejano.
Qué decir del legendario y tradicional Oros Viejos, de Herminio Almendros, cargado de sucesos maravillosos que instruyen bajo el tino de la sencillez y sacan un pasaje imaginario para recorrer, con sus hechos, parte del universo.
Allí está Corazón, gracias a la autoría de Edmundo de Amicis, y no por gusto es considerado el diario de un niño apoyado en esos momentos que lo hacen crecer bajo el efecto de las emociones. A través de sus páginas el universo se nos hace grande con su buena dosis de sacrificio, de valores humanos, familiares, espirituales y patrióticos que nos acompañarán de por vida.
O de los personajes que engrandecen La Edad de Oro con su Bebé y el señor Don Pomposo, Meñique, Nené Traviesa, El Camarón Encantado, y la fuerza que siempre dejan Los zapaticos de Rosa en su mensaje del bien hacia los demás.
Y es que Martí no puede faltar nunca y está en ese pabellón Tesoro de Papel que cada día recibe a esos pequeños porque serán la siempre esperanza del mundo.
Niños y niñas que también pueden encontrar aquellos cuadernos que despiertan su imaginación o incitan a desplegar la gama de colores sobre el blanco y negro de las figuras trazadas.
Enhorabuena la Feria, y ojalá que los libros nunca aburran, que broten de sus páginas ese don, aunque silente, cargado de lecciones inolvidables para alimentar el alma y descubrir lo infinito de este mundo.
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Ricardo González -
Patricia -