Esther Borja y el tiempo
Esther Borja con una foto donde ella aparece con el compositor Ernesto Lecuona. Foto: Juan Miguel Morales López.
Por estos días amanece y se hace de noche más temprano. La ciudad que vio nacer en uno de sus barrios a Esther Borja, cuenta los días, rumbo al 5 de diciembre, para conmemorar el centenario de su llegada a esta vida.
Llevo rato y rato tratando de escoger las palabras que mejor puedan trasladar a otros corazones algo tan escurridizo como las emociones acumuladas en mi memoria al calor del contacto con su canto, a la luz del privilegio de haber disfrutado, en más de una ocasión, de eso que el uso del habla común, sabiamente, ha acuñado como “ la manera de ser” de alguien que, en más de una ocasión, prodigó en sus respuestas claras hacia mis dudas acerca de un detalle relacionado con el cancionero nuestro, con la vida o el quehacer de un compositor, Oído atento, puertas abiertas, trato dulcísimo como su voz y, sobre todo, ocurrencias que sazonaban la charla respetuosa sacando a flote esa especial disposición que el trato entre cubanos prodiga para que estemos siempre al borde de echarnos a reír.
No sé qué voy a hacer el 5 de diciembre. Puede que vaya hasta La Habana Vieja y me detenga en cualquier casa del barrio de Jesús María cuya arquitectura me dé alguna pista para imaginar que fue allí donde, entonadita y ya bien timbrada, la pequeña Esther llamó la atención de alguna vecina cercana que la escuchó sazonar sus juegos cantando A la rueda rueda o La pájara pinta.
No sé, pero desde aquí a allá, voy a reunir todo lo que pueda proporcionarme el privilegio de no dejar pasar una hora sin que la escuche en buen silencio, palpando su amoroso respeto, su absoluta y devota entrega a la canción cubana de cada tiempo, de cada compositor. Letra y música renovaré mis votos, al amparo de aquella jovencita que salió a buscar el día primero de su destino –a pie, porque no tenía dinero para pagar el tranvía—cuando supo que en Infanta y Estrella Ernestina Lecuona la escucharía por primera vez; aquella jovencita espigada y bella, seguramente calzada con tacones, que vio desterrada cualquier duda sobre el camino por recorrer, cuando vio que le había arrancado a la anciana tía de la casa aquella profecía que todas y cada una de las viejitas habaneras podemos tener guardadas bajo la manga:: –“Deja que Ernestico la oiga…”–.
Qué dicha sentirse lanzada al canto desde el alma del compositor que la respaldaba en el piano o la orquesta, ya fueran Ernestina o Ernesto Lecuona, ya fuera Gonzalo Roig –sus mayores—, ya se tratara de cultores llegados a la historia de nuestro cancionero después de los años 40 del siglo pasado, como Orlando de la Rosa, Julio Gutiérrez, o ese genio llegado al mundo en 1920, amigo y hermano fiel en la música que fue Adolfo Guzmán (sin contar con la presencia en su repertorio de melodistas como su gran amiga, la compositora Tania Castellanos). El tiempo se hizo eternidad en la devoción de Esther Borja a la canción que ha enarbolado como santo y seña de su cubanía, a su paso por un centenar de años.
El canto de los pajaritos de su patio suene más claro que nunca, este 5 de diciembre, en la ventana de Esther. Ninguna mejor señal, para sus oídos benditos, de que ha quedado clara su lección de vida.
Almendares, 10 de noviembre de 2013.
(Con información de Marta Valdés. CubaDebate)
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