Finalista de Sonando en Cuba: Una mujer «como cualquiera»
El encuentro con Lourdes Torres fue una de las experiencias más emotivas para Rosa María.
Si hubiera sabido que la iban a detener tantas veces por la calle, ella hubiera salido una hora antes. Es lógico, porque la gente la recuerda de Sonando en Cuba, y la felicitan y, cienfuegueros al fin, le confiesan cuánto orgullo sintieron en cada una de las competencias.
«Eres nuestra ganadora», le dicen a cada paso, y Rosa María Moret Portilla, la finalista de la región central, sonríe como la muchacha humilde y simpática que sigue siendo tras estar por varios meses en la pantalla de muchos cubanos domingo tras domingo.
Graduada de la escuela de instructores de arte Octavio García y licenciada en Comunicación Social, la también modelo ha integrado varios proyectos de diferentes formatos como Son del sur, Son del arte, Diamonds, Rolo Rivera y la Fábrik Alternativa, y ha trabajado junto al trovador Nelsón Valdés. Actualmente se desempeña como vocalista de la agrupación Arte mixto.
Llega arreglada a la entrevista, sin ser presumida, y con total naturalidad comienza a contar la historia de su vida, que ha sido intensa desde los primeros pasos.
—¿Cómo llegas al arte?
—Comencé de pequeña, sinceramente no sé a qué edad. Tenía en casa la música a través de mi papá. Él, que fue solista, cantante de tríos y tenor en el Coro Profesional de Cienfuegos, influyó en mi inclinación por la música. También participé en Cantándole al Sol y en festivales pioneriles. Mi primer escenario fueron los matutinos de la escuela primaria. Estuve en el grupo de teatro de La Catedral, hice algo de danza, escribí poesía. Me integré a los aficionados de la Casa de Cultura, incluso en artes plásticas. Al aprobar las pruebas de la escuela de instructores de arte en teatro y música me decidí por esta última.
«Pasé el servicio social en un círculo infantil, una escuela primaria y luego en la Casa de Cultura. Durante ese período y a través de la Juventud hacíamos visitas a las comunidades, centros alejados de los escenarios y, por eso, me sentí muy a gusto cuando el programa también lo hizo».
—¿Cómo llegas a Sonando en Cuba?
—A través de una amiga flautista, Diana. Ella me animó a presentarme y me dijo: «Dale, que yo te llevo». Me cogió de la mano y fuimos a las audiciones en Santa Clara. Era un período en el que no estaba bien. Había fallecido recientemente mi padre.
«Al principio no estaba segura. Había un mar de personas y todo el mundo estaba eufórico. Me presenté con Que me hace daño, de Benny Moré, porque quería cantar algo de Cienfuegos y había un listado enorme de temas que no se podían cantar porque todo el mundo repetía lo mismo.
«Llegué sin pretensiones, más bien por embullo y al final la canción no me quedó como quería. Ante mis lamentaciones mi amiga me decía: “Desconecta ya ese plug”, y por eso cuando me llamaron para informarme de mi selección, decidí que en la presentación en la Plaza del Sandino, de Santa Clara, pondría todo mi empeño para hacerlo bien y disfrutarlo.
«Canté un tema de José Antonio Méndez y un fragmento de Quimbara y la acogida del público fue tal que cuando comenzaron a anunciar quiénes iban a la siguiente ronda gritaban mi nombre. Me sentí muy a gusto y eso me dio confianza».
—Desde el inicio se notaron tu disciplina y concentración…
—Todo lo tomé en serio. Eran 24 posibles ganadores; había mucho talento. Desde las primeras oportunidades nos dimos cuenta de que la competencia estaba muy pareja y a pesar de los estilos diferentes había voces muy buenas.
«Tomé nota en todas las conferencias impartidas. El ritmo de trabajo entre gala y gala era violento y se hacía necesario mantenerse enfocada, disciplinada, cuidar la voz, cumplir horarios y no dejarse llevar por la emoción, y aprovechar el vínculo con artistas que siempre quisiste conocer y nunca imaginaste hacerlo. Grabé todo, escribí, estudié, pregunté».
—¿Cómo fue la relación con Haila?
—Creo que vio en mí esa responsabilidad y seriedad para aceptar los retos. Nos cambió de géneros, y hasta me probó en diversos registros vocales, en tonos más graves que nunca había intentado y temas con una carga interpretativa muy fuerte.
«Nunca me sentí favorita ni mucho menos. Fue el mismo trato para los ocho competidores y ella se convirtió en una segunda madre para nosotros, muy exigente y rigurosa, tanto en el mundo profesional y musical como en el comportamiento social fuera del concurso. Nos exigía disciplina, sencillez y humildad al aceptar las críticas y consejos, y ponernos en contacto con personas que nos ayudaran y brindaran su sapiencia para la vida personal, que nos sirviera al máximo todo y mantuviéramos nuestra concentración en el concurso».
—En el vestuario de la región central se notaba la influencia de la mentora...
—Haila se ocupó de todos los detalles, no solo de la exigencia musical, selección del repertorio y disciplina en materia del concurso, sino que además estaba pendiente hasta de lo más mínimo.
«En el caso de las mujeres era más estricta: que el vestuario estuviera acorde al lugar y la hora, y que estuviéramos arregladas sin parecer vanidosas o superfluas. Nos decía que como artista una debe tener la capacidad de estar presentable, ser amable, educada, puntual y respetar al otro cuando trabajas en colectivo.
«Tenía buen ojo al ayudarnos a vestir para un espectáculo televisivo, teniendo en cuenta el género que se debía interpretar y con el fin de que la elegancia acompañara la música».
—¿Qué canción fue la más difícil?
—Longina, por la complejidad de un arreglo con voces contemporáneas de un tema tradicional, y, además, se cantó a capella. Sin embargo, Como cualquiera, de Lourdes Torres, fue la que más exigió de mí. Musicalmente no era tan difícil, pero interpretarla sí, porque el público tiene bien claro quién es Lourdes Torres, y seguramente querían ver su estilo reflejado y no una copia. Eso requirió que apelara a mis conocimientos de teatro y otras herramientas artísticas. A ello súmale que era una de las primeras canciones y debía estar pendiente del escenario, las luces, las cámaras y el equipo de producción.
«También es la canción que más satisfacción me ha dado, porque la gente la recuerda, me la piden y la han hecho suya».
¿Y lo más complicado del concurso?
—Saber todo el tiempo que no había nada claro ni seguro para nadie. Se respiró siempre un aire de competencia sana para el crecimiento personal y musical. Cada gala exigía esfuerzo de competidores, preparadores y mentores, y todos esperábamos qué iba a hacer el otro equipo.
«Tenías que esforzarte para evitar la zona caliente. Estuve rodeada de hombres y mujeres muy buenos. Cualquiera podía llegar».
—¿Cómo asumieron tú y la familia estar tanto tiempo separados?
—Estuve lejos de la gran familia, pero no de mi hermana y mi mamá. Ellas viajaron todos los fines de semana para estar conmigo en cada una de las galas. Estar en un escenario y que tu gente esté ahí para ti es muy importante, aunque en muchos casos no sepan de música. A veces uno busca el aplauso de ellos, que son los mejores jueces, los más críticos, porque saben de tu sacrificio, pero también reconocen por un gesto o una expresión cuando te equivocas.
«Mi hermana mayor, que vive fuera de Cuba, se trasladó y estuvo conmigo en la final de la competencia. Yo le decía: “¿Por qué vas a hacer ese gasto? Yo no sé si llegaré a la final”, y ella lo tuvo claro. También sentí todo el tiempo el espíritu de mi padre, que siempre está conmigo».
—¿Ahora qué queda?
—El concurso terminó, pero el proyecto continúa por un año. Tenemos pensado hacer una gira nacional para promocionarnos en colectivo e individualmente. Queda mucho trabajo por hacer, pues una sigue igual de enfocada y comprometida en todos los géneros aun cuando se mueva mejor en unos que en otros. Ahora realmente comienza el trabajo duro, no para premios, sino para dejar una huella y ganarse el aplauso del público, que es siempre lo más importante».
(Con información de Glenda Boza Ibarra. Juventud Rebelde
También puede ver este material en:
0 comentarios